Editorial:

Una Bolsa europea

HACE MUCHO tiempo que las bolsas se liberaron de la limitación de los corros y de los centros físicos de contratación, para convertirse en redes de intercambio de valores unidos por sistemas informáticos o electrónicos. Los inversores ya no están limitados por los límites estrictos de la contratación local. Por ello, el acuerdo de asociación de las bolsas de Londres y Francfort con el objetivo de ofrecer un mercado único de contratación -limitado por el momento a 300 grandes empresas- ha sido recibido con euforia por los mercados y con cierta satisfacción por las autoridades económicas, pero n...

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HACE MUCHO tiempo que las bolsas se liberaron de la limitación de los corros y de los centros físicos de contratación, para convertirse en redes de intercambio de valores unidos por sistemas informáticos o electrónicos. Los inversores ya no están limitados por los límites estrictos de la contratación local. Por ello, el acuerdo de asociación de las bolsas de Londres y Francfort con el objetivo de ofrecer un mercado único de contratación -limitado por el momento a 300 grandes empresas- ha sido recibido con euforia por los mercados y con cierta satisfacción por las autoridades económicas, pero no con sorpresa. Unos y otras han interpretado correctamente la decisión como un primer paso hacia la creación de una Bolsa europea capaz de competir con las de Tokio y Nueva York.Pocas objeciones cabe poner al proceso de creación de un mercado bursátil europeo; las ventajas, en cambio, son abundantes. En términos políticos, es una incoherencia que a partir de 1999 exista en Europa un sólo mercado de divisas y una moneda común y, al tiempo, los mercados de valores estén fragmentados en una veintena de centros. En términos económicos, la unificación de los mercados abarata y aumenta la eficiencia de la contratación y permite mayores oportunidades de selección a los inversores, como podrán comprobar los usuarios del minimercado común Londres-Francfort. La lógica del mercado acabará probablemente por imponerse, y el resto de los mercados europeos estarán obligados a secundar la operación. El capital fluirá donde las transacciones sean más baratas, eficientes y variadas, con independencia de la localización física o nacional.

Es muy probable que el camino hacia una Bolsa única europea sea largo y repleto de obstáculos. Uno de los más peligrosos es la tentación de mantener las pequeñas bolsas locales por pruritos nacionales o nacionalistas. Sería un error, por ejemplo, mantener cuatro centros de contratación en España por motivos chovinistas. Como lo sería suponer que la concentración en una Bolsa única europea es la única vía de mejora del mercado bursátil; la contratación y la liquidez deben ampliarse también estimulando la integración de las pequeñas empresas, hoy masivamente fuera del mercado.

Las bolsas españolas deben aprovechar de forma reflexiva, pero con presteza, esta oportunidad histórica. Fueron las primeras en aplicar el mercado continuo; ahora deben dar el paso siguiente, el de la globalización continental. Es cuestión de supervivencia.

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