Milosevic renace de sus cenizas

La opoiscón serbia que tuvo en jaque al régimen se diluyó en rencillas personales

En febrero de este año, el saldo político del líder serbio Slobodan Milosevic estaba a cero. Decenas de miles de personas pedían cada día su dimisión en las calles de Belgrado por haber falsificado los resultados de unas elecciones municipales en las que su partido socialista (SPS, ex comunista) resultó derrotado. Medio año después, Slobo, como le conocen en su país, se ha catapultado desde la presidencia serbia a la de la República federal de Yugoslavia (Serbia y Montenegro) y sus aparentes verdugos de entonces, que desfilaban unidos al frente de las masas, se han disuelto en sus rencillas pa...

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En febrero de este año, el saldo político del líder serbio Slobodan Milosevic estaba a cero. Decenas de miles de personas pedían cada día su dimisión en las calles de Belgrado por haber falsificado los resultados de unas elecciones municipales en las que su partido socialista (SPS, ex comunista) resultó derrotado. Medio año después, Slobo, como le conocen en su país, se ha catapultado desde la presidencia serbia a la de la República federal de Yugoslavia (Serbia y Montenegro) y sus aparentes verdugos de entonces, que desfilaban unidos al frente de las masas, se han disuelto en sus rencillas parroquiales. Sloboslavia está en el horizonte.En el medio año transcurrido, los otrora prósperos diez millones de serbios se han empobrecido un poco más, hasta límites tercermundistas.

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Tampoco en este medio año Milosevic ha cumplido una sola de las promesas democratizadoras que hiciera a los mediadores internacionales con cuya ayuda se puso fin a la revolución de invierno. Por el contrario, su Gobierno acaba de cerrar más de setenta pequeñas emisoras de radio y televisión que no le eran gratas, y su partido -que no ha dejado de gobernar desde la II Guerra Mundial- ha dibujado a su medida nuevas circunscripciones electorales, con vistas a los comicios parlamentarios y presidenciales de septiembre.

Más aún, y por si cupiese alguna duda respecto a las intenciones de este inigualado transformista balcánico, Milosevic ha elegido como candidato de su partido a la presidencia serbia a Zoran Lilic, un hombre de paja que durante los últimos cinco años y hasta el mes pasado ha ocupado el protocolario cargo de jefe del Estado yugoslavo. Quítate tú, que me pongo yo. Los adversarios del ingeniero Lilic son por el momento el ultranacionalista nostálgico Vuk Draskovic, uno de los cabecillas de la evaporada coalición opositora Zajedno (Unidos), y Vojislav Seselj, caudillo fascista organizador de escuadrones de la muerte serbios en Bosnia, que ahora pide a gritos la expulsión de Serbia de los dos millones de albaneses de Kosovo.

El próximo asalto del estratega Milosevic -56 años, 10 de reinado absoluto- para reconstruir su autoridad es trasladar a la presidencia federal, que acaba de asumir a paso de carga, el poder ilimitado que ha ejercido como supremo serbio, un cargo éste que por imperativo constitucional no podía repetir por tercera vez. Para lograrlo necesitará el apoyo de los ex comunistas montenegrinos. El partido gobernante de Montenegro -el minúsculo socio de la federación yugoslava, con poco más de medio millón de habitantes- se escindió el mes pasado en una minoritaria facción pro-Milosevic, encabezada por el presidente Momir Bulatovic, y otra firmemente en contra, del reformista primer ministro Milo Djukanovic.

¿Qué permite a un dirigente que ha arruinado literalmente su país y le ha asfixiado internacionalmente seguir al timón incluso desde el borde del abismo? En el caso serbio, además del carácter monolítico del régimen (control sin fisuras del aparato económico-político y de seguridad y de los medios de comunicación), se trata de la absoluta ineptitud de sus opositores.

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Los jefes de Unidos -el converso Zoran Djindic, ahora alcalde de Belgrado, el demagogo Draskovic y la liberal e inofensiva Vesna Pesic- tuvieron a Milosevic a su merced desde noviembre a febrero, cuando centenares de miles de personas de toda condición desafiaban temperaturas polares para salir pacíficamente a la calle pidiendo democracia. Desde entonces, y en lugar de capitalizar el clamor popular y el apoyo internacional que inmediatamente generó, incluidas visitas triunfales a las principales capitales europeas, Madrid entre ellas, la oposición serbia se ha dedicado a pelearse por la minúscula parcela de poder obtenida. Sus dos principales jefes ya ni se hablan.

Draskovic ha usado sus espacios televisivos no para promover la libertad, sino para hacer propaganda de su oscuro Movimiento serbio de Renovación. Djindjic, otro ultranacionalista trasmutado en demócrata, ha boicoteado desde su precaria alcaldía de la capital las aspiraciones presidenciales de su antiguo aliado. Entre acusaciones mutuas de traición y de connivencia con Milosevic, Unidos ha consumado en unos pocos meses su suicidio político.

El 21 de septiembre habrá elecciones al Parlamento y a la presidencia. Contra el telón de fondo de un país anestesiado por años de febril propaganda etnocentrista y el subsiguiente fracaso de la Gran Serbia -el proyecto histórico de Slobo, en cuyo nombre se han cometido las peores atrocidades conocidas por Europa desde los nazis- emerge de nuevo, moviendo los hilos, la figura mineral del superviviente Milosevic.

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