Reportaje:

La herida abierta de Crimea

La mayoría rusa quiere separarse de Ucrania y volver a depender de Moscú

"Sebastópol y toda Crimea deben volver a Rusia porque son rusas, nunca han dejado de serlo y siempre lo serán". María Sibiliova, de 61 años, presidenta del Centro del Movimiento Ruso en Sebastópol, habla con pasión de viuda de coronel soviético de submarinos y de sobrina de almirante que defendió la ciudad de los alemanes en la II Guerra Mundial. María está en huelga de hambre, a tiro de piedra del Ayuntamiento, por su exclusión como candidata a la alcaldía, pero su protesta no sirve de nada: la ciudad, sede de la en otro tiempo temible y todavía poderosa Flota del Mar Negro, no celebró elecci...

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"Sebastópol y toda Crimea deben volver a Rusia porque son rusas, nunca han dejado de serlo y siempre lo serán". María Sibiliova, de 61 años, presidenta del Centro del Movimiento Ruso en Sebastópol, habla con pasión de viuda de coronel soviético de submarinos y de sobrina de almirante que defendió la ciudad de los alemanes en la II Guerra Mundial. María está en huelga de hambre, a tiro de piedra del Ayuntamiento, por su exclusión como candidata a la alcaldía, pero su protesta no sirve de nada: la ciudad, sede de la en otro tiempo temible y todavía poderosa Flota del Mar Negro, no celebró elecciones municipales el pasado 29 de marzo porque no le interesa al poder central de Kiev.El presidente Leonid Kuchma hace y deshace en esta península que los poderes zarista y soviético convirtieron en lugar privilegiado de vacaciones, dos tercios de cuya población, 2,7 millones de habitantes, son rusos y que el impulsivo Nikita Jruschov decidió regalar en 1954 a su nativa Ucrania. Poco parecía importar entonces, en tiempos de esa Unión Soviética con vocación de eternidad, que Crimea estuviese en Rusia o en Ucrania, cuando lo soviético era un concepto superior que ocultaba las diferencias étnicas históricas o culturales.

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Antes que Jruschov, Stalin deportó a pueblos enteros, entre ellos 250.000 tártaros de Crimea, por supuesto colaboracionismo con los alemanes, y trazó fronteras caprichosas que habían de ser luego, al descomponerse la Unión Soviética, mecha de impresionantes polvorines étnicos. Por fortuna, no ha llegado a estallar el de esta península que se adentra como una cuña en el mar Negro. Pero hay voces, como la del líder comunista de la región, Leonid Grach, que ya lo fue en tiempos soviéticos, que aseguran que es una bomba de relojería que puede hacer saltar por los aires el delicado equilibrio de relaciones entre Kiev y Moscú.

Borís Yeltsin y Leonid Kuchna, líderes de dos de los tres países eslavos de la antigua URSS (Bielorrusia completa el trío), han forjado compromisos y evitado la confrontación, pero a costa de mantener abiertas heridas difíciles de cerrar. Hace un año, en Kiev, sucribieron un tratado de amistad en el que Rusia renunciaba a toda reivindicación territorial y reconocía la soberanía ucrania sobre Crimea, incluida la ciudad más rusa de la península, Sebastópol. Casi simultáneamente, se acordó que Rusia pagará 15.000 millones de pesetas al año, durante 20, como alquiler por el uso de las instalaciones para su flota. María Sibiliova, que sólo toma agua hervida y suero de queso, para evitar que sus riñones dejen de funcionar, considera que el actual alcalde de Sebastópol, Víktor Semiónov, en cuyo pasaporte soviético ponía ruso en el apartado nacionalidad, es un traidor a la causa rusa, "que nunca defendió".

Semiónov, de 51 años, ve las cosas de otra forma, de acuerdo con la Constitución de Ucrania, que incluye a Crimea como región autónoma, e incluso con la rusa, que nada dice al respecto. Pero hay políticos rusos, como el presidenciable alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, y el ex general Alexandr Lébed, que defienden a capa y espada que, al menos Sebastópol, debe ser Rusa, actitud en la que coincide la Duma (la Cámara baja del Parlamento), que aún se resiste a ratificar el tratado de amistad. Pero Semiónov descalifica estas actitudes ("demasiada gente utiliza este tema con fines políticos") y asegura que "no hay nada más espantoso que la revisión de fronteras". Tan sólo admite que Sebastópol debe conservar su estatuto especial, 1 . 1 no porque gran parte de su población sea rusa, sino porque fue zona cerrada y, en sentido estricto, no es sólo una ciudad, ya que incluye a otras 30 localidades".. En su opinión, tras los acuerdos con Rusia sobre la flota"Sebastópol cumple una función nacional, ya que buena parte de sus residentes son ciudadanos de otro Estado".

Semiónov quiere convertir a Sebastópol en un imán que atraiga a inversores y turistas, lo que exigiría abrir al tráfico civil alguno de sus aeropuertos militares. Ahora es necesario volar hasta Sinferópol, la capital crimeana, unos 100 kilómetros al Noreste. ¿Cuándo se podrá realizar ese sueño? "Cuando os periodistas no pregunten si la ciudad es ucrania o rusa y dejen de alarmar a la gente".

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Pero ni el, problema de Sebastópol ni el de Crimea están cerrados. En enero de 1991, el 93% de los votantes se pronunció a favor del establecimiento de un a república soviética, en n referéndum convocado por el partido comunista local. Desaparecida ya la URSS, en mayo de 1992,se proclamo una independencia efmera un mes l Parlamento.de Kiev en anularla. Hace apenas tres años, Kuchina destituyó al presidente de Crimea, Yuri Mesh kov, que se atrevía a hablar de independencia y de unión con Rusia, y abolió la institución que encarnaba. El líder ucranio eligió muy bien el momento: con el telón de fondo de las ma tanzas en Chechenia, lo últirnio que deseaba Yeltsin era abrir otro frente de conflicto. Kucli ma tuvo las manos libres para recortar hasta dejarla irreconocible la autonomía crimeana y para asegurarse de que todas las decisiones y nombramientos clave quedasen en sus manos.

La prepotencia del poder central ucranio es patente. El presidente del Parlamento crimeano, Anatoli Gritsenko, protestó inútilmente por lo que consideró "decisión ¡legal" de convocar desde Kiev elecciones a la Cámara local para el 29 de marzo. Más escandalosa aún resultó la destitución del alcalde de Yalta, la ciudad balnearia en la que Roosebell, Stalin y Churchill dibujaron en febrero de 1945 el reparto de Europa y que concentra la inmensa mayoría de hoteles, sanatorios y casas de descanso utilizados durante décadas por la nomenklatura de la URSS y por millones de trabajadores soviéticos. Kuchma puso la zona bajo su administración directa, saltándose los derechos de un alcalde elegido democráticamente, el estatuto de autonomía de Crimea y, según algunos analistas, la propia Constitución de Ucrania.

El nuevo alcalde, designado a dedo, es Volodomir Marchenko, un ex funcionario encargado precisamente de los sanatorios y dachas de la costa del mar Negro. Entre éstas últimas se encuentra la de Mijaíl Gorbachov, en Forós, donde el golpe de agosto de 1991 sorprendió al último presidente soviético. Miles de personas se manifestaron contra la destitución de Kalius.

En vano. María Sibiliova se siente orgullosa de ser "étnícamemte pura, rusa al ciento por ciento", ya que en su familia "nunca se permitió la más mínima mezcla". Sin embargo, las familias mixtas, ruso-ucranianas, son muy abundantes. Como la de Mijaíl (nombre supuesto), un capitán de la flota rusa, de nacionalidad también rusa, en tanto que su mujer y sus dos hijos tienen la ucraniana.

El mundo de este oficial de unos 40 años, que gana apenas 22.000 pesetas al mes, se hundió el mismo día en que desapareció la Unión Soviética. Él no ve "ninguna diferencia entre un ruso, un ucranio y un bielorruso". "Todos somos eslavos", añade, "y durante casi toda nuestra vida hemos vivido como soviéticos, ciudadanos de un mismo país". Para él, Míster Perestroika fue un traidor. "Se habla de que Stalin mató a millones de personas", añade, "pero el daño causado por Gorbachov fue incomparablemente mayor".

Mijaíl está convencido, en contra de todos los indicios, de que los pueblos eslavos volverán a unirse pronto, y cree que "habría que volver a abrir los campos de concentración para encerrar a todos los bandidos y mafiosos que están destruyendo esta tierra". Su ídolo es el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, quien, en busca de formarse una imagen nacional, ha construido centenares de viviendas en Sebastópol para marineros de la flota. Hace poco más de un mes, Luzhkov visitó la ciudad y volvió a insistir en que "debe ponerse nuevamente bajo la jurisdicción rusa" y en que Ias relaciones con Ucrania nunca podrán ser transparentes y sinceras si continúa la injusticia en relación a Sebastópol y Crimea". Teniendo en cuenta que este hombre puede convertirse en el próximo presidente de Rusia no es cuestión de echar, sus palabras en saco roto.

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