Editorial:

Tiananmen

Hace diez años que los jerarcas chinos mandaron al Ejército a la plaza de Tiananmen -centro simbólico del poder político en China- para liquidar en una noche de horror el movimiento democrático que los estudiantes abanderaban en la primavera de 1989. Todavía hoy se ignora si murieron cientos o miles de personas a manos de los soldados. El régimen de Pekín nunca ha revelado los datos ni ha reconocido su bárbara represión. Diez años después de la matanza sigue considerando oficialmente que aplastó lo que Deng Xiaoping consideró una conspiración, una insurrección protagonizada por los enemigos de...

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Hace diez años que los jerarcas chinos mandaron al Ejército a la plaza de Tiananmen -centro simbólico del poder político en China- para liquidar en una noche de horror el movimiento democrático que los estudiantes abanderaban en la primavera de 1989. Todavía hoy se ignora si murieron cientos o miles de personas a manos de los soldados. El régimen de Pekín nunca ha revelado los datos ni ha reconocido su bárbara represión. Diez años después de la matanza sigue considerando oficialmente que aplastó lo que Deng Xiaoping consideró una conspiración, una insurrección protagonizada por los enemigos del Estado. China ha cambiado mucho en los últimos 20 años, desde que sus dirigentes aceptaran como inevitable una reforma económica que ha abierto las puertas a las leyes del mercado y que ha transformado para mejor las vidas de sus casi 1.200 millones de habitantes. El gigantesco país está en camino de convertirse en una potencia económica y militar. Pero su déficit democrático sigue siendo el mismo que cuando los tanques marcharon contra quienes pedían pacíficamente la liberalización del sistema.Pekín firmó el año pasado el convenio de las Naciones Unidas sobre derechos políticos y civiles, que reconoce, entre otras, las libertades de expresión y asociación. Pero esto no ha evitado que fueran condenados a 13 y 11 años de cárcel dos destacados disidentes, fundadores del Partido Chino Democrático, por tener la osadía de querer pensar por sí mismos y expresar sus pensamientos. Otros miles de heterodoxos políticos o activistas religiosos permanecen en prisión sin que EEUU ni la UE hagan mayores esfuerzos por evitarlo.

El presidente Jiang Zemin ha anunciado a los chinos que nunca tendrán una democracia al estilo occidental; pese a ello, los ciudadanos del país más poblado del planeta suspiran por estudiar fuera, disfrutar la tecnología importada o conectarse con sus sistemas de información global. La opacidad en la que se desenvuelve el régimen chino no permite apreciar fracturas serias en el monopolio del poder que ejerce el partido comunista. Pero es obvio que el progreso económico puede llegar a producir presiones políticas colosales. El declive de la ideología marxista y la corrupción socavan los cimientos del partido único y su cerrada organización.

Los medios de comunicación oficiales avisan a los chinos contra cualquier veleidad de celebración del décimo aniversario de Tiananmen. El Gobierno ha alertado a su maquinaria policiaco-militar y de propaganda para que no se le vaya de las manos una fecha de pesadas resonancias históricas. El Diario del Pueblo prevenía ayer contra "los intentos de fuerzas hostiles para infiltrar, subvertir y dividir a China", y proponía como remedio "creer incluso más resueltamente en el liderazgo del Comité Central del partido". El mismo lenguaje revela la magnitud del desfase que China padece entre una economía y una sociedad en transformación y el quietismo de su sistema político. Tiananmen, 10 años después, es el reflejo cabal de cómo unas instituciones teóricamente diseñadas para transformar la sociedad son incapaces de adaptarse a los tiempos nuevos.

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