Tribuna:

Alicia en el país de las maravillas

KOLDO UNCETA La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) que, como es sabido, agrupa a los países más industrializados del mundo, acaba de hacer público un informe, titulado The World in 2020, en el que se describe -cabría decir mejor, se profetiza- lo que va a ser la economía mundial dentro de veintidós años. El escenario que dibuja el mencionado informe viene a representar, en lo fundamental, la promesa de una nueva era de bienestar y felicidad para la humanidad, una oportunidad al alcance de la mano que no debe desaprovecharse. Ya hace dos años, un informe del Banc...

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KOLDO UNCETA La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) que, como es sabido, agrupa a los países más industrializados del mundo, acaba de hacer público un informe, titulado The World in 2020, en el que se describe -cabría decir mejor, se profetiza- lo que va a ser la economía mundial dentro de veintidós años. El escenario que dibuja el mencionado informe viene a representar, en lo fundamental, la promesa de una nueva era de bienestar y felicidad para la humanidad, una oportunidad al alcance de la mano que no debe desaprovecharse. Ya hace dos años, un informe del Banco Mundial planteaba la cuestión en términos parecidos, hablando incluso de una nueva edad de oro, como consecuencia de los beneficios derivados de la globalización de la actividad económica. Algo así como Alicia en el país de las maravillas, representado en este caso por la gran aldea global. El crecimiento económico que pronostica la OCDE es asombroso. El PIB real por habitante de los países industrializados crecerá de aquí al 2020 nada menos que un 80%, pero eso no es nada comparado con el que se aventura para el resto del mundo: un 270%. Pero las maravillas de esa nueva edad dorada no se reducen al ámbito del crecimiento económico. La OCDE pronostica además una drástica reducción de la pobreza, un alargamiento de la esperanza de vida, la mejora de la educación en todos los niveles, la igualdad entre los sexos, y unos medios más eficaces para poder proteger el medio ambiente. Uno, que está acostumbrado a desayunarse todos los días con noticias que hablan de la tragedia de Africa, de la disminución de la esperanza de vida en los países de la ex Unión Soviética, de las penalidades y sufrimientos de los millones de personas sin techo en los suburbios de todo el mundo, del aumento del desempleo en los países industrializados, de los emigrantes que se ahogan en el Estrecho, de los niños que trabajan hasta la extenuación, del aumento de la violencia contra las mujeres, de la crisis financiera asiática, de la gravedad de los problemas medioambientales, del auge de los fundamentalismos religiosos y los conflictos étnicos, de cárceles que se llenan como consecuencia del incremento de la marginación y la tensión social; uno, que tiene por mala costumbre no empezar la lectura de los diarios por las páginas deportivas -que es lo que se debe hacer para no amargarse la vida-, no puede menos que preguntarse cual será la varita mágica, el hada madrina que logrará en poco más de veinte años convertir este valle de lágrimas en la tierra prometida. Pues bien, la OCDE nos dice con precisión donde está la llave del paraíso: una más rápida liberalización de la economía, un mayor espacio para el mercado, y una menor regulación estatal. El camino -se nos dice- no es nuevo, pues ya el siglo XIX aportó pruebas de la energía creadora del libre mercado. Lo que el informe parece haber olvidado es que aquello desembocó en dos guerras mundiales y en una crisis -la del período de entreguerras- que sólo pudo superarse mediante el establecimiento de unas sólidas reglas de funcionamiento económico, capaces de acotar el terreno del mercado y hacer de determinados objetivos sociales la base de la estabilidad económica. Reglas adaptadas hoy a las nuevas necesidades del momento y que son más necesarias que nunca, por más que algunos prefieran la ley de la selva en la que creen estar cómodamente instalados. La OCDE reconoce, eso sí, que estas medidas de liberalización y desregulación de la economía pueden acarrear tensiones y conflictividad en el corto plazo. Pero ese es el precio que habrá que pagar para llegar a la meta. Sería realmente conmovedor oír a los sesudos profetas que han elaborado este informe presentando sus conclusiones en los habitantes de los suburbios de Lima, a los agricultores de Zambia, a los trabajadores de Indonesia, o a los millones de parados de los países europeos. A lo mejor les explicaban que, como en el cuento de Alicia, todo puede hacerse realidad metiéndose dentro del libro. Alguna utilidad hay que buscar a estos informes.

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