Tribuna:

Primero, las torres; las veletas, después

Uno de los principales impulsores de unidad europea, el francés Jean Monnet, resumió así, al cabo de los años, el juicio que le merecía el proceso iniciado en 1957: "Jamás me he preguntado si el Tratado de Roma habría podido ser diferente y mejor. Creo que respondió plenamente a las posibilidades del momento y, sin duda, a la prudencia de la época para la que fue concebido". Los quince jefes de Estado y Gobierno reunidos ayer y hoy en Amsterdam se sentirían felices si dentro de diez años pudieran reclamar esta misma sentencia para el Tratado que llevará el nombre de la capital holandesa.Los Qu...

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Uno de los principales impulsores de unidad europea, el francés Jean Monnet, resumió así, al cabo de los años, el juicio que le merecía el proceso iniciado en 1957: "Jamás me he preguntado si el Tratado de Roma habría podido ser diferente y mejor. Creo que respondió plenamente a las posibilidades del momento y, sin duda, a la prudencia de la época para la que fue concebido". Los quince jefes de Estado y Gobierno reunidos ayer y hoy en Amsterdam se sentirían felices si dentro de diez años pudieran reclamar esta misma sentencia para el Tratado que llevará el nombre de la capital holandesa.Los Quince llegaron a Amsterdam con un compromiso y un problema. El compromiso era disipar las dudas sobre la fecha de entrada en vigor del euro (previsto para 1999) y reafirmar el famoso Pacto de Estabilidad, por el que los países que arranquen con la moneda única se obligarán a respetar durante los años siguientes un estrecho corsé económico.

Objetivo cumplido. Nadie, ni Francia, ha puesto en duda la obligatoriedad del Pacto. Los más críticos se limitan a decir, en privado, que esperan que las terribles multas exigidas por el futuro Banco Central Europeo para los gobiernos que se desvíen y pretendan hacer frente a alguna crisis gastando más de lo autorizado funcionen como el arma nuclear durante la guerra fría: no hizo falta utilizarla porque bastó con su formidable poder disuasivo.

El problema era cómo convencer a sus ciudadanos -algunos de los cuales habrán de votar en referéndum el nuevo texto- de que todo el proyecto de construcción europea no gira exclusivamente en torno a la moneda única y políticas restrictivas, sino que se mueve también por una preocupación social. Hasta los políticos y economistas más torpes se dan cuenta ya de que se trata de un problema más grave de lo que sospecharon: intuyen que el sorprendente resultado de las últimas elecciones francesas, que volvieron a llevar a un partido socialista al poder, puede no ser una boutade típica del extraño carácter de los galos sino el primer reflejo real de unas opiniones públicas irritadas y desconfiadas.Sobre ese segundo objetivo, recuperar la confianza de los ciudadanos, puede ser sobre el que gire el juicio del futuro: saber si el Tratado de Amsterdam dio o no una respuesta, prudente, pero respuesta al fin y al cabo, a los problemas del momento y a la angustia de sus votantes.

De momento, la iniciativa de los socialistas franceses ha abierto una brecha. El nuevo texto permitirá que las políticas activas de empleo tengan, en el futuro, un marco jurídico comunitario, aunque sea imposible saber aún si contarán también con fondos suficientes, contantes y sonantes. Es simplemente un ladrillo y con ladrillos se puede construir una esbelta torre o una lamentable chabola.

Ya lo dicen los versos que cuelgan en un panel ante la puerta de la delegación española en la cumbre de Amsterdam:

Primero hizo Dios al hombre;

después, a la mujer;

primero se hacen las torres;

las veletas, después.

Claro que como se trata de unas coplas anónimas (las otras delegaciones lucen versos firmados por T. S. Eliot, Cavafis, Rilke, Pavese, Pessoa o Rimbaud), lo mismo los versos no aluden a la posibilidad de que todo esto quede en agua de borrajas, o en una hermosa declaración retórica, sino que tienen un significado literal. No en balde son coplas populares.

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