Tribuna:EL BALCÓN

Espárragos fritos

TEREIXA CONSTENLA La reconciliación entre los espárragos radiactivos y los hisopos radicales de Jerez ha llenado las almas de esperanza y amor, justo el armamento más útil para sobrevivir a la Semana Santa sin pelearse con la muchedumbre ni resignarse a engullir palomitas mientras se cuentan penitentes en la tele. El armisticio llegó en forma de finísima confesión gastronómica del obispo de Asidonia-Jerez, Rafael Bellido Caro. "Los espárragos me los como revueltos con un huevo frito, pero luego no me meto en nada más", dijo. Así, con suma sencillez, se materializó la paz entre los rockeros c...

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TEREIXA CONSTENLA La reconciliación entre los espárragos radiactivos y los hisopos radicales de Jerez ha llenado las almas de esperanza y amor, justo el armamento más útil para sobrevivir a la Semana Santa sin pelearse con la muchedumbre ni resignarse a engullir palomitas mientras se cuentan penitentes en la tele. El armisticio llegó en forma de finísima confesión gastronómica del obispo de Asidonia-Jerez, Rafael Bellido Caro. "Los espárragos me los como revueltos con un huevo frito, pero luego no me meto en nada más", dijo. Así, con suma sencillez, se materializó la paz entre los rockeros cofrades y los marchosos del palio. Un ansia a un lado, la verdad. El tiempo es otra. Produce tanto repelús pensar en esos castradores diluvios bíblicos que cuesta reprimir las continuas ganas de rezar -o telefonear, según credos- a los servicios de predicción e información metereológica andaluces para comprobar si nada amenaza al Santo Entierro de Écija o al Cristo de los Gitanos camino del Sacromonte granadino. El Domingo de Ramos estuvo bien, quizás un pelín sofocante para las corbatas de Sevilla, un territorio que compite seriamente con los parqués bursátiles y las cumbres europeas por ofrecer la mayor concentración de trajes por metro cuadrado del mundo. Pero no es el único hito visible en Sevilla. Los índices de gente animosa y dispuesta a vencer todas las adversidades procesionales se disparan en la capital andaluza. No hay más que observar a los impenitentes papás y mamás, que emprenden su particular vía crucis con el carrito del bebé entre las bullas sevillanas. Imperturbables, cual esfinges, soportan críticas por lo bajini o improperios a viva voz, que amenazan con exterminar la fe en el prójimo. Tampoco es más fácil ser nazareno en Sevilla, dada la proliferación de expertos en la materia. Donde los profanos ven composiciones bellas, los entendidos te pueden desbaratar una procesión entre una chicotá y otra, con tres frases lapidarias. "Le dices a tu mamá que para lavar la capa hay que quitar el escudo primero, que mira cómo lo llevas de desgastado. Hay que pasar trabajo a coserlo y descoserlo, pero es una vez al año. Da vergüenza ir con él así". Juraría que el antifaz blanco se ruborizó.

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