Tribuna:

Ese hombre piensa como un carlista

JAVIER UGARTE La mañana era apacible en Salburua. Ardanza transmitía un calor entrañable en su despedida, teñida de una moderada esperanza (quién se lo hubiera dicho hace cuatro días), y el candidato Ibarretxe comunicaba un mensaje sosegado con constantes apelaciones "a futuro" -así se refería él al mañana-. Los dos eran nacionalistas vascos entre militantes del PNV, y como tales se expresaban. Pero a quienes no lo éramos, no nos incomodaban sus maneras ni nos inquietaban sus palabras -me sorprendo escribiendo esto, cuando debiera ser lo normal-. Al contrario, había un proyecto cordial y mode...

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JAVIER UGARTE La mañana era apacible en Salburua. Ardanza transmitía un calor entrañable en su despedida, teñida de una moderada esperanza (quién se lo hubiera dicho hace cuatro días), y el candidato Ibarretxe comunicaba un mensaje sosegado con constantes apelaciones "a futuro" -así se refería él al mañana-. Los dos eran nacionalistas vascos entre militantes del PNV, y como tales se expresaban. Pero a quienes no lo éramos, no nos incomodaban sus maneras ni nos inquietaban sus palabras -me sorprendo escribiendo esto, cuando debiera ser lo normal-. Al contrario, había un proyecto cordial y moderno en ellas. Luego llegó Arzalluz, y no tronó en Salburúa, no. Tal vez contra lo que hubiera querido el orador, pero no tronó. Arzalluz hizo un discurso discreto, nada brillante, ni tan siquiera emotivo. La verdad es que no dijo nada. Pero, eso sí, hizo que el tren de la bandería y la incertidumbre para este país (el vasco, naturalmente) atravesara Salburua. Y le imprimió tal velocidad que, a estas alturas, resulta suicida saltarse de él, aun a sabiendas de que el riesgo de descarrilamiento es alto. Entonces fue cuando recordé a mi abuelo Zoilo y a los gaiteros de Etxarri-Aranaz, parte de mi memoria personal y profesional (no toco la gaita, no vayan ustedes a creer): nacionalistas de primera hora, hombres cultivados y tolerantes. Y lo sentí por ellos y por todos nosotros. Porque ese hombre (tal como gusta decir él: "Ese hombre piensa como un serbio", dijo de González) puede arruinar al nacionalismo vasco y a este país (vasco, naturalmente) a base de vértigo e inestabilidad. Se aferró a un error de Aznar cuando dijo en San Sebastián aquello de que la paz cabe en la Constitución, vinculando torpemente la tregua de ETA a temas de calado político. Tal vez, dijo Arzalluz; pero lo que no cabe, se atrevió a continuar, es el pueblo vasco, como nunca ha cabido en ninguna constitución española desde 1808 (sic). No sé si era consciente de que, en efecto, ese año se aprobó una constitución española en Bayona, o simplemente lo confundió con el 2 de mayo y Aranjuez, tan castizo y español según una lectura carlista. Luego siguió hablando del Trágala que los liberales españoles cantaban a los serviles, a los absolutistas (sin adjetivo, obsérvese el matiz) a quienes querían aplicar la constitución (en el sentido de un régimen de libertad, sin connotaciones territoriales, aclaro por mi parte). Según él, ahora intentan aplicar el trágala al nacionalismo (¿heredero, según eso, de absolutistas y carlistas?). En fin, un montón de sal gorda sin proyección ninguna en la construcción de un país, él, que tanto habla de ello. Y recordé a los viejos, esforzados por conocer, con dignas bibliotecas en sus casas, honestos e ilustrados frente a la cerrazón carlista. Y pensé que era una desgracia para ellos y para nosotros que alguien con la responsabilidad y supuestos conocimientos de Arzalluz hablara tan gratuita y falsamente. La Constitución de 1808 fue aprobada por las Diputaciones vascas que se presentaron en Bayona en corporación. En su artículo 144 reconocía los "fueros particulares de las Provincias". La de Cádiz de 1812 -a la que seguramente quería referirse Arzalluz- fue "admitida y jurada" por las Juntas Generales de Guipúzcoa y contenía elementos suficientes para integrar en ella los fueros de las Provincias. Cierto que Espartero las derogó en un momento tras haberlas aceptado (en la famosa ley de 1839 que, por ignorancia y conveniencia, el PNV quiere derogar desde 1901), pero fueron inmediatamente repuestas. Etcétera. En fin, que Arzalluz, más que cuestionar España, cuestionó la propia forma constitucional de gobierno, latiguillo con el que se quedaría más de un concurrente a Salburua (ríanse de los creadores de opinión). La conclusión que saqué es que ese hombre no tiene proyecto de país, que ese hombre piensa como un carlista.

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