Editorial:

Los retos de Cardoso

Si, como parece, los brasileños han reelegido como presidente en la primera vuelta al socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso, jubilando al tres veces derrotado aspirante de la izquierda, Lula, lo han hecho en busca de salvación. Confiando en que este sociólogo de 67 años y ex ministro de Finanzas les libre ahora de las peores calamidades que se avecinan como lo hizo en 1994 con el plan de estabilización que introdujo el real y rebajó a menos del 4% una inflación que se medía en cuatro dígitos. Los ciudadanos del gigante latinoamericano no pueden llamarse a engaño. Estaban avisados por el pr...

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Si, como parece, los brasileños han reelegido como presidente en la primera vuelta al socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso, jubilando al tres veces derrotado aspirante de la izquierda, Lula, lo han hecho en busca de salvación. Confiando en que este sociólogo de 67 años y ex ministro de Finanzas les libre ahora de las peores calamidades que se avecinan como lo hizo en 1994 con el plan de estabilización que introdujo el real y rebajó a menos del 4% una inflación que se medía en cuatro dígitos. Los ciudadanos del gigante latinoamericano no pueden llamarse a engaño. Estaban avisados por el propio Cardoso, que en plena campaña electoral tuvo el gesto inusual de anunciar que pintaban bastos en Brasil, malherido por la crisis financiera, y que su eventual reelección significaría el arranque de un programa de austeridad inaplazable. Para muchos brasileños se ha acabado ser los turistas más espléndidos en las tiendas neoyorquinas.Sobre Brasil, que representa el 45% del PIB latinoamericano, cabalgan como jinetes de mal agüero una vertiginosa deuda exterior, un formidable déficit público, la baja de ingresos presupuestarios, una masiva hemorragia de capitales y la desaceleración económica. Durante el mes pasado, de la octava economía mundial han huido unos 750 millones de dólares diarios. Sus reservas han caído en más de 20.000 millones de dólares desde agosto, y el precio del dinero ha subido hasta el 50% para intentar evitar que su divisa, el real, siga el tobogán del rublo. Sean cuales fueren las recetas que se apliquen, 1999 será el año de la recesión. El colapso del país de contrastes que cubre la mitad del continente -165 millones de personas que pese a relámpagos de modernidad viven todavía en un sistema político clientelista, donde los rascacielos y el voto electrónico coexisten con los terratenientes despiadados y los niños que mueren en la calle- arrastraría casi con seguridad a sus vecinos. Argentina, que vende a Brasil la tercera parte de sus exportaciones, contiene el aliento.

El segundo mandato de Cardoso, sus primeros cien días, deberán ser los del electrochoque fiscal, el arranque de reformas largamente aplazadas para poner orden en un insoportable déficit presupuestario que ha pasado en un año del 4,5% al 7%. No va a ser fácil, incluso con los 30.000 millones de dólares, millón más o menos, que el FMI parece tener apalabrados (aunque hoy por hoy no disponga de los mismos) para acudir al rescate. El reelegido presidente tendrá que lidiar dos viejos e intactos monstruos: la insaciable maquinaria del Gobierno (que da trabajo en condiciones privilegiadas a un 9% de los brasileños empleados) y un elefantiásico sistema de pensiones que favorece desmedidamente a los funcionarios. Hasta el punto de que tres millones de jubilados públicos perciben como 18 millones del sector privado, y muchos se retiran en la cuarentena para aprovechar la bicoca.

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