Editorial:

Condena índigna

QUE KARLA Faye Tucker fuese una mujer no es la cuestión. Ni ella ni ninguna otra persona debería haber sido condenada a muerte en Estados Unidos, pues la llamada pena capital es una inmoralidad, indigna de un país que dice erigirse en defensor de los derechos humanos en el mundo. En la madrugada de hoy, Tucker fue ejecutada después de que el gobernador del Estado, George Bush, hijo del anterior presidente, no utilizara su prerrogativa de aplazar por 30 días la aplicación de la pena capital. Desde que llegara a ese cargo en 1995 Bush nunca ha perdonado la vida a ningún reo; precedente tenebroso...

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QUE KARLA Faye Tucker fuese una mujer no es la cuestión. Ni ella ni ninguna otra persona debería haber sido condenada a muerte en Estados Unidos, pues la llamada pena capital es una inmoralidad, indigna de un país que dice erigirse en defensor de los derechos humanos en el mundo. En la madrugada de hoy, Tucker fue ejecutada después de que el gobernador del Estado, George Bush, hijo del anterior presidente, no utilizara su prerrogativa de aplazar por 30 días la aplicación de la pena capital. Desde que llegara a ese cargo en 1995 Bush nunca ha perdonado la vida a ningún reo; precedente tenebroso para un firme aspirante republicano a la Casa Blanca en el 2000. El Tribunal Supremo de Estados Unidos y el de Tejas rechazaron las últimas demandas de súplica.El Consejo de Perdones y Libertades Provisionales, único órgano con capacidad para conmutar la pena en Tejas, y cuyos 18 integrantes son nombrados por el gobernador, ni siquiera se reúne: sus miembros votan desde sus despachos o domicilios. Ese consejo rechazó el lunes la petición de clemencia. Tal decisión indigna, pero no sorprende en un Estado que encabeza el ranking de ejecuciones en un país que mayorítariamente es favorable a la pena de muerte: 37 personas fueron ajusticiadas el año pasado, la mitad del total nacional.

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El caso de Tucker ha despertado una particular sensibilidad, seguramente por el hecho de que ninguna mujer ha sido ejecutada en Tejas desde hace 135 años. Pero cualquiera que sea el motivo, no hay que desaprovechar ninguna ocasión para levantar la bandera del abolicionismo. En Tejas o en Riad. Tras Tucker, otros 430 hombres y 6 mujeres aguardan una suerte similar en las cárceles tejanas. Del siguiente, Steven Ceon Renfro, que tiene su cita con la inyección letal el próximo lunes, casi nadie habla. Y, desde luego, no cabe olvidar al español Joaquín Rodríguez, condenado en Florida.

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Posiblemente la historia de Tucker reúna muchos ingredientes mediáticos: 38 años de edad, una figura atractiva, prostitución juvenil, drogodependencia, robos y brutal asesinato -15 años atrás- de un ex amante suyo y de la mujer con la que estaba. Y también arrepentimiento, conversión al cristianismo, matrimonio con un capellán de la cárcel y un abogado defensor que en el juicio pareció más acorde con el fiscal que con su clienta. En EE UU, sólo otra mujer ha sido ejecutada desde que en 1976 se restableció la pena capital.

La pena de muerte, justificada en aras de la represión y la disuasión del crimen, forma parte de una cultura americana muy ligada a otras figuras precivilizadas como la del linchamiento. La sentencia a morir sólo se suprimió en 1972 durante cuatro años, cuando el Tribunal Supremo la consideró un castigo cruel e inusual, y como tal, contrario a la octava enmienda constitucional, por su sesgo racista, falta de garantías y el riesgo de ejecutar a inocentes. Pero posteriormente consideró que estas carencias se habían rectificado. Hoy siguen plenamente vigentes las razones para suprimirla, razones de principio, de humanidad. Del mismo modo que estamos rotundamente contra la tortura, con independencia de su supuesta utilidad para determinados fines, hay que estar contra el homicidio legal. Que un 75% de, los norteamericanos se nieguen a verlo así es una vergüenza para ese gran país, que se considera profundamente religioso, pero que, con la pena de muerte, no deja lugar a la rectificación.

Sería de esperar que al menos cobre vigor el debate sobre la supresión de la pena de muerte si se consolida el descenso ya registrado de la criminalidad en Estados Unidos -cuyo crecimiento contribuyó a la reinstauración-, al tiempo que ganan peso las tesis que defienden como contrapartida el cumplimiento íntegro de las penas de cárcel. Allí sería un avance. Aunque lo más temible es que pocos se acuerden pasado mañana de Tucker tras su muerte por inyección letal.

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