Editorial:

De alta intensidad

EL LENGUAJE político al uso llama violencia de baja intensidad a la que practican bandas de supuestos incontrolados, casi siempre muy jóvenes, que destruyen vandálicamente el entorno ciudadano y amenazan y atacan a los representantes de fuerzas políticas que no comulgan con sus ideas. En el País Vasco, la estrategia de la violencia de baja intensidad, protagonizada por las juventudes radicales encuadradas en la organización Jarrai, ha sido, durante décadas, el desgraciado acompañamiento de los asesinatos de ETA. Desde la tregua indefinida, las actuaciones violentas de ...

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EL LENGUAJE político al uso llama violencia de baja intensidad a la que practican bandas de supuestos incontrolados, casi siempre muy jóvenes, que destruyen vandálicamente el entorno ciudadano y amenazan y atacan a los representantes de fuerzas políticas que no comulgan con sus ideas. En el País Vasco, la estrategia de la violencia de baja intensidad, protagonizada por las juventudes radicales encuadradas en la organización Jarrai, ha sido, durante décadas, el desgraciado acompañamiento de los asesinatos de ETA. Desde la tregua indefinida, las actuaciones violentas de baja intensidad no sólo no han desaparecido, sino que se han convertido en paisaje político urbano habitual. Sin embargo, en las últimas semanas se ha producido un salto cualitativo. Por más que se utilicen eufemismos, ya no puede hablarse de baja intensidad para definir la violencia permanente que está acogotando a la sociedad vasca.Por el contrario, poner bombas, hacer estallar artefactos incendiarios o enviar cartas bomba es violencia de muy alta intensidad. Es decir, terrorismo. El viernes pasado, un artefacto de fabricación casera estallaba ante la puerta del despacho profesional del concejal socialista de Ordizia José Manuel Ros. Horas después, un grupo de encapuchados asaltaba la Casa del Pueblo socialista de Bermeo; en la madrugada del domingo, un artefacto incendiario estalló en la puerta de la casa de los padres del concejal socialista y candidato a la alcaldía de Bilbao, Dimas Sañudo. Anoche, un artefacto destrozó por tercera vez un establecimiento de un concejal del PP en Erandio. Son ejemplos, entre muchos, de que las bandas violentas ya han superado la fase del vandalismo callejero y están aproximándose a toda velocidad al estadio de los atentados selectivos.

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No se debe minusvalorar la hiperviolencia callejera del entorno radical vasco como si fueran "cosas de jóvenes" o un "sarampión inevitable" derivado de la tregua de ETA. No hay que engañarse por la gravedad de los ataques simplemente porque se utilicen bombonas de cámping en lugar de explosivos plásticos. Entre otras cosas, porque cada vez está más claro que esta violencia no surge espontáneamente de las calles, como pretenden algunos nacionalistas bienpensantes. Prueba de ello es la extrema selectividad de sus acciones, que busca continuamente el amedrentamiento de las fuerzas políticas (PSE-PSOE y PP, principalmente) contrarias a las tesis mantenidas por el independentismo radical.

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Quien menos debe engañarse con los clichés de la baja intensidad y el espontaneísmo es la Consejería de Interior del Gobierno vasco. A pesar de la grave escalada de amenazas, ataques, incendios, asaltos a locales públicos y atentados con bomba, la actuación de las fuerzas de seguridad -es decir, de la Ertzaintza- parece más proclive a la pasividad que a la detención sistemática de los autores de los desmanes. Éste es el momento de que las instituciones del País Vasco y las fuerzas de seguridad actúen con todos los medios legales a su alcance para frenar esta carrera de coacción fascista que impide el desenvolvimiento normal de la democracia en el País Vasco.

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