El club de los cazadores de huevos

48 horas con una de las más singulares tribus científicas que estudian por todo el mundo el origen y desarrollo de los saurios

Un gran estrépito alteró la calma de aquel mediodía cretácico. Las bestias elevaron sus largos cuellos hacia el cielo y resoplaron con una mezcla de orgullo y alivio. Los huevos eclosionaban. Decenas de pequeños dinosaurios surgían para asomarse asombrados a la vida. Se deslumbraron con el reflejo del vecino mar, retozaron sobre un lecho de trozos de cáscaras de viejas puestas y rodearon con prudencia las poderosas columnas de las patas de sus madres. El sol seguía su inexorable curso y pronto un grano de arena más cayó en el inmenso reloj del Mesozoico.Se acercaban tiempos duros. Sesenta y ci...

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Un gran estrépito alteró la calma de aquel mediodía cretácico. Las bestias elevaron sus largos cuellos hacia el cielo y resoplaron con una mezcla de orgullo y alivio. Los huevos eclosionaban. Decenas de pequeños dinosaurios surgían para asomarse asombrados a la vida. Se deslumbraron con el reflejo del vecino mar, retozaron sobre un lecho de trozos de cáscaras de viejas puestas y rodearon con prudencia las poderosas columnas de las patas de sus madres. El sol seguía su inexorable curso y pronto un grano de arena más cayó en el inmenso reloj del Mesozoico.Se acercaban tiempos duros. Sesenta y cinco millones de años más tarde, el pasado viernes, casi en el mismo lugar, medio centenar de hombres y mujeres de 14 países permanecían de pie en medio de la plaza mayor de Isona, una pequeña localidad de la provincia de Lleida, tomando un refrigerio. Tenían aspectos muy distintos, desde el individuo con aire de cowboy hasta el chino que olisqueaba con prudencia el cava atrincherado detrás de sus gruesas gafas. Pero Héctor, Xavier y Enric, tres niños de Isona que no perdían de vista a los visitantes, lo tenían claro: esos tipos eran cazadores de dinosaurios.

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Se trataba de cazadores de huevos y crías. Isona, que trata de potenciar por todos los medios su rico patrimonio prehistórico (huesos, huevos y pisadas de dinosaurios), les homenajeó por todo lo alto y hasta la coral de la localidad les interpretó unos sentidos temas mientras los asombrados científicos cuchicheaban entre ellos acerca de las ignitas de saurópodos. La mañana siguiente, primer día oficial de congreso, alumbró una escena digna de Aquellos chalados en sus locos cacharros: los científicos, agrupados por nacionalidades, instalaban maquetas, paneles, dioramas y especímenes relacionados con sus investigaciones en el vestíbulo de la sede del congreso, el centro integrado de telecomunicaciones avanzadas de Talarn. Los paleontólogos franceses se llevaron la palma de la espectacularidad con un montaje de huevos de titanosaurio, del tamaño de melones (uno de los grandes yacimientos de huevos francés está, curiosamente, en Rennes le Château, lugar de hondas reminiscencias cátaras). Los argentinos ganaron el corazón de todos al exhibir una reconstrucción tamaño natural de embrión y cría de mussaurus patagonicus, de grandes ojos tiernos. Y el rumano Grigorescu perturbó con su manera lugosiana de pronunciar en inglés "Transilvania", ámbito del hadrosaurio de sus estudios (algunos de los huevos de este dinosaurio transilvano podrían contener restos de embriones en un incipiente estado de desarrollo, según las tomografías). El británico Peter J. Griffiths despertó una gran expectación al mostrar un exquisito modelo de compsognathus preñado aplastado del que habían salido disparados, según se empeñó en defender luego en su comunicación, 12 huevos, mientras que otros 40 permanecían aún en el amasijo del vientre del bicho. Un colega se inclinó sobre el modelo, contó las pequeñas bolitas incrustadas en la piedra junto al fósil y exclamó "¡Lovely!", pero cuando Griffiths dejó de mirarlo puso cara de escepticismo y el pulgar hacia abajo. Los indios Mohabey y Sahny, éste con una corbata con dibujos de diplodocus digna de la puesta de largo de Godzilla, colocaban tranquilamente su material -documentación de huevos de Gujarat- cuando cayó haciéndose añicos una de las campanas de cristal. Todos los que manejaban huevos aferraron sus tesoros y se quedaron petrificados de pavor. El chino Zhao, uno de los grandes expertos en huevos de su país, donde se encuentran los mayores yacimientos del planeta, explicaba en los pasillos que los niños chinos sienten la misma pasión por los dinosaurios que sus iguales de Occidente, y deploraba que pese a la prohibición de traficar con huevos en China sigan sin vigilancia muchos lugares paleontológicos.

En el congreso ha dominado especialmente la figura del ruso Konstantin Mikhailov, considerado la autoridad mundial en morfología de las cáscaras de huevos de dinosaurio, que ya es ciencia. Mikhailov, que tiene un pertinente aire a lo Jeff Godblum y es un paleontólogo visceral, sorprendió a los que sólo le conocían por sus escritos. "Muy atractivo", señaló una congresista. Lo cierto es que las sesiones han sido de una gran especialización técnica sólo aligerada -desde el punto de vista del profano- por algunas diapositivas de dinosaurios de Alberta en acción proyectadas por Darla Zelinitsky, del equipo de Philip Currie, y por la espontánea discusión, con intervenciones casi vehementes de varios congresistas, sobre la forma de caer en abanico de los huevos de una nidada.

Las horas de comer favorecían un tono más divulgativo y algunas confidencias. Un estudioso extrajo del bolsillo un trozo de cáscara de titanosaurio y lo hizo pasar de mano en mano para observar su grosor y porosidad: estuvo a punto de caer en un plato de paella, donde hubiera sido difícil distinguirlo del resto de materia orgánica, visto el nivel de la paella.

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