Tribuna

Dos efectos

Seguramente el mayor atractivo del pleno sobre el estado de la Nación era comprobar si el efecto Borrell lograría producir en sede parlamentaria el mismo movimiento sísmico causado en los sondeos de opinión por las primarias del PSOE. En su meditada estrategia para desplazar la carga del examen desde el presidente del Gobierno hacia el portavoz socialista, los representantes populares en el Congreso recurrieron al juego sucio: el espectáculo de gamberrismo institucional (el ministro Romay dixit) deparado por los diputados del grupo popular transformó los bancos de la mayoría en un remed...

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Seguramente el mayor atractivo del pleno sobre el estado de la Nación era comprobar si el efecto Borrell lograría producir en sede parlamentaria el mismo movimiento sísmico causado en los sondeos de opinión por las primarias del PSOE. En su meditada estrategia para desplazar la carga del examen desde el presidente del Gobierno hacia el portavoz socialista, los representantes populares en el Congreso recurrieron al juego sucio: el espectáculo de gamberrismo institucional (el ministro Romay dixit) deparado por los diputados del grupo popular transformó los bancos de la mayoría en un remedo del graderío de los ultrasur. Pese a las desleales tretas utilizadas para deslucir su intervención y sacarle de quicio, Borrell tuvo un brillante y eficaz estreno como portavoz parlamentario y candidato a la presidencia del PSOE; sus contrarréplicas pusieron en evidencia que Aznar había rehuido contestar a la casi totalidad de las preguntas formuladas en su primera intervención, especialmente las referidas al aumento de la presión tributaria, los recortes de la inversión pública, las privatizaciones de empresas y el déficit encubierto de la Seguridad Social por importe de 350.000 millones en 1997.Por lo demás, el efecto Borrell no fue el único portento político-mediático que produjo admiración a los espectadores. Javier Marías mantiene -en su nuevo libro Negra espalda del tiempo (Alfagura, 1998)- que los profesores utilizan el efecto tarima para despertar pasiones espúreas y alucinadas entre sus alumnos: "hasta los más feos, los más sucios, los más odiosos, los más despóticos y los más ruines" de los maestros aprovechan las ventajas de ese encaramamiento. El efecto presidencia produce seguramente consecuencias parecidas, aunque no tan exageradas y universales, en el ámbito de la política. La retórica clásica afirmaba que el aura del poder nimba de sabiduría, prudencia y nobleza divinas a los humanos que lo disfrutan; aunque esa teoría mitológica no fuese cierta, el efecto presidencia tiene a su disposición otros eficaces motores: de un lado, el doble privilegio reglamentario del jefe del Ejecutivo para intervenir sin límite de tiempo en el debate y para cerrarlo (lo que le permite decir siempre la última palabra y no contestar a las preguntas incómodas de la oposición); de otro, el monopolio del banco de datos de la Administración, con todos los ministerios a su entera disposición.

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Aunque fue menos triunfalista de lo que habían pronosticado los socialistas más suspicaces y hubiesen deseado los populares mas fervorosos, la intervención con que el presidente Aznar abrió ayer el debate proyectó los focos sobre los logros del Gobierno en materia económica, relegó a la oscuridad sus abusos de poder en el ámbito de las libertades y anunció un radiante porvenir para el empleo. Esa triple estrategia de énfasis, ocultación y encandilamiento se daba por descontada: los gobernantes difícilmente renuncian a vanagloriarse de los éxitos obtenidos bajo su liderazgo y jamás arrojan piedras contra su tejado mientras los adversarios se disponen a bombardearlo. El desarrollo reglamentario del pleno anual sobre política general, una costumbre parlamentaria creada en 1983 para conceder al jefe del Gobierno la oportunidad de lucirse, explica que la materia sometida a debate se deslice demasiadas veces desde el estado de la Nación española al estado del ego presidencial.

La buena marcha de los principales indicadores macroeconómicos (inflación, déficit público, tipos de interés) y el ingreso de la peseta en el euro fueron el núcleo del discurso de Aznar. Pero los requisitos de convergencia de Maastricht para la entrada en la moneda común han sido satisfechos por 14 de los 15 socios de la Unión Europea (y por 11 de los 12 aspirantes a entrar en la moneda única): la meritoria circunstancia de que la economía española haya hecho los deberes del euro no debería ser presentado, así pues, como la heroica hazaña realizada en solitario por el presidente de un Gobierno que ha suplido con su aplicación y talento la holgazanería y la torpeza de sus predecesores. Aunque el milagro Aznar se proponga competir con los prodigios evangélicos de la multiplicación del pan y de los peces o la transmutación del agua en vino, la entrada de la peseta en la moneda única tiene una explicación más secular: la fase expansiva del ciclo económico y el benevolente examen realizado por la Unión Europea para valorar el cumplimiento de los criterios de convergencia por sus socios también han soplado en las velas de los argonautas a la busca del euro, incluida España.

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