Tribuna

La paz del malo

Se ignora si fue HB quién pidió la tregua o si más bien estamos, como piensa Ardanza, ante una decisión ya tomada por parte de ETA de abandonar definitivamente las armas. Hay motivos para pensar, en todo caso, que sin el fin de la impunidad del tinglado montado en torno a esas siglas (y sin la resistencia de un sector de la población vasca simbolizada en la movilización de Ermua), ni a HB se le habría ocurrido pedir una tregua ni a ETA acordarla. Pero para llegar a ese desenlace también ha sido necesario que ETA y HB encontraran una justificación defendible ante sus incondicionales. La declara...

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Se ignora si fue HB quién pidió la tregua o si más bien estamos, como piensa Ardanza, ante una decisión ya tomada por parte de ETA de abandonar definitivamente las armas. Hay motivos para pensar, en todo caso, que sin el fin de la impunidad del tinglado montado en torno a esas siglas (y sin la resistencia de un sector de la población vasca simbolizada en la movilización de Ermua), ni a HB se le habría ocurrido pedir una tregua ni a ETA acordarla. Pero para llegar a ese desenlace también ha sido necesario que ETA y HB encontraran una justificación defendible ante sus incondicionales. La declaración de Estella ha proporcionado una excelente pista de aterrizaje: poder decir sin apenas mentir que los demás partidos nacionalistas se han pasado a las posiciones de ETA-HB es un argumento poderoso para anunciar que los fines compartidos podrán ahora alcanzarse sin necesidad de recurrir a la violencia.Sin esa pista no habría habido tregua, pero sin la firmeza de quienes no se rindieron ETA no se habría cuestionado su estrategia. Una situación que recuerda a la de la transición: vencieron los reformistas, pero sin la resistencia de los rupturistas a aceptar la reforma, ésta no habría desembocado en la democracia.

Es el mundo de ETA-HB el que tendrá que realizar ahora su transición. En una entrevista aparecida en La Vanguardia, Arnaldo Otegi reconocía el pasado domingo el pluralismo nacional de la sociedad vasca, pero consideraba que la única salida coherente era la confrontación, ahora pacífica, entre los que tienen un sentimiento nacional español y quienes lo tienen de pertenencia a la nación vasca. Si el problema se planteara en esos términos, se estaría excluyendo a la mayoría que considera compatibles ambos sentimientos: esos ciudadanos que en las encuestas dicen sentirse "más español que vasco" o "más vasco que español" o "tan vasco como español" y que suman aproximadamente el 60% del total. Es decir, un porcentaje similar al de quienes se muestran satisfechos con la autonomía, que consideran preferible a la independencia o al centralismo. Reconocer el pluralismo implica aceptar que el objetivo de alcanzar la independencia mediante la autodeterminación es una posibilidad entre otras, no la única.

Otegi podría encontrar en la tradición de la ETA antifranquista argumentos para impulsar esa transición interna. Es verdad que ETA ha defendido siempre la independencia, pero ya en sus Principios, aprobados en 1962 en su Primera Asamblea, se dice que "la libertad de Euskadi no constituye para ETA el interés supremo, sino el único medio realista de desarrollo y vigorización de la nación vasca". Y en la Carta a los intelectuales, principal texto doctrinal de la época, publicado en 1965 en el número 30 de su órgano oficial, Zutik, se precisa que si bien "para nosotros la forma más adecuada es la creación de un Estado vasco", existen "otras fórmulas posibles, como una federación, un Estado supranacional europeo, etcétera, todas ellas compatibles con la vida de la nación vasca como tal".

En pleno franquismo era lógico que los más jóvenes pensaran que sólo la independencia garantizaba la pervivencia de la singularidad vasca. Pero sería absurdo mantener ese prejuicio tras 20 años de autonomía política. Un planteamiento de la cuestión en términos excluyentes -identidad española versus identidad vasca- lo único que garantiza es la división de Euskadi en varios Ulster enfrentados entre sí.

Abandonar la violencia no es todavía aceptar las reglas de la democracia, sino su condición previa. La generación que hoy dirige el tinglado tendrá que madurar, y en ese sentido no parece mala idea la sugerencia de Ardanza de intentar afianzar la paz antes de entrar a cuestionar el marco político, suponiendo que ése sea el deseo de la mayoría. De momento, lo más urgente es crear las condiciones para que ese debate pueda realizarse sin la amenaza de las pistolas. Para que no vuelva a verificarse el pesimista pronóstico expresado por un dicho vasco tradicional: Onaren bakea gaiztoak nahi dion artio. Es decir: La paz del bueno [dura] hasta que quiera el malo.

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