Tribuna:

Símbolos

JUVENAL SOTO Cuando cayó la URSS, cayeron con ella los símbolos de los zares rojos -aquellos hombres que hicieron del socialismo un régimen tan despótico como el de los zares blancos-. Ahora que el ex alcalde de Granada Díaz Berbel ha visto cómo PSOE, IU y PA lo dejan sentado en los taburetes de la oposición, el nuevo alcalde socialista granadino ha decidido que su ciudad no se merece ni los bodrios que el representante del PP erigiera a la memoria de Clinton y a la memoria del aguador de Sierra Nevada y su burro, ni pagar el pienso que a diario consumen los caballos que a Granada le regalase...

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JUVENAL SOTO Cuando cayó la URSS, cayeron con ella los símbolos de los zares rojos -aquellos hombres que hicieron del socialismo un régimen tan despótico como el de los zares blancos-. Ahora que el ex alcalde de Granada Díaz Berbel ha visto cómo PSOE, IU y PA lo dejan sentado en los taburetes de la oposición, el nuevo alcalde socialista granadino ha decidido que su ciudad no se merece ni los bodrios que el representante del PP erigiera a la memoria de Clinton y a la memoria del aguador de Sierra Nevada y su burro, ni pagar el pienso que a diario consumen los caballos que a Granada le regalase un príncipe árabe de las Mil y una noches del siglo XX llamado Abdullazih. Cuando se trata de personas, temo más a los originales que a las estatuas que lo representan. Los símbolos erigidos durante el mandato de Díaz Berbel han conseguido, sin embargo, disipar esos temores míos. No he visto, ni creo que vean los siglos venideros, un adefesio tan espeluznante como el monumento que Aurelio Teno perpetrase contra un aguador y su burro por encargo del entonces alcalde de Granada; tampoco recuerdo en ninguna de las ciudades que he tenido la oportunidad de conocer una jilipollez tan manifiesta como el berbeliano monolito conmemorativo de los atardeceres inexistentes de Bill Clinton. Si acaso, un busto de Sadam Hussein junto al de Hammurabi, allá en la Babilonia iraquí anterior a la Guerra del Golfo, consiguieron ponerme los pelos más de punta que estas dos infamias que ahora mismo agravian la belleza de Granada. En lo que se refiere a los caballos, entiendo que son unos nobles brutos regalados por un príncipe árabe a otro bruto menos noble pero alcalde, entonces, de una ciudad adornada por la Alhambra. Ido ese alcalde, mejor será depositar a los animales en las cuadras que más convengan a su naturaleza equina. Los establos de la Guardia Civil, o incluso el dormitorio de Díaz Berbel, me parecen lugares aptos para el mantenimiento de unos seres en nada culpables de la enajenación humana. Por lo demás, los chascarrillos que a cuenta del desmantelamiento de sus símbolos viene haciendo el ahora concejal Díaz Berbel exhiben una estética idéntica a la expuesta en los mentados adefesios, aunque bien sea cierto que aún echo en falta algún relincho por medio del cual este hombre o fenómeno irrepetible -como ustedes prefieran considerarlo- avise al mundo de su despecho. Todo parece indicar que, cuando por fin relinche, la actual alcaldía de Granada tiene prevista la ración de cebada y el fardo de paja adecuados para aliviar la hambruna de gloria ornamental que tanto aqueja las quijadas de este centauro que no sabe susurrar a los hombres. No creo yo que los ciudadanos de Granada estén asistiendo a una vendetta socialista contra "todo lo que huela a Berbel". En último caso, estarán ante un proceso lento de desintoxicación. Ya se sabe que los malos olores y los peores símbolos no se erradican en un par de semanas. Ambas desgracias son cuestiones de fondo, y limpiar los fondos más bajos lleva tiempo y paciencia, mucho tiempo y mucha paciencia.

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