Tribuna:

La mano

La mano no es el corazón ni el riñón ni el hígado. Al contrario que estos órganos, la mano está unida a la voluntad, no funciona de forma ciega. A un manco, después de 14 años, se le acaba de insertar la mano de un muerto. Con este trasplante se inicia una nueva clase de terror. Puede que en algunos laboratorios se estén engendrando ahora mismo unos monstruos bioquímicos que se presentarán pronto en sociedad con todos los honores, pero esos seres aberrantes creados con fórmulas nuevas, cuando en el futuro realicen el propio pase de modelos, no producirán espanto alguno. A fin de cuentas el par...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

La mano no es el corazón ni el riñón ni el hígado. Al contrario que estos órganos, la mano está unida a la voluntad, no funciona de forma ciega. A un manco, después de 14 años, se le acaba de insertar la mano de un muerto. Con este trasplante se inicia una nueva clase de terror. Puede que en algunos laboratorios se estén engendrando ahora mismo unos monstruos bioquímicos que se presentarán pronto en sociedad con todos los honores, pero esos seres aberrantes creados con fórmulas nuevas, cuando en el futuro realicen el propio pase de modelos, no producirán espanto alguno. A fin de cuentas el paraíso fue el primer laboratorio genético. Todos los prototipos que allí se fabricaron, desde la ameba al famoso mono de la manzana pasando por la perfección de Marilyn Monroe hasta llegar a la belleza del cisne, vistos por primera vez no son más que engendros de un mal sueño. La noticia de este trasplante de la mano de un muerto a un manco francés ha generado muchos comentarios, aunque sólo científicos. En ninguno de ellos se ha constatado la responsabilidad que supone añadir al propio cuerpo el órgano de otra persona portador de tantas culpas. De hecho la mano después de desarrollar el cerebro, se ha convertido en el principal instrumento encargado de cumplir los mandatos de la mente hasta convertirse en su mejor arma muchas veces inicua. Cuando el manco la contemple no dejará de pensar en la carga maldita que tal vez lleve incorporada. Puede que esa mano haya estrangulado a alguien o haya acariciado a innumerables amantes. Habrá robado o impartido limosnas. Sin duda habrá cometido muchos pecados solitarios, se habrá cerrado puño en alto al sonar La Internacional o habrá saludado a la manera fascista. Con el trasplante de corazón o de hígado no se transfiere la culpa. Son órganos involuntarios, automáticos, predecibles. Pero la mano ha ejecutado órdenes y puede que posea todavía la inercia de seguir actuando movida por una energía interior que la llevaría al bien o al mal sin la responsabilidad del nuevo propietario. ¿Habrá también trasplantes de lengua, un órgano tan comprometido? Ésa será la verdadera confusión de Babel: insertar quirúrgicamente a los vivos la lengua de los muertos con todos los sabores, besos y palabras. Ese manco francés ha iniciado un nuevo terror, no el de la ciencia, sino el de la culpa de los órganos redivivos.

Sobre la firma

Archivado En