Editorial:

Llegó Kabila

KABILA YA no es el caudillo de unas bandas de rebeldes en una selva remota, sino el líder indiscutido de un Estado bajo su control firme, y todo indica que implacable. Desde el martes ya está en Kinshasa, la capital de la nueva República Democrática de Congo, el Estado que se ha proclamado sucesor del Zaire del ya exiliado Mobutu Sese Seko, el dictador que pareció incombustible a toda circunstancia.La toma de la capital ha sido mucho menos cruenta de lo esperado, y no sólo porque las escasas fuerzas de Mobutu no hayan ofrecido resistencia. Los actos de represalia y crueldad contra representant...

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KABILA YA no es el caudillo de unas bandas de rebeldes en una selva remota, sino el líder indiscutido de un Estado bajo su control firme, y todo indica que implacable. Desde el martes ya está en Kinshasa, la capital de la nueva República Democrática de Congo, el Estado que se ha proclamado sucesor del Zaire del ya exiliado Mobutu Sese Seko, el dictador que pareció incombustible a toda circunstancia.La toma de la capital ha sido mucho menos cruenta de lo esperado, y no sólo porque las escasas fuerzas de Mobutu no hayan ofrecido resistencia. Los actos de represalia y crueldad contra representantes del antiguo régimen o del ejército derrotado han existido, y son lamentables y condenables, pero no han tenido el carácter masivo de otras ocasiones. El ejército vencedor ha demostrado una disciplina totalmente inexistente en los últimos meses en las tropas de Mobutu.

Desde su llegada a la capital, Kabila ha hecho vanos gestos conciliadores: prometer elecciones generales o llamar a la comunidad empresarial a la cooperación. Aun así, son bastantes las realidades y las declaraciones del entorno de Kabila que no han logrado sino reforzar las dudas sobre las verdaderas intenciones del nuevo hombre fuerte del Congo.

Hay indicios de que Congo funcionará en régimen de partido único (la Alianza para la Liberación de Congo), aunque con tendencias internas. Craso error histórico, pues ya han pasado los tiempos en que se podían simular condiciones democráticas con un solo partido. En esas circunstancias no hay homologación democrática. La legalización de todas las formaciones y la apertura del proceso hacia la celebración de unas elecciones en un plazo razonable son imprescindibles para que el nuevo régimen demuestre que llega con un talante distinto al de su antecesor. Es imprescindible también que, concluida la toma del país, Kabila imponga a su ejército un trato humano hacia los refugiados hutus ruandeses que facilite tanto la asistencia como la localización de aquellos miles de ciudadanos que previsiblemente están perdidos todavía en la selva en condiciones espantosas.

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¿Quién va a poder influir sobre Kabila para que oriente al nuevo Congo en la dirección adecuada? Probablemente será receptivo a los regímenes vecinos que le han apoyado y a la potencia política emergente, la Suráfrica de Mandela; posiblemente también a Estados Unidos, que ha facilitado su victoria. Pero quien verdaderamente ha perdido poder en este Congo -y por lo mismo en toda la región- ha sido Francia. El Gobierno francés puede paliar su fracaso recordando que el honor de su país está a salvo por haber sido el primero en denunciar la situación de los refugiados en el este del antiguo Zaire. Sin embargo, debe reconocer con la misma contundencia que la política africana francesa ha hecho aguas. Francia ya no tiene poder para bastarse por sí sola, y además ha actuado en África más como un gendarme que como la impulsora activa de unos sistemas más democráticos que a la larga podrían haber reforzado su propia credibilidad en la zona.

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