verano 99

El último afilador

Manuel Ocón mantiene el oficio, la enseñanza y la enorme biblioteca de historia malagueña que le legó su padre

Cuando murió su padre, el pasado 11 de noviembre, a los 72 años, parte de la memoria de la ciudad se quedó huérfana. "Desde ese día empezaron a compararnos y, eso, para mí, es un honor, porque el maestro siempre fue él. Pero yo llevaba trabajando ocho años solo, en la sombra; así que sé lo que hago", dice. Manuel Ocón se sabe el último representante de un oficio familiar que tarda en aprenderse tres años, inició su abuelo y, ahora, acabará con él. "A nadie le interesa ser afilador; un aprendiz me hundiría el barco, no da para tanto y, como sólo tengo una hija que no quiere ni pasar por la puer...

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Cuando murió su padre, el pasado 11 de noviembre, a los 72 años, parte de la memoria de la ciudad se quedó huérfana. "Desde ese día empezaron a compararnos y, eso, para mí, es un honor, porque el maestro siempre fue él. Pero yo llevaba trabajando ocho años solo, en la sombra; así que sé lo que hago", dice. Manuel Ocón se sabe el último representante de un oficio familiar que tarda en aprenderse tres años, inició su abuelo y, ahora, acabará con él. "A nadie le interesa ser afilador; un aprendiz me hundiría el barco, no da para tanto y, como sólo tengo una hija que no quiere ni pasar por la puerta del taller, esto se acaba", asume. El taller de los Ocón lleva 63 años abierto, sin cerrar un día por vacaciones, en el muy malagueño pasaje de Chinitas, junto al mítico café cantante que popularizara en una copla Lorca. Todo ese tiempo con el mismo motor de medio caballo sacado de los desperdicios de la guerra civil que mueve su banco de afilar: "Lleva una piedra o muela del grano 40 y un disco de fieltro, untado con un poco de esmeril y cola de patata; el motor va a 2.500 revoluciones", relata pedagógicamente Manolo Ocón -al que llaman El múo del pasaje, porque no cesa de dar charla a los clientes, "como en los tiempos en los que la prisa no existía"- desde su alquilado y diminuto local, el negocio más antiguo del pasaje. Ocón, de 40 años, estudió para maestro de escuela y acabó ejerciendo, como su padre, de pedagogo con los clientes a los que surte de anécdotas y saberes cabales o peregrinos. "Entérate que, en el ojo, caben 32 enfermedades", cuenta a un habitual de la tertulia. Ahora es el albacea de la biblioteca de su progenitor. Este tesoro, que el Ayuntamiento pretende quedarse en donación, pasa por ser el segundo de la provincia en su género, con más de 5.000 volúmenes, la gran mayoría, de temas malagueños. La biblioteca fue creada por el padre de Manuel Ocón bajo preceptos que ahora repite su hijo: "Una buena biblioteca es como una casa: debe tener cuatro puntales; primero, El Quijote; segundo, la Biblia; tercero, un buen diccionario; y cuarto, la historia de la ciudad donde hayas nacido, que en este caso fue la que publicó el siglo pasado don Francisco Guillén Robles. Con esos cimientos, puedes levantarla". Su anexo documental es también muy preciado: 50 álbumes de fotos con 52 fotografías cada uno, que guardan más de un siglo de Málaga, un álbum con todos los alcaldes de la ciudad, más otras 300 fotografías de paisanos ilustres, desde Vicente Espinel a Antonio Banderas, pasando por Emilio Prados, Rosario Pino, Fray Leopoldo de Alpandeire, Anita Delgado (la majaraní de Khapurtala), Pablo Picasso, Rafaela Aparicio o el mismo Eugenio Chicano. Parte de la galería ocupa las paredes del taller y se ha hecho tan popular, que los próceres de la ciudad babean por estar en ella. "Se ha convertido en algo político; que un afilador valore a un abogado más que a otro no se asume; choca que alguien al que todos suponen analfabeto y patán, sea admirado por intelectuales y respetado por obreros". Entonces sale a relucir la herencia del Ocón padre: la diplomacia del tendero, que le hacía ser "de derechas con los de derechas y comunista perdido con los comunistas". "¿Que si me siento obrero o intelectual? Ahí no quiero retratarme", dice El Múo, el último maestro cuchillero.

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