Tribuna:

Caricatura

En los años cincuenta un empresario de La Vall d"Albaida de nariz abundante llamado Manuel Revert recorrió todo el norte de África y se metió hasta las entrañas de Asia sin hablar otra cosa que valenciano y chapurrear un tortuoso castellano. Su bandera era un muestrario de retales de la industria textil que había levantado en Ontinyent con las dificultades de la autarquía, que eran todas las posibles, aunque algunos sostienen que el clima más propicio para el algodón son las dictaduras y la intolerancia. Pese a la precariedad de la operación, este hombre, junto a otros con los apellidos Terol,...

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En los años cincuenta un empresario de La Vall d"Albaida de nariz abundante llamado Manuel Revert recorrió todo el norte de África y se metió hasta las entrañas de Asia sin hablar otra cosa que valenciano y chapurrear un tortuoso castellano. Su bandera era un muestrario de retales de la industria textil que había levantado en Ontinyent con las dificultades de la autarquía, que eran todas las posibles, aunque algunos sostienen que el clima más propicio para el algodón son las dictaduras y la intolerancia. Pese a la precariedad de la operación, este hombre, junto a otros con los apellidos Terol, Simó o Taberner, marcó una ruta al resto de empresarios textiles y abrió un mercado sin el que el fenónemo del textil hogar no se habría producido o, simplemente, no habría adquirido las dimensiones sabidas en los cinco continentes. La misma epopeya, con caminos cruzados o alejados pero desde abajo, escribieron otros hombres de negocios de La Plana, La Foia de Castalla o El Vinalopó en los sectores de la cerámica, el juguete o el calzado, definiendo los contornos de la identidad empresarial valenciana moderna, que es una de las más vibrantes de España. Varias décadas después, un epígono menor de Frank Sinatra llamado Julio Iglesias caricaturiza el esfuerzo de estos emprendedores a instancias del presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana, quien, por decirlo en palabras del propio Iglesias, es "un campeón". La Generalitat enarbola el cáncer de piel sintético de este cantante, que ya no es sino un efecto secundario de su descomposición, como bandera del empresariado. Subvencionando los gemidos y los delirios que lanza este maniquí torrefacto a muchos decibelios, Zaplana trata de abrir brecha en mercados por los que esta generación de aventureros ya había pasado sin hacer más ruido que el de la calidad y con mucho éxito de albarán. Seguramente no se podía trazar una caricatura más cruel con la memoria de estos hombres que llevando a sus descendientes a este espectáculo decadente guiados por un corderito con las patitas muy blancas llamado Diego Such.

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