Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR

No basta el color de la piel

Nada más antiperiodístico como método de verificación de una noticia que dejarse llevar de las apariencias. No basta, por ejemplo, el color de la piel para afirmar de alguien que es un inmigrante. Como no basta para deducir -sea mediante un juicio social o jurídico- que esa persona es un delincuente. Guiarse por las apariencias no es un criterio aceptable en ninguna actividad, y menos en el periodismo, cuya razón de ser estriba precisamente en informar de lo que verdaderamente es y realmente sucede.Un lector de EL PAÍS en Toulouse (Francia), Félix Martín Moral, plantea esta cuestión con motivo...

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Nada más antiperiodístico como método de verificación de una noticia que dejarse llevar de las apariencias. No basta, por ejemplo, el color de la piel para afirmar de alguien que es un inmigrante. Como no basta para deducir -sea mediante un juicio social o jurídico- que esa persona es un delincuente. Guiarse por las apariencias no es un criterio aceptable en ninguna actividad, y menos en el periodismo, cuya razón de ser estriba precisamente en informar de lo que verdaderamente es y realmente sucede.Un lector de EL PAÍS en Toulouse (Francia), Félix Martín Moral, plantea esta cuestión con motivo de las fotografias de personas de color que suelen acompañar a informaciones sobre el fenómeno migratorio. El lector señala dos casos tomados de EL PAÍS y los pone como ejemplo de lo que, en principio, podrían constituir "formas de informar confusas y equívocas". Un caso: una fotografia que ilustra una crónica sobre el debate parlamentario de la ley de inmigración celebrado hace algún tiempo en Francia. Dos hombres de tipología magrebí apoyados sobre un quiosco de prensa son presentados en el correspondiente pie de foto como dos inmigrantes en una calle de París. ¿Eran realmente inmigrantes? Otro caso: una fotografía en la que la figura de un negro se recorta sobre la pared de un edificio ensuciada de pintadas contra los inmigrantes. ¿Se trata realmente de un inmigrante?

Sobre la primera foto, el lector señala: "El hecho de que aparezcan dos hombres apoyados en un quiosco de prensa, mirando hacia el objetivo del fotógrafo, sin estar haciendo ningún ademán particular (en el caso de que un ademán pudiera ser indicativo de algo concreto), no permite establecer una relación entre esos dos protagonistas (probablemente involuntarios) y su condición de inmigrantes: ¿en virtud de qué elementos el periodista la establece?, ¿los entrevistó?, ¿se lo dijeron ellos en una charla informal?". Y sobre la segunda fotografía, el lector observa la misma relación reductora entre una tipología y un determinado estatuto social y/o administrativo, en este caso el de inmigrante.

De actuar como dice el lector, lo más probable es que la identificación de esas fotos fuera errónea. Hoy día, ese reduccionismo causal entre el color de la piel y la condición de inmigrante tiene cada vez menos fundamento en las sociedades europeas. A pesar de todas las dificultades, muchos inmigrantes han conseguido integrarse en los países de acogida, beneficiándose incluso de su nacionalidad. En algunos países como Francia y Alemania existe ya una generación nacida de antiguos inmigrantes que en nada se diferencia -ni en derechos ni en deberes- del resto de los autóctonos del país.

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Pero, más allá de su aspecto sociológico, la cuestión atañe a los fundamentos mismos del quehacer periodístico. Es decir, al compromiso del periodista con la veracidad de la noticia, así como con la comprobación de los datos que la integran. En lo que se refiere a la primera foto señalada por el lector, ese com promiso ha fallado. Según los datos existentes en el archivo fotográfico de EL PAÍS, esa foto fue tomada en París, pero su autor olvidó identificarla. ¿Eran realmente inmigrantes los dos magrebíes que aparecen en ella? No hay forma de saberlo con certeza, pues el autor de la foto no certificó que lo eran. Al no hacerlo, esa identificación no deja de ser una mera suposición. Ello ha podido traducirse en un pie de foto no sólo confuso y equívoco, como señala el lector, sino incluso inveraz.

Mas allá de sus ingredientes estéticos (luz, contraste, punto de vista, elección del objetivo, etcétera), la fotografía de prensa es un producto eminentemente informativo. La fotografía de prensa no se concibe hoy día como una mera ilustración ni oronamento de la noticia, sino como noticia en sí misma. Tampoco el periodista gráfico es un elemento auxiliar en el proceso informativo. Es responsabilidad suya, y de nadie más, autentificar e identificar correctamente las imágenes que capta con su cámara. De no hacerlo, ¿qué valor le resta a un documento cuya razón de ser es visualizar ante el lector acontecimientos inmersos en unas coordenadas espacio-temporales concretas y que tienen sus propias señas de identidad?

No hay que obviar tampoco los problemas deontológicos, además de los de calidad informativa, que plantea el uso de material fotográfico no identificado correctamente. Como ha señalado al Defensor del Lector el responsable del archivo fotográfico de EL PAÍS, Juan Carlos Blanco, la inexistencia de una identificación originaria lleva ineluctablemente-a pesar de los esfuerzos del documentalista para paliar esa laguna informativa- a errores en las identificaciones posteriores. Esos errores alcanzan su mayor gravedad cuando esa fotografía mal identificada es utilizada en contextos informativos distintos al que la motivó, adquiriendo entonces la imagen un sentido nuevo al tiempo que pierde el suyo original.

Ha sucedido

En el capítulo sobre los límites de la televisión de su, por muchos conceptos, encomiable obra Últimas noticias sobre el periodismo (Roma, 1995), el periodista italiano y diputado por el Partido Democrático de la Izquierda (PDS) Furio Colombo afirma que lo que a los enemigos de la pena de muerte en EE UU les había parecido siempre el desafio más extremo, es decir, la retransmisión de una ejecución en la silla eléctrica -"mostrad la muerte si os atrevéis", decían-, está a punto de suceder en alguno de los talk shows de la televisión norteamericana. Lo que se anunciaba como un riesgo en la televisión norteamericana ha sucedido en la española, si bien es cierto que en un supuesto muy distinto al descrito por el periodista italiano.La muerte voluntaria de Ramón Sampedro -el tetrapléjico que reclamaba con toda razón su derecho a morir- ha sido mostrada a los telespectadores de un programa informativo. A su estela, el resto de los medios, con alguna excepción, ha publicado, de forma más o menos destacada, fotogramas del suceso. EL PAÍS publicó uno en una página interior. El hecho esencial es que el momento radicalmente personal de la muerte- que sea voluntaria o impuesta, en directo o en diferido, son aspectos secundarios- ha sido considerado un acontecimiento digno de ser retransmitido por un medio televisivo. De nuevo, como sucedió con la muerte de Diana de Gales, se ha desencadenado el consiguiente debate sobre la función y los límites de los medios de comunicación. Y de nuevo se han expuesto argumentos a favor y en contra, unos fundados y otros simples coartadas para justificar a posteriori decisiones y puntos de vista previos. Esos debates están muy bien y son, además, inexcusables ante el dilema moral que a veces plantea el deber de informar. Pero la cuestión de fondo -¿cómo domeñar el espíritu naturalmente insaciable de los medios de comunicación modernos, especialmente el televisivo?- atañe sobre todo a los propios medios. Y a sus profesionales, conscientes de que no todo vale en su oficio y de que alguna vez deben de abstenerse de franquear umbrales que no pueden ser traspasados.

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o telefonearle al número (91) 337 78 36.

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