La guerrilla asesina en Sierra Leona a una monja tras la fuga del religioso español

Miles de civiles inician el éxodo en Freetown, bajo el fuego y la barbarie

ENVIADO ESPECIALMiles de personas abarrotan la carretera de Kissy. Huyen de sus casas llameantes con un fardo en la cabeza que guarda sus únicas pertenencias. Al fondo, se levanta una columna de humo negro. Son los incendios provocados por el Frente Revolucionario Unido (RUF), la fuerza rebelde. Se oyen disparos. Las tropas de interposición africana (Ecomog), que han tomado algunas partes, están nerviosas. Hay controles continuos. Los soldados, con casco y chaleco antibalas, van en carros blindados. Es un barrio muy peligroso.

Por eso huyen de Kissy, de Wellington, de Calabata, los arra...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

ENVIADO ESPECIALMiles de personas abarrotan la carretera de Kissy. Huyen de sus casas llameantes con un fardo en la cabeza que guarda sus únicas pertenencias. Al fondo, se levanta una columna de humo negro. Son los incendios provocados por el Frente Revolucionario Unido (RUF), la fuerza rebelde. Se oyen disparos. Las tropas de interposición africana (Ecomog), que han tomado algunas partes, están nerviosas. Hay controles continuos. Los soldados, con casco y chaleco antibalas, van en carros blindados. Es un barrio muy peligroso.

Por eso huyen de Kissy, de Wellington, de Calabata, los arrabales de la capital en los que se hacinan miles de personas. "Los rebeldes cortan la mano a la gente, la matan y queman sus casas", dice Ana Josufu aún con el espanto dibujado en los ojos. "Hay muchos cadáveres tirados en la calle", asegura Endita, de 22 años. La gente huye como autómata de una muerte hacia otra muerte, pues en Freetown no hay comida para ellos, ni posibilidad de acomodarlos. "Ésta es una tragedia de proporciones bíblicas", dice el obispo de Makeni, George Biguzzi.Las primeras ONG tienen previsto comenzar a operar mañana. Pero para algunos ya será tarde. El niño George yace en una manta en el patio del hospital privado de Netland, uno de los más caros de Freetown, desbordado ahora por tanta emergencia. George ha perdido la mano izquierda. Tiene cinco años. Se la cortaron de un machetazo los rebeldes. Enfrente, en las escalerillas, otro niño sale de la sala operatoria con un muñón por bandera. Es el sello de la guerrilla.

En el hospital de Connought, la situación es límite. Los heridos arriban en un aluvión de sangre. La entrada está bloqueada por cuerpos magullados, todos en fila, mancillados, sin manos o sin piernas. Sólo un niño llora. Y lo hace por su padre, al que le arrebataron los dos brazos de un hachazo. "¡Es brutal!", dice Biguzzi. "Es brutal.", repite Ibrahim, uno de los civiles que salvaron a los misioneros javerianos el día anterior.

Éste es el Freetown con el que se ha topado el misionero español Luis Pérez Hernández. Ayer, en su primer día de libertad, recibió el mazazo de la noticia: la hermana de la Caridad Alice Maria, india, una de las seis monjas secuestradas por la guerrilla de Sierra Leona, había sido hallada muerta de un disparo en el barrio de Kissy. El mensajero, un sacerdote local, prosiguió su relato: "También han herido de bala al padre Jerome Pistoni; se encuentra en el hospital Connought".

Los cinco misioneros comenzaron a dar órdenes contradictorias. "Hay que ir a Kissy a buscar al resto", decía uno de ellos. Mario Guerra exigía hablar de inmediato con las autoridades. Biguzzi, le espetó: "¿Con quién, Mario? ¿Con la reina de Inglaterra?". El encuentro de Luis Pérez con Jerome fue tierno. El misionero italiano, recién operado, sin anestesia ni postoperatorio, se encontraba en un camastro de la segunda planta. La bala de pistola le rozó el corazón. Luis y Jerome se abrazaron y ambos comenzaron a llorar. "Nos cambiaron de casa muchas veces", dice el misionero herido. "Estaban muy nerviosos, querían llevarnos hacia la selva. De repente, el capitán que mandaba ese grupo se giró hacia mí y me pegó un tiro. Me hice el muerto durante 10 minutos. Después, cuando supe que se habían ido, me arrastré hacia unos civiles que me llevaron hacia las tropas de Ecomog".

Jerome está cansado. A veces tiene que hacer un alto, pues la emoción le nubla las palabras. "Tuvimos oportunidades de escapar, pero nos dijeron que si uno de nosotros lo hacía, matarían al resto". El misionero no notó un cambio de humor tras la fuga de los otros cinco sacerdotes. "Ellos nos dijeron que habían liberado al arzobispo de Freetown y que a los otros padres los tenían en una casa diferente".

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

La catedral de la capital es una casita que esconde un templo coqueto. En la puerta, justo al lado del altar mayor, ayer se percibía un olor nauseabundo. En el suelo, frente a una imagen del Sagrado Corazón, estaba el cadáver de la hermana Alice Maria. Morena, bajita, con el pelo azabache, pegado a la sien, tenía los ojos entreabiertos; sólo un hilito de sangre manchaba la comisura de sus labios.

A su lado, el cuerpo de un indio exhibía dos brazos quemados a los que les faltaban los dedos. Había sido abrasado por la guerrilla.

A la hermana Alice Maria la mató la fatiga. Al no poder seguir al grupo, un soldado le disparó un tiro.

Archivado En