Tribuna:

Otra vuelta de tuerca

Por obra y gracia del endurecimiento que Fidel Castro ha impuesto a su régimen, las perspectivas de un viaje real a Cuba se han desvanecido. Hacia marzo llegó a parecer algo inminente. Nadie se acordaba ya del anatema pronunciado por Fidel contra los conquistadores en el momento de recibir al Papa. En la Plaza de Armas, bajo los soportales, allí donde se encontraba hasta hace un par de años la estatua de FernandoVII, con un letrero evocador de su condición de tirano, está ahora la de CarlosIII, en tanto que su malvado nieto ha sido transferido a un lugar de privilegio en la misma plaza, con la...

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Por obra y gracia del endurecimiento que Fidel Castro ha impuesto a su régimen, las perspectivas de un viaje real a Cuba se han desvanecido. Hacia marzo llegó a parecer algo inminente. Nadie se acordaba ya del anatema pronunciado por Fidel contra los conquistadores en el momento de recibir al Papa. En la Plaza de Armas, bajo los soportales, allí donde se encontraba hasta hace un par de años la estatua de FernandoVII, con un letrero evocador de su condición de tirano, está ahora la de CarlosIII, en tanto que su malvado nieto ha sido transferido a un lugar de privilegio en la misma plaza, con la misma leyenda al pie de su efigie que fuera inscrita en la primera mitad del siglo XIX. Las inversiones hoteleras modifican la versión marxista de la historia. La reconquista de la isla se hace por fin realidad en los ámbitos de las inversiones y del comercio de exportación, sobre un telón de fondo de playas tropicales y de cayos unidos a tierra firme por pedraplenes. No es fácil descender desde ese paraíso ficticio a la cruda situación en que se encuentra la mayoría de los cubanos, con sus seis huevos al mes -y eso en La Habana-, doce libras de arroz y un salario mensual de mil quinientas o dos mil pesetas (pensión de jubilado: setecientas al mes). Existencia precaria que un grupo musical popular llamado Punto y Coma refleja en una de las canciones más celebradas de los últimos tiempos en la Isla: la música es un préstamo de La puerta de Alcalá, de Víctor Manuel y Ana Belén, y narra una historia emblemática del tiempo presente, la cría clandestina del cerdo en un apartamento privado de la capital. De "la puerta de Alcalá", con Carlos III diciendo "ahí está", pasamos a las andanzas habaneras de La puerca Caridad, cerda convertida en centro de atenciones -y consumo de raciones- de toda la familia, con la esperanza de devorarla o venderla una vez cebada. "Debes tratarla mejor que a un extranjero", advierte la letra. Ni siquiera hay final feliz en esta historia de humor negro. La policía descubre la granja doméstica y todos acaban detenidos, incluida la puerca. Una triste y ajustada metáfora del hoy de Cuba.

La Isla sigue anclada en un presente colocado bajo el signo de la represión, cuyo endurecimiento proclamó en febrero el Comandante eterno ante la Asamblea del llamado Poder Popular, pero que ya había sido anunciado anteriormente con la caza y captura de jineteras pobres, taxistas incapaces de pagar el impuesto exigido de sus viejos cacharros y otros ilegales menesterosos. Las primeras van a parar a la reeducación, léase prisión de hasta dos años para unas cinco mil según el rumor de la calle. El enjambre de policías venidos, como los magos, de Oriente, que pueblan todas y cada una de las esquinas del centro de La Habana actúa selectivamente, machacando a los desprotegidos y respetando a los que de un modo u otro tienen un enganche con el sistema.

Antes, con Marx en la mano, la culpa era del capitalismo. Ahora éste ya no existe, por lo menos oficialmente, y las conductas desviadas regresan con mayor fuerza si cabe. Pero Fidel y los suyos no pueden admitir que esto sea el fruto de su propio fracaso, y por eso sólo les cabe el recurso de culpabilizar a los individuos. Resultado: más policías y mayor control, más detenciones, más años de cárcel y anuncio de penas de muerte. Todo un programa de emancipación del pueblo, en nombre de esa disciplina social convertida en prueba del supuesto apoyo de los cubanos a la dictadura. En una palabra, el poder es adjudicado al pueblo, pero cada componente individual de ese pueblo es un delincuente en potencia.

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Y ciertamente, Marx no es una referencia inútil a la hora de explicar lo ocurrido: un extraño viaje emprendido cuando en esta misma década Fidel admitió dar luz verde al capitalismo extranjero y a la dolarización para salir del pozo del periodo especial. Sólo que en el curso de la misma el líder supremo decidió también, fiel a su historia, colocar un muro infranqueable ante la iniciativa económica individual. La variante cubana de la vía china hacia el capitalismo comunista quedaba de esta manera cegada.

La posibilidad de acumulación de beneficios se reserva para los capitalistas extranjeros, así como para el Estado y sus servidores de primera fila. Son los "empresarios socialistas de Estado", cuya condición privilegiada en tanto que "grandes trabajadores" se ensalza en televisión al tiempo que es condenado el viejo mito igualitario. Paralelamente, los sueldos de un empleado de empresa instalada con capital europeo o canadiense son bajos, pero se pagan en dólares al Estado, que los traduce en una remuneración mísera en pesos para los trabajadores. Una forma de plusvalía depredadora no prevista por Marx. El socialismo y el nacionalismo del discurso oficial se convierten así en expresiones sin contenido, ya que de un lado el capitalismo extranjero goza de carta blanca y define un espacio de enriquecimiento y ocio vedado a los cubanos de a pie, y de otro la barrera del dólar es como un tajo de machete sobre la sociedad cubana, fomentando una desigualdad más insuperable que la que pudo existir antes de la Revolución. De ahí que pueda hablarse de un salto atrás en la secuencia de los modos de producción, hacia un capitalismo neoesclavista, por cuanto el trabajador carece de posibilidad alguna -salvo mediante el recurso a un comportamiento ilegal- para superar un salario de mera supervivencia física. Y con los controles e impuestos que recaen sobre toda actividad individual sucede lo mismo. La única elección es ahogarse o incurrir en fraude. Lógicamente, la mayoría de los cubanos opta por lo segundo, de suerte que bajo el discurso inagotable de la moralidad revolucionaria lo que se encuentra es una corrupción generalizada.

Como consecuencia, el círculo vicioso represión-corrupción-represión constituye un resultado inevitable de la política económica adoptada a partir de 1995. Llovía sobre mojado, porque en la economía estatizada de los ochenta el sistema era ya un auténtico coladero para la transferencia ilícita de bienes desde el sector público al privado. "Aquí todos roban", era y es el lema de esta curiosa racionalidad económica del castrismo. Y gracias a eso, muchos sobreviven, cabría añadir. La respuesta de Castro es la que cabía esperar en él: más castigos y sanciones para que la opacidad del sistema no sea vulnerada. Toda in- formación verídica, susceptible de llegar al exterior se convierte en delito, según la reciente Ley de Protección de la Independencia Nacional y de la Economía. Una reacción lógica, como lo es calificar de sediciosa la propuesta de los cuatro, ahora condenados, afirmando que "la patria es de todos". Tiene razón el castrismo: proclamar tal cosa en una dictadura constituye una provocación intolerable.

Porque la Cuba dual, impulsada hacia adelante por las remesas procedentes de Miami y por el turismo, necesita dualidad de imágenes y dualidad de espacios. El mejor ejemplo es la estupenda Habana vieja, reserva del pasado para turistas, que está diseñando el todopoderoso "historiador de la ciudad", Eusebio Leal. Las restauraciones en cadena ofrecen un menú atractivo para el visitante: belleza arquitectónica, hoteles en palacios coloniales, restaurantes, salsa. Los excluidos de ese afortunado gueto van a parar a un cinturón urbano de penuria adonde la mirada del turista no debe penetrar. "Esto no hay quien lo tumbe, y tampoco quien lo arregle", es el dicho popular. En suma, ineficacia económica, reforma hoy imposible y represión agravada. ¿Qué puede hacer el rey de una democracia en semejante medio? Tal vez una solución digna hubiera consistido en lanzar y explicar el grito siempre traicionado en la historia de la isla: "¡Viva Cuba libre!".

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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