Tribuna:

Burgueses

MIGUEL ÁNGEL VILLENA Un compañero de profesión, que se dedica desde hace años a la información económica, define así a los empresarios valencianos: "Suelen llevar sortijas, cadenas y relojes de oro, se desanudan la corbata y se desabrochan la camisa al primer plato de arroz, se jactan sin pudor del muchísimo dinero que han ganado y tienen por norma solucionar sus problemas al margen de la administración y de los trámites burocráticos". Pese a que este retrato raya en una caricatura -que siempre exagera los rasgos- el perfil trazado por este periodista viene a coincidir bastante con los académ...

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MIGUEL ÁNGEL VILLENA Un compañero de profesión, que se dedica desde hace años a la información económica, define así a los empresarios valencianos: "Suelen llevar sortijas, cadenas y relojes de oro, se desanudan la corbata y se desabrochan la camisa al primer plato de arroz, se jactan sin pudor del muchísimo dinero que han ganado y tienen por norma solucionar sus problemas al margen de la administración y de los trámites burocráticos". Pese a que este retrato raya en una caricatura -que siempre exagera los rasgos- el perfil trazado por este periodista viene a coincidir bastante con los académicos informes y los documentados ensayos que muchos profesores universitarios han elaborado sobre la burguesía valenciana. Lo bien cierto es que los valencianos no hemos tenido mucha suerte con nuestros burgueses. Anclados en una visión rural del mundo, individualistas feroces, con poca afición por la cultura y más bien reacios a las innovaciones, los empresarios de la cantera se han revelado incapaces de jugar un papel de dirigentes sociales con carisma. Salvo honrosas excepciones, sus funciones de liderazgo no han ido más allá de deslumbrar al vecino con chalés de lujo o coches de gran cilindrada. Lejos de invertir estas tendencias, los tiempos modernos han alumbrado un tipo de responsables empresariales más proclives a la política que a la industria y que, en más de una ocasión, han desfilado por los juzgados acusados de irregularidades financieras. No deja de ser sintomático que en apenas una década dos presidentes de la Confederación Empresarial Valenciana y un antiguo secretario de la patronal hayan tenido que rendir cuentas de gestiones dudosas. El caso de la supuesta utilización indebida de fondos para formación, que ha implicado a José María Jiménez de Laiglesia y Luis Espinosa, representa por ahora el último capítulo de una historia poco edificante de la burguesía valenciana. Quizá tengan razón esos contados industriales con éxito que sostienen que la patronal valenciana suele estar dirigida por gentes que no son auténticos empresarios, sino otras cosas.

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