Tribuna:

Ámbito de decisión

En vísperas de las elecciones de 1982, en un famoso discurso pronunciado en el velódromo de Anoeta, Felipe González invitó a los vascos a buscar "el mínimo común denominador existente respecto de cada problema", comprometiéndose a asumirlo desde el Gobierno. "Sin otros límites", precisó, "que los marcados por la Constitución y el Estatuto". El plan de Ardanza para la búsqueda de una salida dialogada al problema de la violencia recuerda aquella oferta. Con la diferencia, sin embargo, de esa referencia a la Constitución y el Estatuto: la idea central del planteamiento del lehendakari es q...

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En vísperas de las elecciones de 1982, en un famoso discurso pronunciado en el velódromo de Anoeta, Felipe González invitó a los vascos a buscar "el mínimo común denominador existente respecto de cada problema", comprometiéndose a asumirlo desde el Gobierno. "Sin otros límites", precisó, "que los marcados por la Constitución y el Estatuto". El plan de Ardanza para la búsqueda de una salida dialogada al problema de la violencia recuerda aquella oferta. Con la diferencia, sin embargo, de esa referencia a la Constitución y el Estatuto: la idea central del planteamiento del lehendakari es que la soberanía vasca se manifiesta en términos políticos en el compromiso del poder central de asumir lo que se decida en el ámbito vasco, sin límites constitucionales o de otro tipo.Desde sectores nacionalistas críticos se ha rechazado ese planteamiento recordando que una de las consecuencias del pluralismo vasco es el acuerdo estatutario por el cual hay asuntos que se resuelven en el ámbito autonómico -la mayoría-, pero otros se reservan al del Estado, o al europeo o al municipal. La elecciones europeas, legislativas, autonómicas y locales celebradas desde hace casi 20 años han legitimado más que cualquier plebiscito ese acuerdo que hace posible la convivencia entre vascos nacionalistas y no nacionalistas, sin que nadie se sienta atropellado.

Ojalá que tenga suerte el lehendakari, pero, tal como están las cosas, es difícil que su propuesta sirva para integrar al mundo de ETA y HB al consenso democrático. Aunque utilizando una fórmula más digerible, es evidente que intenta satisfacer a los que reclaman, como condición previa para empezar a hablar, el reconocimiento de la soberanía vasca, entendida de manera exclusivista. Enlaza su esfuerzo con los de la tercera vía cuando inventaron la expresión ámbito vasco de decisión para evitar decir auto determinación. Sin embargo, se diga como se diga, el problema es que se atribuye a la violencia una funcionalidad para modificar el marco político: para eliminar los límites institucionales que garantizan el pluralismo. Es difícil que ETA desista mientras compruebe que esa actitud de los partidos democráticos se mantiene incluso en plena ofensiva suya.

Lo de ámbito vasco de decisión es la versión postmoderna de una fórmula clásica en la ETA anterior a la muerte de Franco: marco autónomo de la lucha de clases. Una expresión que provocó varias escisiones, porque los mismos que la invocaban se convencían, en cuanto intentaban aplicarla, de que no funcionaba, y se pasaban al izquierdismo españolista. Es curioso que, en el mundo de ETA, las rupturas con la violencia se hayan producido casi siempre por la izquierda. Con la particularidad de que los sectores que han abandonado las armas no han tardado en cuestionarse el independentismo, y en ocasiones incluso el nacionalismo como tal. Ello ha dado pie a algunas discusiones sobre si la raíz de la violencia está en los orígenes sabinianos o en la posterior contaminación marxista. Seguramente es la mezcla de ambas ideologías lo que ha potenciado el fanatismo a la argelina que apunta hoy.

Lo que han retenido del aranismo primitivo es el carácter sagrado de la causa: la existencia de un ideal arrasador que justifica cualquier exceso. Y del marxismo dogmático, la idea de que sólo la conquista del poder por el propio grupo satisface las demandas auténticas del pueblo. Ambas cosas han acabado cuajando en un integrismo cerrado sobre sí mismo. Ya no se argumenta reivindicando una democracia verdadera, sino que se cuestiona que la democracia sea un valor tan indiscutible. Las referencias a vasquistas abiertamente fascistas, como Jon Mirande, anuncian un deslizamiento hacia la renuncia a todo constreñimiento moral: "Cada sistema tiene su código de legitimación y deslegitimación, incluida la legitimación y deslegitimación de la violencia. Este código sólo tiene coherencia dentro del sistema y para el sistema. Fuera del mismo, todos tienen un mismo valor relativo". El que ha escrito eso, un ex fraile franciscano, es el teórico favorito de la última hornada de jóvenes dispuestos a realizar el ideal cueste lo que cueste. Y caiga quien caiga.

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