Reportaje:

Historia de Latív

Una explosión destroza a uno de los zapadores que detectan 10 millones de minas en Irak

6 de agosto, a las 12.45. La mina es negra, pequeña, plástica. Una PMN de fabricación soviética, colocada cuando la guerra irano-iraquí de los ochenta. Está escondida entre la maleza. Latív apenas la roza. Le explota entre las piernas. Un sordo grito de dolor junto al lago Darbandekhan, el Kurdistán iraquí. Su cuerpo enjuto de zapador salta. Latív Ahmed Farag, de 30 años, ciudadano kurdo, desertor del ejército de Sadam Husein en la guerra del Golfo, bordea la muerte. Se queda sin piernas, sin estómago, sin genitales. Otra guerra prosigue en Irak.Latív tiene cinco hijos, el mayor nació e...

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6 de agosto, a las 12.45. La mina es negra, pequeña, plástica. Una PMN de fabricación soviética, colocada cuando la guerra irano-iraquí de los ochenta. Está escondida entre la maleza. Latív apenas la roza. Le explota entre las piernas. Un sordo grito de dolor junto al lago Darbandekhan, el Kurdistán iraquí. Su cuerpo enjuto de zapador salta. Latív Ahmed Farag, de 30 años, ciudadano kurdo, desertor del ejército de Sadam Husein en la guerra del Golfo, bordea la muerte. Se queda sin piernas, sin estómago, sin genitales. Otra guerra prosigue en Irak.Latív tiene cinco hijos, el mayor nació en 1988. Y cinco años de experiencia oliendo y neutralizando minas antipersonales con pinzas, una a una, en la zona de Suleimanía. Es uno de los 200 zapadores desminadores con que cuenta en la región el MAG (Mines Advisory Group), una ONG hecha de pasión pacífica y ayudas europeas. ¿Uno más? No, "el más experimentado, el más meticuloso, el más disciplinado, con 12 expertos a su cargo, le habíamos promovido a jefe de uno de los 12 equipos", explica el coordinador general, Marc Thompson.

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¿Qué ha pasado? Lo dirá la investigación. Pero "hasta a los viandantes les cae un ladrillo en la cabeza", arguye el desolado Thompson, buscando explicación imposible al primer accidente que registran sus huestes en los dos últimos años.

Latív agoniza en la UVI del hospital Emergency, impecable instalación de una ONG sanitaria italiana. Es perito eléctrico. Justo recién acabados los estudios, fue enviado a invadir Kuwait. Aprovechó el primer caos de la guerra, tras el primer combate en la frontera de Om Quaser, para desertar. "¿Por qué tenemos que matarnos?", se preguntaba", explica uno de sus dos hermanos, Raouf, de 26 años, ingeniero eléctrico.

A la inquina contra la guerra se le une el apremio salarial. Se enrola así en MAG. Pieza a pieza, entre él y sus compañeros han limpiado un kilómetro cuadrado cada dos días, 42.000 minas en total. Menos niños saltarán por los aires en sus juegos inocentes. Pero todavía muchos, demasiados.

Desertor meticuloso

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Baratas de fabricar, cuestan menos que un paquete de cigarrillos. Caras en vidas: "Cuarenta heridos por minas llegan al hospital cada semana; la cuarta parte, niños; debemos amputar al 80%", cifra el fundador del centro sanitario, el cirujano italiano Gino Strada.42.000 unidades es una gota en el océano infernal de 10 millones de minas depositadas junto a la frontera iraní, carreteras, lagos, pastos. "En técnicas de detección estamos como en la 11Guerra Mundial, y en cambio, la fabricación de minas se ha hecho más perfecta, se incluye menos cantidad de metal, lo cual dificulta su localización", ilustra el coordinador general de la ONU para Irak, Staffan de Mistura.

"Calculamos que a este ritmo, sólo en Afganistán se necesitarían 45 años para lograr una limpieza total", ejemplifica Strada, cuya campana pacifista en Italia, gran productora mundial, ha logrado la prohibición de este tipo de armas. "Para acelerar el desminado, el Centro Europeo de Investigación de Istra ensaya un tanque que incluye radar, sensor y satélite", explica la comisaria europea de Ayuda Humanitaria, Emma Bonino.

Mientras llega eso, la guerra de hecho continúa en el Kurdistán. No sólo las escaramuzas armadas, sino las explosiones retardadas contra los civiles: seguirán reventando niños juguetones y zapadores concienzudos. Como Latív.

"Mis padres están rotos. No podíamos imaginar este accidente. Ya sabemos que la vida está en manos de Dios. Pero Latív siempre nos explicaba que era muy riguroso trabajando, que seguía a rajatabla, milímetro a milímetro, todas las normas de seguridad", musita en pretérito Raouf, junto al lecho de su hermano agonizante.

Como sucede en los accidentes de las minas de carbón, los compañeros del herido han paralizado el trabajo, en duelo y a la espera de que la investigación aclare las causas del siniestro. Unos se dedican a la detección; otros, al señalamiento de zonas peligrosas; los demás, a las campañas de prevención entre los chavales, en forma de juegos infantiles. Todos cumplen tres condiciones, resume Thompson: "fortaleza física, mucho sentido común, visión práctica".

Al cabo, a Latív no le han valido. "La guerra civil entre facciones kurdas destruyó nuestra esperanza de una vida mejor", murmura Raouf, recordando la sempiterna conclusión de las polémicas que mantenía con su hermano mayor. Algo mucho más simple, una diminuta mina soviética, ha arruinado la vida de éste. ¿Vive aún? "Díles a los de MAG que no abandonen a sus cinco hijos", urge. Un seguro de orfandad, les quedará. Y el recuerdo orgulloso de un desertor meticuloso y abnegado.

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