Tribuna:

Cambio de escenarioJOSEP RAMONEDA

Las circunstancias han querido que las dos principales voces públicas de los socialistas sean catalanas: Borrell y Maragall. Este inesperado poder de la ll ha servido para que los medios de comunicación notaran, más que otras veces, la intensidad de las disonancias entre los dos candidatos. En realidad, que Borrell y Maragall no estén en la misma longitud de onda no es nada nuevo, ni en lo personal, ni en lo político. En lo personal, porque son tan distintos que aunque se lo propusieran no conseguirían decir lo mismo: el discurso rígido de un Borrell cargado de preparación técnica pero escaso ...

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Las circunstancias han querido que las dos principales voces públicas de los socialistas sean catalanas: Borrell y Maragall. Este inesperado poder de la ll ha servido para que los medios de comunicación notaran, más que otras veces, la intensidad de las disonancias entre los dos candidatos. En realidad, que Borrell y Maragall no estén en la misma longitud de onda no es nada nuevo, ni en lo personal, ni en lo político. En lo personal, porque son tan distintos que aunque se lo propusieran no conseguirían decir lo mismo: el discurso rígido de un Borrell cargado de preparación técnica pero escaso de cultura política poco tiene que ver con la concepción subjetiva de las cosas que tiene Maragall, que necesita pasar siempre las ideas, los proyectos e incluso las palabras por un proceso de rumia intelectual que hace que nunca se sepa exactamente cómo saldrán después de haber transitado por su cuerpo y su alma. En lo político, porque Borrell y Maragall, por las posiciones que ocupan, defienden intereses distintos. Y ésta es la cuestión de fondo. Por muchos que sean los puntos de acuerdo doctrinales y estratégicos entre el PSOE y el PSC, siempre habrá un margen de discrepancia irreductible. Si Cataluña es una nación, España también. Dos naciones que se superponen, generando complejas relaciones de transnacionalidad. Los partidos políticos se mueven todavía en referencia a un marco nacional, y en la medida en que los marcos nacionales del PSOE y del PSC son distintos, aunque superpuestos, hay contradicciones imposibles de superar. Siempre ha sido así, aunque según la coyuntura política se pueda notar más o menos. Cuando el PSOE estaba en el Gobierno, aparte de la capacidad insuperable de cohesión que tiene el poder, el PSC era conminado permanentemente a no crear ningún problema al Ejecutivo. Y cuando el PSOE ha perdido el poder, el PSC ha podido acrecentar su marco de autonomía, porque en la oposición el margen para buscarse la vida es siempre más amplio y porque del futuro de los socialistas catalanes dependen muchas cosas. La actual relación de fuerzas en el socialismo español aventuraba a los socialistas catalanes una campaña electoral en unas condiciones casi insólitas, con el PSOE en un perfil confuso, alejado del horizonte catalán. Y la razón estratégica permitía imaginar una campaña en la que Maragall debía moverse con toda libertad de palabra y de propuesta por el escenario y Borrell tenía que aparecer como una sombra chinesca en el fondo de la escena, para que su presencia virtual animara a acudir a las urnas a algunos de los que se quedan en casa cuando llegan unas elecciones, las autonómicas, que no acaban de entender que les conciernan. Sin embargo, el guión se ha estropeado, por lo menos momentáneamente, como consecuencia de la irrupción de la tregua. En un momento en que el discurso nacionalista daba perfil bajo y desde todas partes se insistía en la necesidad de renovar un arsenal ideológico notoriamente envejecido, la tregua de ETA ha dado un inesperado aliento al nacionalismo, que se ha sentido rejuvenecer. Quizá porque sabe que estas euforias coyunturales se van tan deprisa como aparecen, Pujol no ha dejado pasar un minuto, consciente de que el tiempo va contra él. A toda máquina ha aparecido en diversas puertas del frente mediático para sacar a pasear la panoplia entera de los tópicos doctrinales familiares. Todo aumento de la presión nacionalista produce una reacción de las mismas proporciones en los nacionalismos vecinos. Con el PNV controlando el tempo y el calendario de la tregua, y Pujol subiéndose al tren del retorno de las palabras mayores (de la autodeterminación a la reforma de la Constitución), el PSOE ha visto la posibilidad de hacerse con la bandera del nacionalismo español y ha corrido a empuñarla, en un momento en que contempla con desasosiego como Aznar, el breve, decían algunos, puede tener una nota a pie de página en la historia como el presidente bajo cuyo mandato ETA dejó de matar. Lo que cambian las cosas del Gobierno a la oposición y viceversa. Aznar, que tanto acudió al griterío nacionalista para derrotar al PSOE, obligado a cierta prudencia y contención por razón de su cargo, ve como sus rivales tiran de la bandera que buenos dividendos electorales le dio. Y Borrell se ha puesto inmediatamente en órbita de la consigna lanzada por Felipe González, por supuesto. Con lo cual el escenario óptimo diseñado por los socialistas catalanes se tuerce. Donde debía haber una sombra-reclamo para catalanes insatisfechos hay un espantapájaros que puede ahuyentar a sectores del catalanismo que, por una vez, estaban decididos a dar el paso, cansados de tantos años de política monocromática. De momento, en el PSC predominan los silencios. Pero el propio Maragall ha tenido que salir ya, desde Roma, a marcar posiciones. Está claro que no se pueden ganar unas elecciones en Cataluña sin tener presente el marco referencial nacional, lo cual no tiene nada que ver con la fatalista (o interesada) interpretación de esta idea que hacen los que la traducen como si quisiera decir que es ineludible ir al terreno de Pujol. El marco referencial nacional catalán es felizmente mucho más amplio que el pujolismo, aunque durante 18 años se haya querido hacer creer lo contrario. Mientras el marco nacional español no estaba alterado, los socialistas podían perfectamente operar en clave catalana, sin ningún ruido que les perturbara. En el momento en que España está en pleno guirigay entre nacionalistas españoles y nacionalistas periféricos, las contradicciones entre los intereses del PSOE y del PSC son mucho más perceptibles. Y la campaña de Maragall deberá sortear obstáculos que esta vez parecían soslayados. Salvo que la temperatura del nacionalismo artificialmente subida por la sorpresa de la tregua de ETA baje pronto y vuelva al estado de letargo hacia el que ha ido derivando en los últimos años, víctima de su propia cacofonía.

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