Tribuna:

¿Qué proceso de paz?

En Oriente Medio, el pesimismo en torno a las posibilidades de alcanzar un acuerdo de paz crece por momentos. Hay para ello razones habituales (intransigencia de Netanyahu desde que ganara las elecciones) y razones circunstanciales, lamentablemente puntuales. Entre estas últimas, la difícil situación político-personal que Clinton afronta (oportuno escándalo el de estos días) y que obstaculiza su mediación en el conflicto israelí-palestino. Ello es grave dado que, al parecer, el presidente norteamericano se había convertido en el último recurso de ambos contendientes.A diferencia de lo que ha v...

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En Oriente Medio, el pesimismo en torno a las posibilidades de alcanzar un acuerdo de paz crece por momentos. Hay para ello razones habituales (intransigencia de Netanyahu desde que ganara las elecciones) y razones circunstanciales, lamentablemente puntuales. Entre estas últimas, la difícil situación político-personal que Clinton afronta (oportuno escándalo el de estos días) y que obstaculiza su mediación en el conflicto israelí-palestino. Ello es grave dado que, al parecer, el presidente norteamericano se había convertido en el último recurso de ambos contendientes.A diferencia de lo que ha venido siendo moneda corriente en los años que siguieron a la firma de los acuerdos de Oslo, palestinos e israelíes apenas se hablan, no e tratan, desconfían crecientemente los unos de los otros.

Pero la enorme desconfianza, desilusión y frustración -que puede en el inmediato futuro allanar el camino a acciones desesperadas- no son exclusivas de los palestinos y de tantos israelíes. Hay otro actor en juego, Jordania -o mejor dicho, la sociedad jordana-, cuyo papel en lo que hasta ahora ha venido denominándose proceso de paz es clave. Lo es porque la paz no puede estar cimentada únicamente en un acuerdo bilateral entre palestinos e israelíes. Por razones estratégicas y culturales no habrá estabilidad en el área sin que al proyecto se sumen -con sinceridad y convicción- no ya los Gobiernos, sino sobre todo los pueblos de Egipto, Siria, Jordania y Líbano, todos ellos vecinos históricamente enfrentados con Israel.

Sin embargo, la función de Jordania es especialmente destacable por dos razones. Por un lado, es el único país, con Egipto, que ha firmado un tratado de paz con Tel Aviv. Por otro, se trata del único Estado árabe cuya población es de origen mayoritariamente palestino. De ahí que todo lo relacionado con el proceso de paz resulte especialmente sensible para Ammán.

Así las cosas, acaba de hacerse pública en la capital jordana una encuesta que es enormemente reveladora de la precariedad de la relación jordano-israelí y, por ende, del propio proceso de paz. Habla por sí misma. Realizada por el Centro de Estudios Estratégicos de la Universidad de Jordania, indica que más del 90% de los ciudadanos opina que sus lazos con los palestinos son únicos y más fuertes que los que sostienen con cualquier otro país árabe. La encuesta proporciona otros datos de interés, pero la revelación estrella (aunque ello se palpa en la vida cotidiana) es que más del 80% de los ciudadanos todavía estima que Israel es su enemigo, a pesar del tratado de paz firmado entre los dos países en 1994.

No hay nada que refleje mejor el terrible daño que la intolerancia del actual gabinete israelí, llegado al poder hace 18 meses, ha producido a la causa de la paz. Sobre todo si se tiene en cuenta que en agosto de 1994 -después de la declaración conjunta jordano-israelí en Washington (con el tándem Rabin-Peres en el Gobierno), que ponía fin a 46 años de estado de guerra entre los dos países- el mismo centro jordano llevó a cabo otra encuesta. En ella el 80,2% de los jordanos apoyaban la firma de la paz entre los dos Estados. De manera que, en apenas dos años, Netanyahu ha logrado que la gran mayoría de la población jordana pase de nuevo a considerar a Israel un país enemigo.

El mensaje está claro. La política de Netanyahu provoca un creciente distanciamiento entre las opiniones públicas de algunos Estados árabes clave -como Jordania- y sus respectivos líderes, que han venido impulsando opciones moderadas, en la esperanza de que Israel adoptaría una línea similar. Igual abismo puede llegar a producirse entre la población palestina y la Autoridad Nacional que la gobierna. Si tal fenómeno llegara a consolidarse, las esperanzas de paz se esfumarían por largos años y la violencia generalizada, no ya esporádica, se haría presente. Netanyahu queda cada día más significado. Es cada vez más patente que conduce hacia una vía sin salida un proyecto que despertó ilusión en muchas gentes, incluidos muchos israelíes. Corresponde a la sociedad israelí detener la marcha hacia el desastre.

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