Editorial:

Revitalizar el pacto

EL 'LEHENDAKARI' Ardanza ha recordado, con motivo del décimo aniversario del Pacto de Ajuria Enea, la paradoja que determinó su nacimiento: cada vez que se producía un atentado, los partidos se enzarzaban en "disputas estériles" sobre la forma más idónea de hacer frente a ETA, lo que quebraba la unidad de los demócratas y reforzaba a los terroristas. Polémicas como la planteada ahora en relación a la Etzaintza, con motivo del asesinato del concejal del PP José Ignacio Iruretagoyena, demuestran la necesidad de revitalizar ese acuerdo.Las divergencias sobre cómo acabar con ETA derivaban frecuent...

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EL 'LEHENDAKARI' Ardanza ha recordado, con motivo del décimo aniversario del Pacto de Ajuria Enea, la paradoja que determinó su nacimiento: cada vez que se producía un atentado, los partidos se enzarzaban en "disputas estériles" sobre la forma más idónea de hacer frente a ETA, lo que quebraba la unidad de los demócratas y reforzaba a los terroristas. Polémicas como la planteada ahora en relación a la Etzaintza, con motivo del asesinato del concejal del PP José Ignacio Iruretagoyena, demuestran la necesidad de revitalizar ese acuerdo.Las divergencias sobre cómo acabar con ETA derivaban frecuentemente en discusiones sobre el origen y naturaleza de la violencia política en Euskadi o sobre la conveniencia o no de una negociación política. La línea divisoria acababa estableciéndose muchas veces entre nacionalistas y no nacionalistas, lo que era utilizado por los terroristas para sostener que era artificial la distinción entre demócratas y violentos; que, en el fondo, existía una identidad de objetivos con el PNV (y EA), y que su actuación violenta era ejercida implícitamente en nombre de los deseos verdaderos de la mayoría nacionalista. Todo ello producía un enorme desconcierto.

El pacto de 1988 contenía un doble mensaje. Todos los firmantes reafirmaron ante la sociedad su condición de demócratas por encima de cualquier otra consideración, y, por ello, su rechazo a cualquier intento de sacar ventaja de los efectos de la violencia. Hacia ETA proclamaron que ningún objetivo político justificaba el recurso a la violencia, y, por ello, que no le reconocían legitimidad para actuar en nombre del pueblo vasco; pero también que, si damostraba voluntad de renuncia a la violencia, podría plantearse una salida dialogada.

Ardanza ha recordado que "incumplimientos y deslealtades" han deteriorado los principios del acuerdo, aunque ha preferido no precisar quiénes y cuándo fueron desleales. El pacto funcionó eficazmente durante tres años. Su cohesión se quebró cuando varios partidos se plegaron a las exigencias de ETA en relación a la autovía de Leizarán. Poco después, sectores nacionali tas plantearon la teoría de que, si ETA no se mueve, deben ser los demócratas los que lo hagan ofreciendo alternativas políticas capaces de atraer a ese mundo. La combinación entre ofertas de negociación sin condiciones y demostración práctica, en Leizarán, de que la violencia sirve para hacer ceder a la mayoría se reveló crucial para la recomposición del tinglado etarra tras la caída de su dirección en 1992, y desastroso para el pacto.

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ETA, que había reconocido a finales de los ochenta que el acuerdo había supuesto un duro golpe para sus intereses, podía constatar a mediados de los noventa que había superado los efectos de la caída y "traspasado la crisis a los partidos" democráticos. El cuestionamiento unilateral por el PP del principio de reinserción de los presos agravó la división y dio alas a las maniobras de ETA sobre ese frente.

A fin de revitalizar el pacto, Ardanza ha intentado actualizar el diagnóstico y la terapia de hace diez años. Sobre lo primero, lo esencial es la reafirmación de que el de la violencia es un problema democrático, interno a la sociedad vasca, y no la manifestación de un contencioso nacional entre los vascos y España. Ello ya estaba implícitamente recogido en el acuerdo de 1988, cuando se valoraba el Estatuto de Gernika como solución válida al problema vasco. Pero ese principio había sido contestado desde algunos sectores nacionalistas, poniendo en peligro el consenso autonómico.

Respecto a la salida, Ardanza reafirma la oferta de diálogo condicionada a la acreditación de que ETA está dispuesta a renunciar a la violencia. También este principio había sido cuestionado por los que defendían una negociación sin condiciones, con el argumento de que cuando hay atentados es cuando se hace más necesario negociar. Ardanza reafirma la idea de que son los violentos quienes tienen que evolucionar hacia la democracia, y no al revés, y avanza la propuesta, de probable inspiración irlandesa, de que el primer paso podría ser la exigencia de HB a ETA de una tregua indefinida. Ojalá que lo haga.

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