Tribuna

Una ocasión perdida

Confieso mi perplejidad: me sorprende que unas elecciones a claustro en la Universidad Complutense (ciertamente, la mayor y una de las más antiguas y prestigiosas del país) hayan despertado tanto interés en los medios de comunicación. Me sorprende y lo celebro, pero no me faltan razones para sospechar que, como en cualquier clase de éxito, en el aparente y repentino interés de la opinión pública subyace un malentendido. Los análisis demasiado lineales que vienen haciendo los medios me inducen a pensar que sólo somos un pretexto y que la atención que estamos concitando se debe a nuestra circuns...

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Confieso mi perplejidad: me sorprende que unas elecciones a claustro en la Universidad Complutense (ciertamente, la mayor y una de las más antiguas y prestigiosas del país) hayan despertado tanto interés en los medios de comunicación. Me sorprende y lo celebro, pero no me faltan razones para sospechar que, como en cualquier clase de éxito, en el aparente y repentino interés de la opinión pública subyace un malentendido. Los análisis demasiado lineales que vienen haciendo los medios me inducen a pensar que sólo somos un pretexto y que la atención que estamos concitando se debe a nuestra circunstancia, provisional y vicaria, de escenario, de banco de pruebas para dirimir intereses que sólo indirectamente tienen que ver con la Universidad. Intereses que sólo afectan a la Universidad en la medida en que ésta es una dependencia de la sociedad y, por tanto, no es ajena ni a sus procesos ni a sus tensiones.Malos son los tiempos en que hay que luchar por lo evidente, dejó escrito Scott Fitzgerald. Así es, hay algo de irritante, desconsolador, en proclamar lo obvio, pero a veces no hay más remedio que hacerlo para poner coto al absurdo que a veces nos acosa. Por eso he reiterado varias veces en los últimos días que la Universidad no es el ámbito del poder, sino el del saber. Las cosas son lo que son y se desnaturalizan cuando se les fuerza a ser otra cosa. Trasladar a las aulas, las bibliotecas o los laboratorios la lucha ideológica es malversar la institución. Quizá no sea un crimen, pero es un error no pequeño y de consecuencias terribles como supo la Unión Soviética tras el episodio Lisenko, que ha llenado tantas páginas en la historia universal de la estupidez.

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No estoy propugnando una Universidad apolítica, sea lo que sea esa imposibilidad ontológica (pues la Universidad es una función de la polis). Lo que postulo es la necesidad de anteponer lo específico universitario, lo que constituye su razón de ser, a las ideologías o a las ambiciones políticas o sindicales, que son tan legítimas como accesorías en el campus. Son condición necesaria, pero no suficiente si no se quiere convertir la Universidad en simulacro.

Por eso, interpretar estas elecciones como una confrontación entre la derecha y la izquierda, entre conservadores y progresistas, es de un reduccionismo descorazonador. Monopolizar el progresismo o la defensa de la Universidad pública por parte de una ideología determinada es un dislate emparentado con la demagogia. Con, independencia de la concreta manera que cada uno tenga de estar en el mundo, de sus creencias o de sus ideales, es simplemente absurdo resistirse al progreso y es inicuo no defender la Universidad pública cuando se está para eso. Y si se está para eso es porque se cree en eso.

Las elecciones son buenas porque son la consagración de la democracia y de la autonomía, pero también porque incentivan los debates y la reflexión, porque ventilan el campus con el aire saludable de las ideas, de los proyectos y de la imaginación. Por eso he invitado a que todos participen, por eso me he empeñado en garantizar la más absoluta claridad del proceso, por eso respeto todos los criterios, todas las opciones y todas las sensibilides. Por eso me comprometo a facilitar su función a todos los electos.

Resumí mi programa como rector en un marbete de tres compromisos generales: transparencia, realismo y participación. He sido consecuente con esa promesa. Presenté un programa condensado de 65 puntos, de los que se han realizado" en dos años, más de la mitad. Me he apoyado en un equipo trabajador, honesto y dialogante, sensible a la crítica, porque no se cree en posesión de la verdad absoluta o de recetas milagrosas. Durante las últimas semanas, algunos de los grupos que concurren a las elecciones han subrayado su posicionamiento ideológico. Bien, pero habría sido útil, además, la articulación de propuestas concretas, porque las grandes creencias, por sí solas, no son máquinas mágicas que hagan las cosas.

No soy présbita ni miope, pero sólo he visto planteamientos generales y llamadas voluntaristas a la unión de la izquierda frente a gobiernos tildados de conservadores y acusados por esa presunta condición de incapacidad para hacer lo que hay que hacer y hacerlo bien. Con todo respeto: son diagnósticos maniqueos y pronósticos inexistentes. Se está perdiendo la ocasión de enriquecer el debate porque se simplifican las opciones o se defienden protagonismos exclusivos sobre principios compartidos. Sólo he visto tormentas de palabras en un desierto de razones prácticas. Ruido sin nueces, pólvora en salvas. La alternativa no ha sabido articular su alternativa: cuando dice cosas serias o razonables coincide con mi propio discurso. Decir que la Universidad tiene un determinado olor o que se gobierna con esquemas napoleónicos son simples frases intransitivas o hueras alas que no es difícil oponer otras no menos ingeniosas, pero igualmente vacías. Eso ha sido esta campaña, una ceremonia voluntariosa, pero triste.

Limitarse a decir que los planes de estudio son feroces, que el disño del título V de la LRU es insuficiente, que la Universidad necesita mayor descentralización o que hay que reformar el claustro para hacerlo más ágil es tanto como descubrir el Mediterráneo. Para ese viaje sobran alforjas ideológicas. Lo difícil no es pensarlo (hasta a mí se me ha ocurrido), sino hacerlo, y eso tiene algunos trámites que no agilizan las ideas que uno pueda tener acerca de la sociedad abierta y sus enemigos. Estoy convencido de que ciertos sectores de la llamada izquierda universitaria, que tienen todos juntos mi respeto y muchos de ellos mi estima, son más imaginativos, pero se han enfrascado en una guerra ideológica algo estéril, alimentados con una dieta de melancolía e ideas generales. Espero que salgan de ella en beneficio de todos. Son necesarios porque son diferentes, lo malo es que no son bastante diferentes. En fin, somos conversación y, por tanto, estaré encantado de seguir dialogando con todos los que, como yo mismo, quieran hacer de esta Universidad grande una gran Universidad.

Rafael Pujol es el rector de la Complutense.

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