Cartas al director

Historia para no dormir

El artículo del académico Carlos Seco Serrano sobre el mito azañista (EL PAÍS del 21 de abril) es un claro ejemplo de la peligrosa tendencia de la intelectualidad oficialista española de culpar del fracaso de la II República y del clima social que provocó la guerra civil, no a los militares golpistas ni a los poderes económicos, eclesiásticos y latifundistas que los apoyaban, sino a la capacidad de los dirigentes republicanos y socialistas para controlar la nave del nuevo Estado y dejarse arrastrar por una "marea revolucionaria intransigente y caótica".Lo que más me preocupa del artícul...

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El artículo del académico Carlos Seco Serrano sobre el mito azañista (EL PAÍS del 21 de abril) es un claro ejemplo de la peligrosa tendencia de la intelectualidad oficialista española de culpar del fracaso de la II República y del clima social que provocó la guerra civil, no a los militares golpistas ni a los poderes económicos, eclesiásticos y latifundistas que los apoyaban, sino a la capacidad de los dirigentes republicanos y socialistas para controlar la nave del nuevo Estado y dejarse arrastrar por una "marea revolucionaria intransigente y caótica".Lo que más me preocupa del artículo es esa obsesión latente por desacreditar a una izquierda que representó en la II República los intereses de una clase trabajadora que vivía casi en la miseria y que estaba bastante decepcionada con unos Gobiernos republicanos que nunca acometieron la profunda reforma agraria y laboral que tanto anhelaba esa clase social para mejorar sus condiciones de vida.

Pero el señor Serrano, miembro de la Real Academia de la Historia, reduce los intentos de los trabajadores para lograr, no sólo un cambio político (de la Monarquía a la República), sino económico y social (indispensables para que surja una nueva sociedad más justa que sustituya a la imperante), a un mito de la revolución, que, junto al mito del golpismo, provocó, según su preclaro saber, el enfrentamiento entre españoles. Al señor Serrano le disgusta que la clase trabajadora optase por no someterse dócilmente a una democracia parlamentaria que siempre defendió las posiciones de la alta burguesía y de los latifundistas en los momentos más delicados de la II República y prefiriese luchar política, sindical y socialmente, desde una óptica revolucionaria (que no significa mentar al diablo), para poder vivir con dignidad.

Y ya es irritante, por último, que defina de centrista la labor del Gobierno Lerroux-Gil Robles, durante el bienio negro, cuando Lerroux era la expresión viva del político corrupto, y Gil Robles, un admirador de la política fascista, que siempre trató de vaciar de contenido a la República, y si esto no fuera posible, como así ocurrió, preparar un clima propicio para un golpe militar que salvaguardase los intereses reaccionarios de la derecha económica y agraria que él representaba.

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Con análisis históricos de esta magnitud no sería tan extraño que dentro de una década la intelectualidad oficialista califique a Franco de gran estadista, a la altura del propio Azaña, y no de dictador que arrebató durante 40 años las libertades a un país, pues parece ser que para culpar del fracaso de la República y de la guerra civil no hay mejor cabeza de turco que esa izquierda radical, extremista e intransigente, proclive a banderas llameantes y a mareas revolucionarias.-

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