La última victoria de los flamencos

Un pollo de flamenco se pone de pie despacito, apoyando en el suelo un pico desmesurado. Mira hacia arriba con aire de sorpresa y se desliza por el mar de sal que le rodea, pareciéndose prodigiosamente a aquellas patinadoras artísticas rusas que ganaban medallas y medallas por su delicadeza sobre el hielo. El pollo todavía no sabe volar, pero aletea con ganas, por si acaso. Ahora lleva dos anillas, una en cada pata, y ha perdido un poco de sangre y un puñadito de plumas de un ala. Con esto queda identificado y controlado, y en lo sucesivo sus movimientos servirán a científicos españoles y fra...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Un pollo de flamenco se pone de pie despacito, apoyando en el suelo un pico desmesurado. Mira hacia arriba con aire de sorpresa y se desliza por el mar de sal que le rodea, pareciéndose prodigiosamente a aquellas patinadoras artísticas rusas que ganaban medallas y medallas por su delicadeza sobre el hielo. El pollo todavía no sabe volar, pero aletea con ganas, por si acaso. Ahora lleva dos anillas, una en cada pata, y ha perdido un poco de sangre y un puñadito de plumas de un ala. Con esto queda identificado y controlado, y en lo sucesivo sus movimientos servirán a científicos españoles y franceses para conocer mejor los hábitos, necesidades y problemas de su especie. Que es precisamente lo que se pretende con esta operación de anillamiento, que se celebró ayer en la Laguna de Fuente de Piedra, al Norte de la provincia de Málaga, y que tuvo como protagonistas, por un lado, a 800 flamencos de apenas un mes y medio, y por el otro, a 450 personas de edades y ocupaciones varias. Lo primero que sorprende al llegar al lugar de los hechos es que, en vez de agua, haya una extensa capa de sal. "No ha llovido nada, y la laguna está al 5%", explica Ignacio Trillo, delegado provincial de Medio Ambiente de la Junta. Uno de los técnicos que andan por allí lo corrobora. "El año pasado, a estas alturas, estábamos metidos en barro hasta la cintura; y había tantos mosquitos que nos sacaban en volandas". Lo dice con nostalgia. Pero es que el año pasado se batió un récord histórico: nacieron 15.300 pollos en Fuente de Piedra. Esta vez no llegan a los 1.300, y aún así hay que dar gracias, porque éste, junto con La Camarga, en Francia, es el único sitio de Europa en el que los flamencos han podido criar. La situación no deja de ser difícil. Los padres de los pollos que se anillaron ayer tienen que ir a buscar sustento a cientos de kilómetros de distancia, a las marismas del Guadalquivir o a Doñana. Salen al amanecer y vuelven de noche trayendo comida a sus hijos, que los esperan en grandes grupos, cosa que ha facilitado su captura. Y falta hacía, porque desde las cuatro de la mañana, los voluntarios empezaron a perseguir a los pollos y a meterlos en los corrales. El proceso era el siguiente: se los tomaba en brazos, se les pesaba y medía, se les colocaban las anillas, se les extraía sangre, se les ponía alcohol y un cicatrizante, y de vuelta a la laguna. Y con el fin de causar el menor trauma posible a los flamencos, para los que ésta debe ser una experiencia aterradora, todo se orquestó del modo más rápido y eficaz. Los voluntarios vestían camisetas de distinto color, según la función que tuviesen encomendada. Había siete equipos: portadores, veterinarios, soltadores... Se veían colas por doquier, pero sus integrantes, que llevaban siempre un flamenco entre manos, se movían muy rápido. Y se oían pregones extraños: "¡pollo, pollo!", "¿quién quiere pollo?", "¡sangre!", "¿quién es el portador de este bicho?". Aquello andaba como un reloj. Chiqui Garrido, por ejemplo, que vino de la Estación Biológica de Doñana, anilló 130 ejemplares en 35 minutos. Si algún pollo se hacía daño o se agobiaba demasiado, había un hospital esperándole. Allí recibía atención médica y apoyo psicológico. Eso decía Ricardo del Moral, un veterinario que tenía a su cargo un corral de adaptación, pensado para que los animales pasaran gradualmente del hospital a la laguna. Cuidó de un paciente especialmente débil toda la mañana; "¿cómo sigue el chiquitajo?", preguntaban los voluntarios. Un entusiasta le ofreció una petaca, pero su propuesta fue rechazada por unanimidad. Al final el chiquitajo se levantó solo, sin whisky ni nada, y pudo volver a casa, a la sal. El próximo episodio, el verano que viene. Y con un poco de suerte, habrá más agua.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En