Tribuna

¿Quo vadis, Heynckes?

Llegó Heynckes y comenzó los preparativos para detener al Betis. Lo natural habría sido repasar los modernos manuales de táctica, pero algún inexplicable salto atrás le invirtió las neuronas, de modo que pasó por el anticuario, desempolvó aquel vestigio arqueológico que los antiguos llamaban marcaje individual, lo puso en práctica, volvió loco a Alexis, fundió a Jokanovic y perdió el partido.Una vez más, don Jupp caía en ese resabio prehistórico tan propio de los años setenta. ¿Por qué insistía de nuevo en él? Quizá convenga recordar las razones del fracaso de la fórmula ...

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Llegó Heynckes y comenzó los preparativos para detener al Betis. Lo natural habría sido repasar los modernos manuales de táctica, pero algún inexplicable salto atrás le invirtió las neuronas, de modo que pasó por el anticuario, desempolvó aquel vestigio arqueológico que los antiguos llamaban marcaje individual, lo puso en práctica, volvió loco a Alexis, fundió a Jokanovic y perdió el partido.Una vez más, don Jupp caía en ese resabio prehistórico tan propio de los años setenta. ¿Por qué insistía de nuevo en él? Quizá convenga recordar las razones del fracaso de la fórmula hombre a hombre y, por tanto, las causas de la decadencia de aquéllos voluntariosos patanes que los cronistas de la época solían llamar secantes. Después de algunos esforzados intentos de marcaje en zona, los viejos estrategas decidieron que la defensa conjunta exigía muchos preparativos y que no merecía la pena calentarse la cabeza con maniobras preparadas. Fue así como casi todos se apuntaron a la verbena de los llamados perros de presa, aunque quizá fueran los italianos quienes se encargaron de depurarla hasta límites insufribles. ¿Que aparecía Cruyff? Mandaban a Oriali para que le volara los gemelos. ¿Que aparecía Maradona? Comisionaban a Gentile para que le salteara los rinones.

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Estas persecuciones al futbolista de mayor talento eran tanto un símbolo como un síntoma. En la práctica, muchos entrenadores no se conformaban con someter a un solo adversario a semejante cacería, sino que transformaban a sus equipos en una pandilla de diez pelmazos obsesionados por seguir a su par como el cobrador del frac sigue a un moroso.

Por ventura, un día se descubrió que quien frecuentaba el marcaje individual ofrecía al contrincante una ventaja extraordinaria: cada perseguido podía arrastrar a su perseguidor donde más le conviniera. En consecuencia, a cualquier entrenador avispado le bastaría con manejar inteligentemente los desmarques de sus jugadores para desarticular el esquema del equipo contrario y llevarlo al caos. Entonces dijimos adiós y aleluya.

Cuando don Jupp llegó al Athletic de Bilbao y decidió cambiar el pelotazo inglés por el toque latino, todos le rendimos el homenaje que se debe a un tipo audaz y a un hombre con buen gusto. A la vista de su sospechosa evolución defensiva hemos de enviarle un aviso urgente: hay un dicho según el cual el fútbol es un juego que siempre terminan ganando los alemanes. No le haga mucho caso, Jupp: cuando lo citan, algunos quieren decir que en esto del fútbol el rey de los pelmas siempre fue alemán.

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