Tribuna

El año del empleo

El paro registrado de septiembre en España constituye una sonora bofetada al propagandismo rampante. Los 51.000 nuevos desempleados constituyen una cifra similar a la del pasado año (ya con el PP), pero es un dato muy superior, por ejemplo, al de los dos últimos septiembres del PSOE, tan decadentes. Y ello dentro del círculo virtuoso por el que atraviesa la economía: escasa inflación, superávit en la balanza corriente, bajos tipos de interés, déficit público muy reducido, una reforma laboral que ha reducido el precio del despido. Si con estas condiciones no disminuye sustancialmente el ...

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El paro registrado de septiembre en España constituye una sonora bofetada al propagandismo rampante. Los 51.000 nuevos desempleados constituyen una cifra similar a la del pasado año (ya con el PP), pero es un dato muy superior, por ejemplo, al de los dos últimos septiembres del PSOE, tan decadentes. Y ello dentro del círculo virtuoso por el que atraviesa la economía: escasa inflación, superávit en la balanza corriente, bajos tipos de interés, déficit público muy reducido, una reforma laboral que ha reducido el precio del despido. Si con estas condiciones no disminuye sustancialmente el paro, ¿cuándo lo hará?Para contestar a esta alarmante cuestión, que pone en duda la convergencia real con Europa y enciende una luz roja de potente intensidad en la política económica del PP, se esperaba que compareciesen, en conferencias de prensa superpuestas, el presidente de Gobierno, José María Aznar, y el ministro de Trabajo, Javier Arenas, como lo hicieron el mes pasado para anunciar, a bombo y platillo, algo que todos los expertos sabían coyuntural: que el paro había bajado en España de los dos millones de personas.

Esta vez dejaron solos, para poner parches injustificables a la mala nueva de los 50.000 nuevos parados, a Manuel Pimentel y al secretario de Estado de Comunicación, Miguel Ángel Rodríguez, que dijo algo inefable: "El Gobierno español no es el que tiene que cambiar en estos momentos la receta contra el paro" (sic). [Lo inefable forma parte cotidiana de nuestra realidad: ¿Quién hizo uno de los ditirambos del Che Guevara en el telediario de TVE el pasado jueves: ¡Ana Botella!].

Los números aguantan todo. Pero el mismo día que se conocía el paro de septiembre se hacían públicos los datos de desempleo de Eurostat (la Oficina Estadística de la UE), que mostraban que cuando en el conjunto de la UE el desempleo es del 10,6%, en España es el 19,8% de la población activa. Pocas horas antes, el Gobierno español había presentado en Bruselas el plan plurianual del empleo y Aznar había hecho una entrevista en un diario económico francés; de ambas presencias se destilaba la misma filosofía: el crecimiento económico es la mejor política social. Mientras nuestros gobernantes se resignan a convivir de modo irremediable con tres millones de parados (pues el porcentaje de crecimiento no absorbe a ese 20% de la población desactivada, más que en un escaso porcentaje cuyo arreglo nos remite a la mitad del siglo que viene), Europa se mueve. Ante la cumbre extraordinaria de jefes de Estado y de Gobierno que se celebrará en Luxemburgo a finales de noviembre -extraordinaria, porque la ordinaria, en Anisterdam, no sirvió para nada en el capítulo del empleo-, los Ejecutivos europeos ensayan fórmulas. Después de los movimientos de Blair para reducir el desempleo juvenil y hacer de la educación su bandera política, la experiencia francesa ha devenido en el más atrevido laboratorio de ideas sobre el desempleo.

Jospin ha puesto en práctica un programa contra el paro con tres instrumentos: convertir los subsidios del desempleo en salarios para los más jóvenes; explorar los nuevos yacimientos de empleo semipúblicos para crear 350.000 puestos de trabajo, y aplicar, la jornada de trabajo semanal de 35 horas a partir del año 2000, para repartir el tiempo de trabajo.

Todo un experimento cuyos resultados están por ver (los conservadores lo criticarán a priori). Pero con tres virtudes muy significativas: la ausencia de resignación -el paro no es natural-, el cumplimiento de las promesas electorales con las que Jospin ganó las elecciones y convenció a los ciudadanos, y la hegemonía de la ministra de Trabajo, Martine Aubry (número dos en el Gabinete), sobre el ministro de Economía, Dominique Strauss-Kahn, es decir, de la política sobre la economía. Virtudes de regeneración democrática que también hay que valorar.

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