Editorial:

Puerto Rico

AL PRONUNCIARSE, no sólo sobre un nuevo plebiscito, sino a favor de la plena incorporación de Puerto Rico como 51º Estado de la Unión, Bill Clinton ha dado un paso esperado en su lógica: en primer lugar, pasa la patata caliente a los puertorriqueños, cinco años después del último referéndum; y, en última instancia, a la Cámara de Representantes, que debe aprobar la próxima semana la celebración del plebiscito en virtud del acuerdo de libre asociación de 1952.La opción de plena incorporación a la Unión, frente a la de la independencia o el statu quo, ha ido ganando adeptos, con lo...

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AL PRONUNCIARSE, no sólo sobre un nuevo plebiscito, sino a favor de la plena incorporación de Puerto Rico como 51º Estado de la Unión, Bill Clinton ha dado un paso esperado en su lógica: en primer lugar, pasa la patata caliente a los puertorriqueños, cinco años después del último referéndum; y, en última instancia, a la Cámara de Representantes, que debe aprobar la próxima semana la celebración del plebiscito en virtud del acuerdo de libre asociación de 1952.La opción de plena incorporación a la Unión, frente a la de la independencia o el statu quo, ha ido ganando adeptos, con los años, en Puerto Rico y, en particular, en los refrendos de los años 1967 y 1993. Hoy, según los sondeos, puede ser la mayoritaria. Alrededor de 3,8 millones de puertorriqueños son ciudadanos estadounidenses, pero de una cierta segunda clase, pues pueden servir en las Fuerzas Armadas, pero no votar al presidente ni elegir a sus representantes en el Senado; su delegación en la Cámara de Representantes no tiene voto, aunque sí se les aplican muchas leyes votadas por el Congreso. Paradójicamente, con su incorporación, los puertorriqueños podrían ganar soberanía.

Se trataría de una revolución en el seno de Estados Unidos: si ganara la opción de la integración en un plebiscito -que podría celebrarse este mismo año-, la Unión de los actuales 50 Estados Unidos de América tendría aún que dar su consentimiento, pero le resultaría harto difícil negarlo. En ese caso, se incorporaría por primera vez un Estado cuya lengua oficial es el español, abriendo la puerta al bilingüismo, precedente a seguir por el otro Estado hispano de hecho, Florida, y por otras comunidades; ése es el temor que alimenta la campana de una cierta derecha americana contra la plena incorporación de Puerto Rico. La dimensión hispana crecería no sólo en términos sociales y culturales, sino también políticos, al reforzar con la presencia de senadores puertorriqueños el caucus hispánico en el Congreso. Pero las espadas están en alto: la última palabra la tendrán los puertorriqueños, que escogerán por sí mismos.

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