Reportaje:EXCURSIONES: VALLE DE IRUELAS

Pino negro, buitre negro

La mayor rapaz de Eurasia anida en un viejo bosque resinero de Gredos, junto al embalse de Burguillo

Hartos de leer noticias sobre la naturaleza que sólo hablan de muerte y destrucción (ecología y necrología, ¡qué lúgubre consonancia!), a nuestros lectores seguro que se les alegran las pajarillas (y nunca mejor dicho) al saber que el buitre negro se ha librado por las plumas de la extinción. La buena nueva puede verificarse en diversos lugares, pero en ninguno tan próximo a Madrid como en el abulense valle de Iruelas, entre El Tiemblo y Barraco, a tiro de piedra de San Martín de Valdeiglesias, donde en poco más de una década se han triplicado los efectivos del Aegypius monachus que...

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Hartos de leer noticias sobre la naturaleza que sólo hablan de muerte y destrucción (ecología y necrología, ¡qué lúgubre consonancia!), a nuestros lectores seguro que se les alegran las pajarillas (y nunca mejor dicho) al saber que el buitre negro se ha librado por las plumas de la extinción. La buena nueva puede verificarse en diversos lugares, pero en ninguno tan próximo a Madrid como en el abulense valle de Iruelas, entre El Tiemblo y Barraco, a tiro de piedra de San Martín de Valdeiglesias, donde en poco más de una década se han triplicado los efectivos del Aegypius monachus que pasean su negra sombra por estos bosques de pino resinero, negral o negrillo.Con sus casi tres metros de envergadura y 14 kilos de peso, la mayor rapaz de Eurasia se distingue de su congénere el buitre leonado, además de por su tamaño, por su plumaje negro, el cual sólo deja al descubierto una calva a modo de tonsura monacal -de ahí, su nombre científico- que se compagina a maravilla con sus hábitos morigerados: así, anida cual estilita en la copa de los árboles más apartados, formando colonias laxas que contrastan con las populosas buitreras roqueras donde habita su primo; a diferencia de éste, apetece carroñas menudas y rara vez entabla por las grandes las trifulcas que han hecho del buitre un modelo de codicia; y, por último, lo de procrear no es lo suyo, ya que sólo uno de cada cinco polluelos alcanza la madurez.

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El valle de Iruelas, declarado en 1991 Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA), alberga la tercera población de buitres negros más numerosa de España. Cerca de 80 parejas nidifican en el pinar, una cifra aún inquietante, pero que crece año tras año gracias a la prohibición de paso por la ZEPA que pesa sobre los bípedos implumes entre febrero y mayo, así como durante la primera mitad del otoño, épocas que corresponden a la, eclosión y emancipación de los jóvenes carroñeros, respectivamente.

Fuera de esos meses de incertidumbre, no sólo es posible, sino recomendable y aun imprescindible, pasear por la ZEPA para gozarse en la visión de estos planeadores prehistóricos pintando negros círculos sobre el azul sin mover una sola pluma. A tal efecto, el excursionista se llegará al camping Valle de Iruelas, sito en la orilla meridional del embalse de Burguillo, y echará a andar carretera arriba para, a cosa de un kilómetro, desviarse a la izquierda por una pista forestal que enseguida ingresa en la zona protegida. Rebasada la cancela que señala dicho límite, el caminante seguirá ascendiendo y obteniendo a cada paso vistas más y más de pájaro sobre el embalse hasta que, a una hora y media del inicio, llegado a una pradera, tome en una bifurcación por el ramal de la derecha y se suma bajo la fronda de esbeltos pinos resineros (Pinus pinaster).

Pino resinero, marítimo, rodeno, negral, negrillo..., tales son los varios apelativos que recibe este árbol: los últimos hacen referencia a su corteza renegrida; el primero, a su principal aprovechamiento, la extracción de resina y, de ella, a su vez, la esencia de trementina o aguarrás. A pesar de que hace tres lustros que éstos dejaron de sangrarse, todavía quedan en la base de los troncos las oblicuas cicatrices y, esparcidos en derredor, los potes de barro, a guisa de macetas, en que se colectaba el preciado flujo ambarino. Un bonito recuerdo para llevarse a casa y limpiar de paso el monte.

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Entrado el otoño

En otra media hora, el excursionista coronará el collado de Morales, que señorea hacia poniente el valle del Alberche. Si ello sucediere bien entrado el otoño, divisará, en plano ascendente, los dorados sotos del río, los prados rozagantes, los cobrizos robledales, el verdor inmutable de los pinares, el níveo pico Escusa -máxima altura de este extremo oriental de Gredos: 1.959 metros- y, sobre todo ello, la silueta de los buitres cortándose al acero contra los rayos de un sol que no logra hacer blanco en lo negro.

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