Tribuna:

Parte de la culpa

"La operación fue todo un éxito... sólo que el paciente falleció". Como José Comas, que así tituló su artículo, también yo creo que éste puede ser el resultado de una operación en la que se decidió matar gorriones a cañonazos para proteger a los kosovares a muerte.Está claro, para empezar, que aceleró el proceso de limpieza étnica, ejecuciones sumarias y congelación de seres indefensos en el bosque. ¿Y cómo podía ser de otro modo? ¿Cómo esperar que el hostigamiento de una minoría armada realizado en nombre de una mayoría indefensa no repercutiera mayormente sobre ésta? ¿Cómo no anticipar que u...

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"La operación fue todo un éxito... sólo que el paciente falleció". Como José Comas, que así tituló su artículo, también yo creo que éste puede ser el resultado de una operación en la que se decidió matar gorriones a cañonazos para proteger a los kosovares a muerte.Está claro, para empezar, que aceleró el proceso de limpieza étnica, ejecuciones sumarias y congelación de seres indefensos en el bosque. ¿Y cómo podía ser de otro modo? ¿Cómo esperar que el hostigamiento de una minoría armada realizado en nombre de una mayoría indefensa no repercutiera mayormente sobre ésta? ¿Cómo no anticipar que un ejército y una policía militar que han de diseminarse para huir de las bombas a granel van a dedicarse al asesinato y al saqueo al detall? ¿O es que transformar a policías y militares en milicianos esparcidos por el país, temerosos y rabiosos, no era la peor bomba que se podía lanzar sobre el pueblo kosovar: la macroguerra contra los centros estratégicos serbios pulverizada en la microguerra de balas a domicilio albanés?

Iniciar una operación aérea a escala sin querer arriesgar la vida de algunos soldados propios (el método "cero muertos") es algo que sólo podía hacerse con enormes costes para los defendidos -que se transformaban así en rehenes y víctimas de su propia protección-. ¿Quedarán kosovares cuando la OTAN salve Kosovo? ¿Cuántos permanecerán aún en su país y no en otra tierra -o debajo de ella-? ¿Y no se sabía acaso, desde Srebrenica, que llegar "el día después" es haber auspiciado el genocidio de "el día antes"?

Todo esto se sabía, claro está. Hace ya seis años, cuando yo estuve allí, era perfectamente visible. ¿Por qué se decidió, pues, hacerlo de este modo? La respuesta es muy simple: porque sólo los americanos tuvieron la voluntad y el coraje de intervenir en un genocidio a cámara lenta que los Estados europeos llevaban tiempo sin querer ver, o mirando tal vez por su propio retrovisor. Entre si son galgos o podencos, preguntándose, como hacen los niños, quién es el "bueno" o el "malo" de la película, han dejado en manos de los Estados Unidos la iniciativa de crear el mínimo consenso para intervenir de una vez. Y es lógico que quien toma la decisión la lleve a cabo del modo que sabe hacerlo; y que si son los americanos, este modo sea a lo grande y desde lo alto, como una "Tormenta del Desierto" más.

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Porque no podemos engañarnos también en esto: los Estados europeos se sintieron obligados y arrastrados a enfrentar el genocidio desde que la presidencia y la televisión americanas impidieron a los europeos seguir quitando hierro y añadiendo quidproquos al genocidio que estaba ocurriendo en su patio trasero. (¿Habrá que esperar a que también les inquiete o interese a los americanos lo que pasa al pueblo kurdo para que no dejemos que los vayan matando?). Una guerra decidida realizada y transmitida a lo grande les cae así a unos pueblos balcánicos que desde siempre vienen siendo las víctimas de todo lo macro que en este siglo ha sido: de la macroestrategia del tratado de Versalles, a la macroeconomía de la "autogestión" marxista, a la macroguerra, hoy, de los A-10 y los Thunderbolt II.

¿No podían los europeos haberlo hecho ahora de un modo distinto? Sin duda, y desde mucho antes. Pero para empezar debían tener un proyecto -no sólo un mito o un mercado- europeo que rebasara el de unos Estados nacionales cargados de nostalgias y recelos, de memorias históricas y voracidad de fondos estructurales. ¿Cómo está lo de mi cheque o mis fondos?, fue la cuestión "europeísta" que plantearon en Berlín. ¿Y cómo queda lo de mi soberanía territorial si se interviene en Kosovo?, es la pregunta "geoestratégica" con la que han estado haciéndose el remolón. Ésta es, claro está, la profunda "afinidad electiva" que les unía a Milosevic: su común y aguda alergia a todo lo que suene de lejos a fragmentación; a todo lo que pueda poner en cuestión de integridad de un Estado. ¡Menudo precedente eso de que para proteger un pueblo o una comunidad se pueda violar la soberanía territorial! ¿Y no habíamos quedado, además, que lo bueno era ser "cosmopolita"?, ¿que había que estar a las resultas de las fronteras trazadas por las guerras, ocupaciones o deportaciones del pasado -y no de las que expresan la voluntad de los pueblos que hoy viven en ellas-? Por algo un general francés de la OTAN pasaba información secreta a los cosmopolitas serbios, que no dejaban de declarar (y no sin razón, aunque irónica) lo mucho que, de verdad, quieren y necesitan a los albaneses en Kosovo. "Nada, nada -como decía aquel coronel-, aquí todos cosmopolitas y en fila". ¿Hasta dónde íbamos a llegar con eso de que los países no se conformen con el diseño tan imaginativo y variado que en su día hicieron de ellos las potencias a fin de que sirvieran de Estado-propina, Estado-tapón, Estado-puente o Estado-retaguardia? ¿O es que Yugoslavia no fue el invento con el que los vencedores en Versalles unificaron a los "esclavos del sur" para acabar de estrangular al Imperio Austrohúngaro?

Pocas cosas tan tradicionalistas, paseístas y reaccionarias como este cosmopolitismo doctrinario que sin escrúpulos antepone el resultado de la guerra de ayer a la voluntad de los pueblos de hoy. Un cosmopolitismo que se puede alegrar sin rebozo de que "los crímenes contra la humanidad" no tengan ya fronteras para Pinochet, pero que les inquieta el precedente de que no los vaya a tener para un Estado soberano en la "gestión" de sus problemas internos. Esto es lo que les achicaba la boca cada vez que había que denunciar a Serbia en el Parlamento Europeo. Esto es lo que sigue minando la voluntad de los Estados europeos y que les llevó a dejar en las manos -y en las maneras- de los americanos la tarea de enfrentar los genocidios europeos... ¿No será ésta la cuota parte de culpa que, por existir, tenemos aquí vascos, gallegos y catalanes de lo que les ha caído encima a los kosovares?

Xavier Rubert de Ventós es filósofo.

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