Tribuna:

Primer envite JOSEP RAMONEDA

Al inicio de la campaña electoral los sondeos auguran a Joan Clos mejor resultado del que obtuvo en su día Pasqual Maragall. Un crecimiento que podría ser relativizado por la caída de sus socios de gobierno. Joan Clos ha sabido crecer como alcalde saliéndose rápidamente de la poderosa sombra de su antecesor. El hecho de que Maragall optara por otros objetivos ha facilitado, sin duda, la consolidación del alcalde. Pero hay cierta coincidencia en señalar que el asentamiento de Clos se debe precisamente a que ha entendido que los ciudadanos premian a quien preserva la figura del alcalde de las qu...

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Al inicio de la campaña electoral los sondeos auguran a Joan Clos mejor resultado del que obtuvo en su día Pasqual Maragall. Un crecimiento que podría ser relativizado por la caída de sus socios de gobierno. Joan Clos ha sabido crecer como alcalde saliéndose rápidamente de la poderosa sombra de su antecesor. El hecho de que Maragall optara por otros objetivos ha facilitado, sin duda, la consolidación del alcalde. Pero hay cierta coincidencia en señalar que el asentamiento de Clos se debe precisamente a que ha entendido que los ciudadanos premian a quien preserva la figura del alcalde de las querellas políticas. Clos se ha dedicado a administrar la ciudad, evitando en lo posible los enfrentamientos con otras instituciones y manteniéndose al margen del debate político. En tiempos en que la política no va sobrada de prestigio, la ciudadanía aplaude este estilo. Dejo para otra ocasión el debate sobre los tiempos pospolíticos y los riesgos de que por este camino lleguemos pronto a la era posdemocrática. El ejemplo de Clos sirve para ilustrar la idea de que las elecciones municipales son muy distintas de las otras. Y que el alcalde, especialmente en las ciudades de mayor heterogeneidad política y social, es valorado por la capacidad de ejercer un reformismo integrador que se traduzca en mejoras permanentes más que por la dimensión política de su proyecto. Quizá por eso se acumulan los signos de que el 13 de junio tendrá una clave fundamentalmente continuista, y que sacar conclusiones políticas de estas elecciones puede ser arriesgado. Sólo los muchos años que algunos alcaldes llevan en el puesto puede dar lugar, en casos aislados, a alguna sorpresa, difícil de prever porque nada es tan aleatorio en el comportamiento del elector como el cansancio de ver siempre una misma cara. Sin embargo, no podemos olvidar que en otoño habrá elecciones autonómicas y que, aunque sólo sea por una cuestión de calendario, las municipales son su preludio. Un preludio que, en la medida que los dos principales candidatos a la Generalitat, Jordi Pujol y Pasqual Maragall, tienen concepciones sustancialmente distintas del papel del mundo municipal en Cataluña, puede tener un epílogo después de otoño. Si Pujol ve a los municipios absolutamente supeditados a la lógica nacional de una Generalitat jacobina, Maragall ha defendido siempre el ámbito local como pieza básica de la articulación política del país. De modo que una victoria de Maragall debería abrir nuevas expectativas en la política municipal. Con esta segunda cita electoral como telón de fondo, aun aceptando que la clave del voto municipal tiene poco que ver con el voto político autonómico, algunas tendencias podrían ser relevantes. Si el Partit dels Socialistes (PSC) consolida sus posiciones en el entorno metropolitano de Barcelona, conserva los municipios que tiene y gana alguno en la segunda corona, y capitaliza el desgaste convergente en algún lugar concreto de la Cataluña profunda, se podría decir que el campo de juego de las autonómicas se habría ensanchado y que las posibilidades de éxito de Maragall serían mayores. Por el contrario, si el PSC perdiera algunos de sus municipios más emblemáticos y no progresara en las zonas de hegemonía nacionalista, el campo se estrecharía y Pujol seguiría jugando en casa con todas las de ganar. Naturalmente, el más emblemático de los ayuntamientos del PSC es el de Barcelona. Algunos sustentan una simplista teoría de los equilibrios, según la cual si el PSC perdiera la capital, la Generalitat estaría amenazada porque a los catalanes no les gusta que todo el poder esté en unas mismas manos. Son los mismos eternos conspiradores de salón que sostienen que Pujol busca siempre candidatos menores para el Ayuntamiento de Barcelona para no ganarlo. A veces, de tanto calcular driblan su propia sombra. Los partidos políticos aspiran a ganar siempre, que para eso están hechos. Y cuando salen de perdedores es por incapacidad y no por voluntad deliberada. Ya le hubiera gustado al PSC haber querido perder las anteriores autonómicas porque convenía a Felipe González, como algunos afirman. Ahora ya las podría querer ganar y todo debería ser muy fácil. Si Convergència sale con desventaja en Barcelona no es porque Pujol no quiera ganar, sino porque desde su Gobierno ha mantenido siempre un indisimulable recelo hacía la capital catalana, y estas cosas se transmiten y generan desconfianza en el ciudadano. El PSC lleva años ganando en Barcelona contra la lógica de la estructura social de la ciudad. Perder Barcelona, por mucho que digan algunos, sería un pésimo síntoma para Maragall. Precisamente Barcelona es el ejemplo de la capacidad de trascender espacios politicosociales que el PSC necesita para ganar. Si ni siquiera en Barcelona lo consiguiera, difícilmente lo lograría en el resto del país. Ganar Barcelona no garantiza al PSC una futura victoria de Maragall. Perderla la haría casi imposible.

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