La eutanasia de la iglesia catalana

Antes de la tesis de la doctora Montserrat Jiménez (L"Escala, 1967) -que enseña Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona-, la Iglesia catalana había colaborado sin mayor problema con los planes centralistas del nuevo régimen borbónico, nacido de Felipe V y su victoria en la guerra. Sin embargo, la tesis La Iglesia catalana bajo la monarquía de los Borbones (la catedral de Girona en el siglo XVIII) ha introducido luz nueva y de calidad en un mundo mal conocido, al margen de la preocupación científica de los jóvenes investigadores catalanes. "De la Iglesia ya no se ocupa nadie", ...

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Antes de la tesis de la doctora Montserrat Jiménez (L"Escala, 1967) -que enseña Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona-, la Iglesia catalana había colaborado sin mayor problema con los planes centralistas del nuevo régimen borbónico, nacido de Felipe V y su victoria en la guerra. Sin embargo, la tesis La Iglesia catalana bajo la monarquía de los Borbones (la catedral de Girona en el siglo XVIII) ha introducido luz nueva y de calidad en un mundo mal conocido, al margen de la preocupación científica de los jóvenes investigadores catalanes. "De la Iglesia ya no se ocupa nadie", razona la profesora con una leve sonrisa irónica. "Antes lo hacían los propios religiosos. Pero la crisis de vocaciones ha afectado decisivamente a la investigación. Y ese hueco no lo han llenado los investigadores laicos, para los que la Iglesia no es un tema progresista ni de mucho prestigio". La tesis argumenta una conclusión central: los Borbones lograron incorporar a la Iglesia catalana a su proyecto de Estado -de Estado de Nueva Planta-, pero eso fue a costa de una larga, sorda y sutilísima batalla diplomática y jurídica. En realidad, puede decirse que los planes borbónicos de sometimiento no suponían tampoco una gran novedad. Lo habían intentado los Austrias y por todas las Cortes europeas circulaba en la época la consigna de reducir la influencia y autonomía de la Iglesia. La obediencia a Roma se completaba, en el caso catalán, con la obediencia añadida a la Generalitat. La profesora ha desentrañado en los archivados manuscritos de la catedral de Girona -centro y metáfora de su investigación- una emocionante pugna leguleya. Nunca los eclesiásticos optan por alguna forma de insurrección más o menos declarada. No, no es su mundo. Pero luchan a brazo partido, aunque sea contra algo tan alejado aparentemente de toda fiereza como la pretensión borbónica de introducir en las catedrales catalanes las canonjías de oficio -magistral, doctoral y lectoral- vigentes en las catedrales castellanas desde Trento. El Estado borbónico impondrá la mayoría de sus disposiciones y acabará consiguiendo que la Iglesia ocupe su lugar en el puzzle del nuevo Estado: "La articulación de España como Estado en el XVIII necesita de la Iglesia: es una pieza incómoda, pero absolutamente imprescindible", señala Jiménez. El acuerdo entre los mundos civil y eclesiástico se revalidará plásticamente, a finales de siglo, a propósito el conflicto que enfrentó a la monarquía de Carlos IV con la República Francesa. La Iglesia catalana será un aliado fidelísimo y muy eficaz de los Borbones, hasta el punto de contribuir a la financiación de la guerra. Y es en este punto, probablemente, donde los argumentos de Montserrat Jiménez alcanzan su mayor punto de hondura, novedad y precisión. Y de elegancia también. Para resumir su tesis sobre este momento cumbre la doctora acude a Hume, en parábola. A Hume y un famoso discurso pronunciado ante el parlamento inglés hacia el año 1740. "En su discurso", dice la profesora, "el pensador escocés se planteaba qué camino sería más indicado si llegara a plantearse inexorablemente el fin del sistema inglés de monarquía parlamentaria. Si el camino sería el absolutismo, o la república". Hume se inclinó por el absolutismo: "Era el menor de ambos males, explicaba, la eutanasia de nuestro sistema. Es sabido que hay varias formas de morir, y el absolutismo era la que, según su entendimiento, garantizaba menos dolor a quienes la hubiesen de sufrir". La Iglesia catalana siguió el consejo de Hume. Y ante la invasión de impiedad que venía de Francia plegó velas y optó por una eutanasia digna al lado de su Rey recuperado. Por cierto: la Iglesia conocía a la perfección todos los perfiles de la impiedad. Los clérigos eran lectores muy avezados de todos los libros prohibidos: "¿Cómo iban a refutar a Rousseau sin conocerlo?", razona la profesora. Así pues, la Iglesia catalana se resistió al afán monopolista del Borbón mientras no hubo nada peor en el horizonte. "La libertad con quema de conventos no es libertad", deduce la profesora. Y aún más, definitivo: "Los reproches dirigidos a los clérigos catalanes no tienen, en este sentido, ninguna razón de ser. Cualquier observación, aun superficial, de la historia permite comprobar que ningún estamento social se suicida".

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