Tribuna:

La credibilidad del nuevo primer ministro

Aparentemente, en Oriente Próximo están comenzando a darse las condiciones que facilitarían que el llamado proceso de paz israelo-palestino, hoy estancado, reiniciara su camino y condujera a una situación satisfactoria para ambas partes. Ello sería posible si las expectativas creadas por la desaparición democrático-electoral del intransigente y arrogante primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y el acceso al poder del nuevo, Ehud Barak -cuya racionalidad política se da por supuesta- se cumpliesen. Hace tan sólo una semana que Barak ha asumido el cargo y la actividad desarrollada hasta ahor...

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Aparentemente, en Oriente Próximo están comenzando a darse las condiciones que facilitarían que el llamado proceso de paz israelo-palestino, hoy estancado, reiniciara su camino y condujera a una situación satisfactoria para ambas partes. Ello sería posible si las expectativas creadas por la desaparición democrático-electoral del intransigente y arrogante primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y el acceso al poder del nuevo, Ehud Barak -cuya racionalidad política se da por supuesta- se cumpliesen. Hace tan sólo una semana que Barak ha asumido el cargo y la actividad desarrollada hasta ahora (entrevistas con el presidente egipcio, Hosni Mubarak, y con el palestino, Yasir Arafat) pueden calificarse tan sólo como de tanteo. En los días inmediatos verá al rey Abdalá de Jordania y a Bill Clinton, y es probable que en semanas o meses se produzca un encuentro con el duro por antonomasia del área, el presidente sirio, Hafez el Asad, quien -en un comunicado conjunto con Borís Yeltsin recién emitido en Moscú- afirma creer que los resultados de los comicios israelíes "abren oportunidades específicas de cara a esfuerzos constructivos hacia una paz justa y global en la región".

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Que Oriente Próximo inicie o no una fructífera (deseemos que definitiva) etapa de paz y cooperación regional lo veremos en el futuro muy inmediato. Es probable que -después de tantas concesiones y renuncias de los palestinos durante la última década- Israel no vuelva a disponer de una oportunidad como ésta, arropada por los dirigentes árabes, moderados y radicales, con la excepción de algunos (principalmente los fundamentalistas de Hamás), cuyo extremismo quedará más reducido cuanta más acusada sea la moderación israelí. Hay motivos para el optimismo, desde el momento en que el propio Barak acaba de reconocer que sus primeras semanas de gobierno serán fundamentales, no tanto por con quién se reúna cuanto por lo que en concreto lleve a cabo.

De ahí que -después de la destrucción generalizada y sistemática por Netanyahu de los avances hacia la paz, y de las esperanzas creadas en muchos palestinos y árabes por sus antecesores laboristas a raíz de los encuentros de Oslo de 1993- sea la clave para la credibilidad del recién llegado que el nuevo Gobierno de Israel genere medidas de confianza concretas que pudieran suscitar de nuevo la ilusión. Una de ellas podría ser la inmediata puesta en marcha del congelado acuerdo de Wye Plantation, patrocinado por Estados Unidos, asumido por la Unión Europea y firmado por el propio Netanyahu y, desde luego, por Arafat.

Oslo supuso la aceptación por ambas partes, israelí y palestina, de que el recelo y el odio no conducían a nada. Supuso la asunción de la confianza, aún relativa. El olvido militante (o al menos el propósito de olvidar) de tantas barbaridades cometidas por unos y por otros. El comienzo de un camino -vislumbrado en 1991 durante la Conferencia de Paz de Madrid- que debería llevar a la cooperación mutua primero y luego a la regional, umbral de la paz definitiva. Todo ello fue puesto en peligro, absurdamente, superfluamente, por Netan-yahu. Y muchas más cosas. Por ejemplo, el tratado de paz firmado con Jordania en 1994 por Isaac Rabin, entonces primer ministro. La irresponsable política que Netanyahu puso en marcha al acceder al Gobierno en 1996 hizo que -según una encuesta de 1998- más del 80% de la población jordana opinara que Israel era todavía el enemigo, cuando según otro sondeo de 1994 -inmediatamente después del acuerdo que ponía fin al estado de guerra de 46 años entre Jordania e Israel-, el 80,2% de los encuestados apoyaba el pacto.

Los infaustos años de Netanyahu reintrodujeron el pesimismo acerca de las posibilidades de lograr una paz justa definitiva. A diferencia de los años post-Oslo, palestinos e israelíes apenas se hablaban, no se trataban, desconfiaban crecientemente los unos de los otros. El tándem Isaac Rabin-Simón Peres llegó a sintonizar con Arafat, tan vilipendiado, tanto tiempo odiado. El líder palestino correspondió de similar manera y triunfó el pragmatismo. Un ambiente alimentado de sentido de la historia y de mero sentido común hizo que sobre lo desgarradoramente emocional se impusiera la razón. Ojalá Ehud Barak culmine la tarea. Shalom, salam.

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