El trashumante del deshielo

RETRATOSCada año, a mediados de junio, el sol funde las últimas nieves que cubren la Dehesa del Calvario. Animada por el calor y la humedad, debajo brota una mullida manta de fresca y jugosa hierba. Un fragante bocado que las vacas de Pedro García aprovechan desde hace lustros. Este granadino de Güéjar Sierra es uno de los pocos ganaderos trashumantes que todavía llevan sus hatos allí donde crecen los mejores pastos. Hoy, el transporte de las reses lo realiza, en su mayor parte, en cómodos camiones. Pero hasta hace sólo seis años, la mudanza suponía emprender una durísima travesía a pie y a c...

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RETRATOSCada año, a mediados de junio, el sol funde las últimas nieves que cubren la Dehesa del Calvario. Animada por el calor y la humedad, debajo brota una mullida manta de fresca y jugosa hierba. Un fragante bocado que las vacas de Pedro García aprovechan desde hace lustros. Este granadino de Güéjar Sierra es uno de los pocos ganaderos trashumantes que todavía llevan sus hatos allí donde crecen los mejores pastos. Hoy, el transporte de las reses lo realiza, en su mayor parte, en cómodos camiones. Pero hasta hace sólo seis años, la mudanza suponía emprender una durísima travesía a pie y a caballo que se prolongaba durante catorce interminables jornadas. Entonces, y ahora, el deshielo de Sierra Nevada era la señal de salida de un viaje de casi doscientos kilómetros entre la localidad cordobesa de Almodóvar del Río, donde el ganado pasa el invierno, y las elevadas faldas penibéticas. A Pedro nunca le han gustado demasiado las películas del Oeste. Menos gracia aún le hacen las de vaqueros. "Me recuerdan demasiado una época de penas", advierte. No guarda muy gratos recuerdos de los viajes con las bestias. "Eran chungos. Mucho trabajo. Echabas a andar al amanecer y no parabas en todo el día. Comías como podías y dormías allí donde te pillaba la noche", relata una tarea demasiado ardua para un chaval de quince años. Porque Pedro, hoy con 31 años, no ha hecho más que continuar el oficio de su padre. "Él tiene ahora 71 años y cuando empezó el pastoreo guiaba las reses a pie desde Córdoba a Sierra Nevada", rememora. Para su vástago, el trabajo fue menos duro, pero poco. "Cuando yo empecé a ayudarle, conducíamos las vacas a caballo y ayudados por perros, que hacen el trabajo de dos personas. Algunos días recorríamos treinta kilómetros. Otros sólo diez. Depende del terreno y del calor", explica. Sus 140 vacas, de razas fajuna y limoncín, óptimas para carne, pasan un cálido invierno en la campiña cordobesa. Durante esa estación, en Almodóvar del Río el termómetro se mantiene cerca de 20 grados, mientras en Güéjar Sierra, el pueblo de los García, deambula por debajo de cero. El viaje transcurría por las entonces amplias cañadas reales. "Desde los prados bajábamos hasta Castro del Río. De allí a Baena, Alcalá la Real, Benalúa de las Villas e Iznalloz. Luego venía lo más duro. Subir desde La Peza hasta más de dos mil metros de altitud, donde está la Dehesa del Calvario", describe el itinerario grosso modo. Sin embargo, Pedro asegura que en el último viaje que hizo a caballo las cañadas habían desaparecido en algunos tramos. "Se las han comido para construir carreteras o ampliar fincas privadas. Tienen que tener 70 metros de ancho y, en ciertos lugares, apenas rondan los cinco". Por las carreteras que han contribuido a menguar las sendas transitan ahora los camiones que ahorran a Pedro parte del viaje con el ganado. Porque el trayecto desde su pueblo hasta Sierra Nevada sigue haciéndolo a pie, en sólo ocho o nueve horas. En la dehesa, las vacas pastan en total libertad durante el verano. Pero un nuevo problema llegaba en noviembre: "Con las primeras nieves había que volver a hacer el camino. Esta vez hacia Córdoba".

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