Tribuna:

Huesos

MIQUEL ALBEROLA Uno de los asuntos que más sorprende a la gente que visita esta tierra y escarba un poco su superficie es el uso excesivo que el vecindario hace del verbo vertebrar. No pasa un solo día sin que desde las múltiples instancias civiles y políticas que ha logrado cuajar este país -desde los salones de la Generalitat al bar de Filosofía- no se formule con mayor o menor elocuencia e intención y se decline bajo todas sus formas posibles. Este verbo se ha hecho gordo en nuestro paradigma y constituye el predicado de casi todos los sujetos que somos capaces de articular cuando globaliz...

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MIQUEL ALBEROLA Uno de los asuntos que más sorprende a la gente que visita esta tierra y escarba un poco su superficie es el uso excesivo que el vecindario hace del verbo vertebrar. No pasa un solo día sin que desde las múltiples instancias civiles y políticas que ha logrado cuajar este país -desde los salones de la Generalitat al bar de Filosofía- no se formule con mayor o menor elocuencia e intención y se decline bajo todas sus formas posibles. Este verbo se ha hecho gordo en nuestro paradigma y constituye el predicado de casi todos los sujetos que somos capaces de articular cuando globalizamos el discurso. Por contra, su abuso, como todas las sobredosis, provoca un colosal desinterés. La vertebración se ha convertido ya en una obstinación retórica que está en los programas de todos los partidos políticos, incluidos los que fueron más reacios a ella -el PP sólo ha asumido el hecho autonómico cuando lo ha administrado- y sacaron partido del provincialismo. Desde los años sesenta este país trata de explicarse a sí mismo a través de la traumatología con obsesión, como otros lo hacen a través del psicoanálisis, la genética, la bioética, la botánica o la gastronomía. Sin duda el cuerpo casi siempre pide lo que necesita. A menudo los introspectivistas han justificado la carencia de una conciencia nacional vibrante y definida en la falta de cohesión social del territorio, cuya causa principal, aislado el supuesto propósito político, no estaba en otro sitio que en las deficientes infraestructuras que dificultaban las comunicaciones. Sin embargo, otros lugares peor comunicados y con mayores desequilibrios poseen mayor grado de cohesión, si bien es cierto que se aglutinan alrededor de otros pegamentos. Aquí han fallado o simplemente no se han dado, y en consecuencia se han producido luxaciones en el esqueleto territorial, aunque duelen sobre todo en la parte del cerebro que es capaz de imaginarlas y sustantivarlas políticamente. La conectividad del territorio valenciano se resolvió de forma sustancial en los últimos años y desde la generalización del automóvil no ha habido distancias más que para quien no ha querido moverse. Quizá en el fondo sólo se trate de eso y esté más en el nervio que en el hueso.

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