Tribuna:DEBATE SOBRE EL EMPLEO

Luces y sombras del plan francés contra el paro

MANUEL ESCUDEROEl autor analiza, a partir del plan de empleo aprobado en Francia, la realidad española, con especial atención a los parados de larga duración.

El novedoso plan para la creación de 350.000 puestos de trabajo del Gobierno socialista francés, lanzado por Martine Aubry, ha causado cierta expectación y alguna incipiente polémica en España, donde, después de 18 años de paro estable y masivo, existe una cierta sensación de pesimismo respecto a la posibilidad de que haya nuevas fórmulas, o al menos nuevas aproximaciones, para resolver la mayor lacra social de nuestro país.El ministro de Trabajo español, a juzgar por sus primeras declaraciones respecto al mismo, no ha sido capaz de ver y valorar las dos novedades que se encuentran implícitas ...

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El novedoso plan para la creación de 350.000 puestos de trabajo del Gobierno socialista francés, lanzado por Martine Aubry, ha causado cierta expectación y alguna incipiente polémica en España, donde, después de 18 años de paro estable y masivo, existe una cierta sensación de pesimismo respecto a la posibilidad de que haya nuevas fórmulas, o al menos nuevas aproximaciones, para resolver la mayor lacra social de nuestro país.El ministro de Trabajo español, a juzgar por sus primeras declaraciones respecto al mismo, no ha sido capaz de ver y valorar las dos novedades que se encuentran implícitas en el plan francés: la primera, que se dirige a resolver el problema qué padece el núcleo más duro de los parados, tanto en rancia como en España, es decir, los parados de larga duración; la segunda, que busca sustituir los subsidios al desempleo por ayudas al empleo.

En España hay 1.800.000 personas en el paro de larga duración (que buscan empleo desde hace más de un año), incluyendo 1.200.000 que están desempleados desde hace más de dos años (EPA, primer trimestre de 1997). De entre todas estas personas, medio millón no ha trabajado en su vida: su único conocimiento del mundo del trabajo ha consistido en la visita regular a la Oficina de Empleo. El drama del desempleado de larga duración en España (como en casi todos los países de la UE) es tan real como desconocido, y es bueno que el plan. francés de lucha contra el paro de los jóvenes que nunca han trabajado sirva de excelente oportunidad para destaparlo.

Se trata de un drama porque el parado que lo es por un periodo largo de tiempo no tiene las mismas oportunidades de recolocación que el que lo está por un breve periodo. El trabajador o la trabajadora que pasa más de un ano en el desempleo disminuye sus posibilidades de ser empleado, ya que la valoración que merece ante los posibles empleadores desciende por el mero hecho de haber estado en el paro por un largo tiempo. Esa posibilidad se incrementa enormemente cuando ya pasa de dos años sin un empleo. Y llega a ser una condena de por vida si la persona que está en esa situación no ha trabajado nunca. Así el paro de larga duración actúa como una barrera de entrada en el mercado de trabajo.

De lo dicho se deriva una terrible verdad: la resolución de este problema no depende de la coyuntura económica. Así, en los momentos de mayor crecimiento econónmico de nuestra historia reciente, digamos entre 1987 y 1991, los parados de más de dos años de duración sólo se redujeron en 400.000, y en 1992 ya volvían a sobrepasar el millón de personas.

Simulaciones realizadas sobre el comportamiento del paro de más de dos años de duración aportan datos escalofriantes: tan sólo dos de cada 10 trabajadores que han estado en el paro por más de dos años consiguen recolocarse anualmente. Parece como si los trabajadores que se ven atrapados en esa situación no pudieran salir de ella, de modo que se va creando una especie de depósito de incolocados, acumulativo, y que va tendencialmente creciendo: se trata, aquí y ahora, de la situación de 1.300.000 mujeres y hombres en nuestro país que tienen menos de 40 años...

Para una mentalidad amante del liberalismo económico el problema del paro de larga duración tiene una solución clara: si existen parados de larga duración -dirá- es porque los subsidios y las ayudas a los desempleados son excesivamente generosas y tienen una duración indefinida. Por ello, el método más expeditivo de resolver el problema es acortarlas.Ésa es la solución que se le da al problema en EE UU. La cura es efectiva, en el sentido de que no hay paro de larga duración. El único detalle que ensombrece esa mágica fórmula es que, como recordaba R. Layard, en un excelente artículo sobre el tema, ¡en EE UU hay tantas personas en la cárcel o en libertad condicional como desempleados!

En España o en Europa nunca consentiremos esa solución, pues va contra nuestros valores. Pero tampoco se debe admitir un sistema de subsidios y ayudas que permita que un enorme contingente de personas se encuentre atrapado y sin salida, aunque sobreviviendo malamente, en esa situación. Indudablemente, si hemos llegado a esta situación dramática (y que, insisto, no se va a resolver a base de crecimiento económico, aumento de la inversión productiva y entusiasmo empleador de las empresas), es necesario montar un sistema de rescate de ese depósito de incolocados. Y eso sólo se conseguirá actualizando y revolucionando nuestro sistema educativó, para adaptarlo a la sociedad del conocimiento en la que vivimos, de modo que toda esa gente tenga la oportunidad de acceder a especializaciones sucesivas, a nuevas cualificaciones, a una nueva empleabilidad.

Por ello, no sería insensato pensar en la transición desde el actual sistema de prestaciones por desempleo a un sistema de reciclaje profesional para toda persona que esté en el paro, desde el mismo día en el que se encuentre en tal situación. Y, en lo que hace a los parados de larga duración, no sería descabellado pensar en un sistema por el que su subsidio se convierta en una subvención para los empleadores, de modo que pueda acceder, siquiera sea durante un año., a un nuevo puesto de trabajo.En el fondo, pues, cualquier fórmula sensata para hacer desaparecer el paro de larga duración pasa por la reconversión de las actuales prestaciones y subsidios al desempleo, de naturaleza pasiva, en ayudas y subvenciones activas para la formación o la recolocación profesional: y tal es, precisamente, el segundo rasgo del plan francés de choque, en el que el Estado dejará de pagar subsidios a los desempleados y, en su lugar, subvencionará sus nuevos puestos de trabajo.No todo, sin embargo, son luces en el mencionado plan: el hecho de que se haya dirigido exclusivamente a la creación de puestos de trabajo a cargo de la iniciativa pública indica probablemente su aspecto más problemático. Y no me refiero precisamente al sesgo público de tal orientación, sino al hecho de que tan importante política no haya sido participada por los agentes económicos y sociales franceses, lo que, como en cualquier otro terreno de las políticas económicas, siempre es una debilidad y en la mayoría de las ocasiones una equivocación. Como se decía al comienzo, 18 años de paro estable y masivo indican elocuentemente que no estamos ante un problema sencillo, sino muy complejo. No hay fórmulas mágicas, sino aproximaciones más o menos exitosas al problema. Como se puede inferir de esta pequeña reflexión, las soluciones para ayudar a salir a cientos de miles de ciudadanos del túnel del paro de larga duración no son sencillas ni pueden ser tomadas de un modo arbitrista. Son soluciones que deberán implicar la reforma de varios sistemas sociales existentes y fundamentales: desde el educativo hasta el de prestaciones y subsidios al desempleo. Por ello, necesitan un gran debate, urgente e innovador, y mucho consenso entre los agentes económicos y sociales, entre las asociaciones de los trabajadores y los empleadores. En cualquier caso, el plan de madame Aubry ha tenido un mérito indudable: abrir una senda, lejos de las banalidades respecto al paro que escuchamos con frecuencia, y frente al escepticismo dominante, apuntando con vigor en dos direcciones innovadoras: destapar el problema del núcleo más duro del paro, el desempleo juvenil de larga duración, y comenzar a utilizar medidas activas, en vez de fórmulas pasivas, para resolver el problema.

Manuel Escudero es economista del Instituto de Empresa

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