Tribuna

El Debate

Tenía escrita ya esta columna sobre otro asunto que me parecía de interés cuando me fue comunicado que no estaría de más que me ocupara del tema más vivo, o candente, como se suele decir; o sea, el Debate. El debate sobre el estado de la Nación. Aunque la Nación, con ese mismo ámbito, es un término constitucional (Gobierno de la Nación), me sorprende que, después de unos cuantos años, alguien no haya querido sustituir la denominación por la de debate sobre el estado del Estado, o de la Nación de Naciones, o de las Regiones y Nacionalidades; pero, para mi grata sorpresa, aún no ha sucedido.Este...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Tenía escrita ya esta columna sobre otro asunto que me parecía de interés cuando me fue comunicado que no estaría de más que me ocupara del tema más vivo, o candente, como se suele decir; o sea, el Debate. El debate sobre el estado de la Nación. Aunque la Nación, con ese mismo ámbito, es un término constitucional (Gobierno de la Nación), me sorprende que, después de unos cuantos años, alguien no haya querido sustituir la denominación por la de debate sobre el estado del Estado, o de la Nación de Naciones, o de las Regiones y Nacionalidades; pero, para mi grata sorpresa, aún no ha sucedido.Este debate, un tanto exótico en un régimen parlamentario, tiene, sin embargo, su significación. La primera, la teatral. A la gente hay que darle la sensación de importancia que transmite la solemnidad. Esa función de espectáculo, que siempre tiene la política en alguno de sus aspectos, aquí se ensalza por encima de todas. Porque, en realidad, en el juego parlamentario, aquí, en este debate, no se juega casi nada, más que la negra honrilla, que puede tener efectos electorales, más o menos apreciables, cuando sea el momento; es una especie de ensayo general con todo. Es un debate para la galería, pero no por ello falso o fingido; es que la galería pide que los protagonistas den muestra de sus capacidades agonísticas.

Más información

Porque de eso tiene mucho este debate; cualquiera que se produzca en el Parlamento es, también, un espectáculo; pero éste se hace, sobre todo, para lucimiento o hundimiento de los actores, autores-actores, en el sentido antiguo. Por un lado, el sentido competitivo se agudiza, y eso a la gente le gusta; también tiene la consecuencia de fomentar el bipartidismo y quizá por eso se inventó en su momento. Los demás, fuera de los dos principales, no son de relleno, ni secundarios; pero algo así como suele ser el papel de bajo en la ópera escrita para soprano y tenor. Desde otro punto de vista, el combate puede ser sangriento por la saña, pero nunca tiene una víctima real; ni es un debate de investidura, voto de censura, o cuestión de confianza, proyecto de ley, que acaban necesariamente con un ganador y un perdedor, con una consecuencia política importante, confirmación o sustitución de alguien, aceptación o rechazo de una ley, o cosas parecidas. Aquí se combate para dar gusto a los espectadores; pero al final, por maltrecho que quede un contendiente, sigue donde estaba; no hay, técnicamente, ni victoria ni derrota; sólo victoria "moral", como ya se encargan de vocear los comentaristas, según sus preferencias.

Es una aportación de esta joven democracia a los usos de la democracia parlamentaria, donde se suele debatir por algo o para algo; aquí se ha inventado el debate por el debate, o el debate puro, como el arte por el arte, o la poesía pura, expresión de quintaesenciada democracia. Aunque quizá haya precedentes foráneos, que desconozco, lo que no es de extrañar, ya que no soy un experto. Desde luego, no el Mensaje sobre el estado de la Unión, que pronuncia el presidente de los USA ante el Congreso, con aplausos y sin debate, como es propio de un sistema presidencialista, ni el Discurso de la Corona, en Reino Unido, más parecido a una investidura.

Como sabemos, esta contienda no es sólo de dos, sino de varios; hasta los no-grupos de la Cámara participan en ella; y, a cambio, aparte de salir en televisión en horas de buena audiencia (una forma de acercar la política al pueblo), algo suelen sacar, en pago de su intervención. Porque al final hay que hacer que las cosas sirvan para algo; se aprueban una serie de proposiciones, que, en principio, no hacía falta ninguna aprobar, aunque pueden ser hasta útiles y convenientes; y generalmente contienen declaraciones o propósitos que, de no traducirse en complejidades organizativas, obligan al Gobierno a hacer lo que, de todos modos, hubiera debido hacer. El invento ha tenido imitadores múltiples en España. Hay por ahí profusión de debates sobre el estado de la región, el territorio, el municipio, o lo que sea; buen procedimiento, por ejemplo, para dar quehacer a algún Parlamento autonómico no muy sobrado de tarea. Y es que los buenos ejemplos cunden.

¿Y del debate de ayer, qué? Ya lo hemos podido ver: cada cual lo ha visto según su prisma particular, al menos en cuanto se considera al modo de una riña de gallos, match de boxeo, lucha de titanes, o comparación carismática, según se mire; que es lo que apasiona. En cuanto a las cuestiones de fondo, pocas novedades: parece que el candidato socialista se inclina hacia una política social-demócrata al estilo tradicional; pero tampoco se sabe muy seguro; ni cómo se articula dentro de los deberes "europeos". Habrá que esperar.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En