Jornal de agosto

Un bombero entre los buitres

Un buitre leonado de dos metros de ala a ala planea por entre los riscos graníticos de La Pedriza en busca del cadáver de una vaca muerta o algún otro tipo de carroña. Su vuelo se cruza con la mirada de Juan José González Arroyo, bombero de la Comunidad, de 43 años. González (cara curtida, morena y arrugada) observa al carroñero desde el puesto de vigilancia de la Camorza, a 1.212 metros de altitud, la única atalaya de los bomberos de la Comunidad de Madrid en La Pedriza.González y el buitre se ven muchas mañanas de verano y se saludan, mudos, sólo con la vista. Ave y hombre comparten territor...

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Un buitre leonado de dos metros de ala a ala planea por entre los riscos graníticos de La Pedriza en busca del cadáver de una vaca muerta o algún otro tipo de carroña. Su vuelo se cruza con la mirada de Juan José González Arroyo, bombero de la Comunidad, de 43 años. González (cara curtida, morena y arrugada) observa al carroñero desde el puesto de vigilancia de la Camorza, a 1.212 metros de altitud, la única atalaya de los bomberos de la Comunidad de Madrid en La Pedriza.González y el buitre se ven muchas mañanas de verano y se saludan, mudos, sólo con la vista. Ave y hombre comparten territorio. El nido del carroñero y la caseta de vigilancia antiincendios son refugios vecinos. El nido, de acceso casi imposible, está enclavado en la ladera que asciende hasta la peña del Yelmo (de 1.717 metros de altitud). El puesto de vigilancia domina desde un picacho una extensión de miles de metros cuadrados: al norte, los riscos de la Milanera (donde anidaban los milanos) y Navacerrada; al sur, el embalse de Santillana y las torres de la Puerta de Europa de la capital; al este, la peña del Yelmo (donde acuden cientos de escaladores), y al oeste, la cruz del Valle de los Caídos.

A González le contrata el Gobierno regional sólo durante la campaña de verano, que este año comenzó el 15 de mayo y finalizará el 31 de septiembre. La Operación Fuego se ha adelantado un mes este año, porque la sequía ha disparado el riesgo de incendio. González cobra 136.000 pesetas limpias por cada uno de los casi cinco meses que va a trabajar. Su horario va de once de la mañana a nueve de la noche, y desde que el 17 de mayo se subió al puesto de observación, ya ha alertado al Centro de Coordinación de Operaciones de los bomberos (Cecop) de cinco incendios. En sus casi veinte años como vigilante del monte ha aprendido a distinguir los incendios por el color del humo. "Si es muy negro, se trata de un fuego de una nave o de un coche; cuando es gris, se trata de pastos, y si es blanco, son árboles", explica. Así avisa de los fuegos: "Atención Cecop para Camorza". "Adelante, Camorza", le contestan de la base. "A 260 grados veo una columna de humo, creo que son pastos", avisa. "Recibido". Sus palabras ponen en marcha camiones cisterna y demás medios del dispositivo para combatir las llamas.

Dentro de la cabaña, González tiene un gran mapa de la zona, un radiotransmisor, una estufa de leña, porque en alguna ocasión ya le ha pillado una buena y fría tormenta, y una radio que le ayuda a combatir el aburrimiento en la soledad del monte.

González teme los rayos, enemigos del bosque, al que pueden incendiar con facilidad. Un día casi le parte uno de ellos. Caminaba por los alrededores de la caseta en medio de una tormenta de verano, de las de poca agua, pero mucho relámpago. "¿Ves ese pino partido por la mitad?", pregunta. "Pues el rayo le cayó encima y salió rebotado hacia mí. Me pasó a apenas tres metros. Cayó ladera abajo". Aún le tiembla la voz cuando lo cuenta. "Me metí en la caseta y sólo salí un par de veces para echar un ojo", cuenta. "Me dije: ten cuidado, que tienes familia".

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