Tribuna:

Marruecos

MIGUEL ÁNGEL VILLENA Tinerhir es un pueblo del Atlas marroquí recostado sobre el esplendor de un oasis, salpicado de fortalezas y de casas de adobe en medio de un paisaje desértico y al pie de desnudas montañas. Dos ríos cruzan y dan vida a Tinerhir que ha desplegado un sofisticado y a la vez sencillo sistema de riego a través de acequias, arroyos y canales. Maestros del aprovechamiento del agua en zonas inhóspitas, los árabes han desarrollado toda una cultura donde fuentes, riachuelos, pozos y compuertas tienen como misión ayudar a sobrevivir al hombre, pero también expresan un amor por la t...

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MIGUEL ÁNGEL VILLENA Tinerhir es un pueblo del Atlas marroquí recostado sobre el esplendor de un oasis, salpicado de fortalezas y de casas de adobe en medio de un paisaje desértico y al pie de desnudas montañas. Dos ríos cruzan y dan vida a Tinerhir que ha desplegado un sofisticado y a la vez sencillo sistema de riego a través de acequias, arroyos y canales. Maestros del aprovechamiento del agua en zonas inhóspitas, los árabes han desarrollado toda una cultura donde fuentes, riachuelos, pozos y compuertas tienen como misión ayudar a sobrevivir al hombre, pero también expresan un amor por la tierra. Cuando miramos con aires paternalistas a estos pueblos del sur, solemos olvidar los valencianos que de ellos heredamos ese gusto por cuidar la tierra y por disfrutar del agua. Durante cinco siglos los musulmanes gobernaron las comarcas valencianas, pero más allá de este dominio político y de esta influencia cultural, los moriscos mantuvieron su hegemonía en la agricultura hasta comienzos del siglo XVII cuando fueron definitivamente expulsados. Cuentan los historiadores para ofrecer una magnitud de aquella catástrofe económica que el Reino de Valencia tardó casi un siglo en recuperarse de la forzada ausencia de aquellos moriscos. Acostumbrados a reivindicar las identidades que vinieron del norte con los catalanes o del este, con diversos pueblos de todo el Mediterráneo, ignoramos a menudo el peso de cientos de años de cultura árabe que permanecen todavía en los topónimos, en los campos de cultivo, en la ordenación del territorio, en la artesanía, en la arquitectura, y sobre todo en las fiestas, las sonrisas o las charlas en la plaza. En suma, en una filosofía de vida. Algunos, como el escritor Josep Piera han reclamado sin embargo estas raíces árabes, tan relegadas por una falsa modernidad. Basta con leer su magnífico libro Seducción de Marraquech, que sigue una línea literaria del escritor de La Safor sobre las influencias que hemos recibido, en esta capital de Marruecos situada a las faldas del Atlas, para que los valencianos nos reconozcamos en estos paisajes y en estas gentes del sur.

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