Tribuna:

No es bueno tener la cabeza tan fría

Decía Kipling: "Si usted puede mantener la cabeza fría cuando todos a su alrededor la empiezan a tener caliente, a lo mejor usted no ha comprendido la gravedad de la situación". Por si acaso, conviene que los españoles, y nuestros gobernantes, empecemos a calentarnos la cabeza con el tema de los fondos de cohesión de la Unión Europea, como ya han hecho los 1.200 participantes en un foro celebrado la semana pasada en Bruselas.En la UE hay países más pobres que otros, y dentro de los países, regiones menos desarrolladas. Para lograr que esas diferencias se vayan reduciendo, la Unión ha organizad...

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Decía Kipling: "Si usted puede mantener la cabeza fría cuando todos a su alrededor la empiezan a tener caliente, a lo mejor usted no ha comprendido la gravedad de la situación". Por si acaso, conviene que los españoles, y nuestros gobernantes, empecemos a calentarnos la cabeza con el tema de los fondos de cohesión de la Unión Europea, como ya han hecho los 1.200 participantes en un foro celebrado la semana pasada en Bruselas.En la UE hay países más pobres que otros, y dentro de los países, regiones menos desarrolladas. Para lograr que esas diferencias se vayan reduciendo, la Unión ha organizado distintos mecanismos. Cuatro van destinados directamente a las regiones que no alcanzan la media de riqueza del área (Fondos Feder, Social, Feoga Orientación y el del sector pesquero) y un quinto (el llamado propiamente Fondo de Cohesión) se deja directamente en manos de los Estados que tampoco llegan, en su conjunto, a la media.

Pues bien, a finales de este año la Comisión Europea propondrá una reforma de estos cinco fondos. Para que quede claro lo que nos jugamos los españoles en esa reforma baste decir que nuestro país se lleva en el periodo 1994-1999, y sólo en el Fondo de Cohesión, 1,5 billones de pesetas, es decir, el 50% del importe total de ese apartado. ¿No es extraño que tengamos la cabeza tan fría que todavía no hayamos diseñado una estrategia para defender esos fondos?

Andreu Missé ha explicado en estas mismas páginas el conflicto que se está planteando en el seno de la Comisión y de los 15 países de la Unión. Por un lado, hay quienes temen que la Organización Mundial de Comercio exija que se reduzcan o desaparezcan las ayudas europeas a producciones agrícolas excedentarias y proponen que, para tranquilizar a los agricultores, se desvíe parte del dinero destinado a cohesión. Por otro, hay quienes advierten que, después de la ampliación a países del Este, habrá que repartir el dinero entre más socios. Y, finalmente, todos recuerdan que los países que más contribuyen al presupuesto comunitario llevan tiempo clamando por nuevos ajustes.

Frente a quienes creen que los fondos de cohesión deben adaptarse a esas nuevas circunstancias, se levantan otras voces para las que esos fondos están en grave peligro, pero no por culpa de la ampliación o de lo que pagan los países más ricos, sino por una corriente antisolidaria. Los países del Este que accedan a la Unión, afirman, no supondrán un gasto intolerable. Primero, porque entrarán escalonadamente. Segundo, porque habrá largos periodos de adaptación. Y tercero, porque las propias normas comunitarias establecen que un país sólo puede recibir en total el equivalente al 4% de su PIB, y los de Polonia, Hungría o Chequia son, en estos momentos, bastante pequeños.

En cuanto al gasto que representan los distintos fondos de cohesión en el conjunto del presupuesto comunitario, es verdad que en el periodo 1994-1999 supusieron 170.000 millones de ecus, es decir, casi un tercio de todo el dinero de que dispone la UE. Pero también es verdad que el presupuesto global de la Unión no es nada del otro mundo: equivale al 1,27% del PIB de los Quince. Es decir, la Unión dedica a la cohesión el 0,45% de la riqueza conjunta de los Quince. Se podría decir que los norteamericanos fueron mucho más generosos con los europeos que éstos entre sí: Estados Unidos, con el Plan Marshall, envió a Europa, durante cuatro años seguidos (1948-1951), el 1% de su PIB.

Tal vez resulte que los norteamericanos, además de adorar a Kipling, leen más que los europeos al siempre citado barón de Montesquieu: "El Estado que cree aumentar su poder con la ruina de aquel que tiene al lado, se debilita con él".

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