Editorial:

Morir en Líbano

PROBABLEMENTE POR primera vez en la historia de Israel parece haber una mayoría en un Consejo de Ministros que pide la retirada unilateral de la franja del sur de Líbano en la que acampa el Ejército israelí desde 1978, presuntamente para combatir los atentados de la guerrilla integrista Hezbolá.La razón inmediata para ello es la muerte de siete soldados israelíes en las últimas dos semanas y de cerca de una treintena en lo que va de año, lo que viene a constituir el luctuoso resultado del fracaso de una política que ni siquiera a ese precio consigue impermeabilizar la frontera libanesa.
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PROBABLEMENTE POR primera vez en la historia de Israel parece haber una mayoría en un Consejo de Ministros que pide la retirada unilateral de la franja del sur de Líbano en la que acampa el Ejército israelí desde 1978, presuntamente para combatir los atentados de la guerrilla integrista Hezbolá.La razón inmediata para ello es la muerte de siete soldados israelíes en las últimas dos semanas y de cerca de una treintena en lo que va de año, lo que viene a constituir el luctuoso resultado del fracaso de una política que ni siquiera a ese precio consigue impermeabilizar la frontera libanesa.

Y dado que crece el asentimiento de la opinión pública israelí al repliegue, el primer ministro derechista Benjamín Netanyahu haría, seguramente, una buena operación política y de imagen con la evacuación, para dedicarse plenamente a cuestiones, pese a todo más graves, como el cumplimiento de los acuerdos de Wye Plantation, que implican la retirada, aunque en este caso sólo parcial, de Cisjordania y Gaza.

¿Por qué vacila Netanyahu? La respuesta oficial israelí es que para poder iniciar la retirada necesitan obtener garantías de que la evacuación no va a dar lugar al recrudecimiento de los atentados. Pero la explicación sólo vale a medias, porque la permanente amenaza israelí de acciones de represalia contra objetivos libaneses -a las que ya recurre frecuentemente por añadidura a su presencia militar en ese país- debería bastar para que la conflictividad fronteriza no fuera mayor que en la actualidad.

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Netanyahu es un hombre al que parece horrorizarle mostrar debilidad, asumir retiradas, perder bazas de negociación. Eso expresa mejor que nada su reticencia a abandonar una política de fuerza por mucho que ésta resulte insoportable de puro onerosa.

Por ese motivo, aunque el primer ministro israelí ya dijo en marzo pasado que asumía la resolución 425 de la ONU, que exige la retirada sin condiciones, sigue condicionando el repliegue a unas garantías que nadie, salvo los propios terroristas, puede darle. Tal vez sea comprensible su cautela, pero lo único seguro es que Israel seguirá sufriendo una grave sangría en el sur de Líbano mientras no retire a sus tropas. Los gobernantes están para tomar decisiones arriesgadas.

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