Tribuna:

Amiguismo

Una vez acomodado al puente de mando de la nave del poder, el Partido Popular ha descerrajado su primera andanada bajo la línea de flotación del PSOE. Y lo ha hecho con un marrullero golpe bajo, de ésos que no admiten posible defensa. Pero quizá le salga el tiro por la culata, a juzgar por el modo en que comienza a recoger velas tratando de esconder la mano con que tiró la piedra. En efecto, su denuncia de los supuestos favores fiscales que habría regalado el Gobierno anterior podía parecer a primera vista una jugada maestra, ya que cogió a traición a los socialistas colocándoles a la defensiv...

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Una vez acomodado al puente de mando de la nave del poder, el Partido Popular ha descerrajado su primera andanada bajo la línea de flotación del PSOE. Y lo ha hecho con un marrullero golpe bajo, de ésos que no admiten posible defensa. Pero quizá le salga el tiro por la culata, a juzgar por el modo en que comienza a recoger velas tratando de esconder la mano con que tiró la piedra. En efecto, su denuncia de los supuestos favores fiscales que habría regalado el Gobierno anterior podía parecer a primera vista una jugada maestra, ya que cogió a traición a los socialistas colocándoles a la defensiva contra las cuerdas. Pero es posible que la ganancia del partido en el poder sea pírrica, quedando al final como un mediocre fullero ventajista.Es cierto que del PSOE cabe esperarlo todo, a juzgar por su ejecutoria de gales y filesas, cuya patente responsabilidad se resiste a confesar; y más aún si encima consideramos la provocación añadida por González al solidarizarse con Craxi. Pero esta denuncia de amnistia fiscal está trucada de una forma tan torpe y tan sucia que no lograría resultar creíble ni aunque el Gobierno en pleno la jurase. Su acusación sin pruebas resulta insostenible de puro burda, pues se basa en un juicio de intenciones cuya base objetiva es indemostrable. Además, su instrumentación partidista conduce al absurdo de que a los actuales responsables de la Hacienda pública les interese sectariamente perder sus reclamaciones ante los tribunales.

De ahí que su socio Duran opine que fue un craso error la denuncia y que Pujol se desentienda negándose a, seguirles en tan peregrina aventura. Postura ésta de Pilatos que es compartida por los morbosos espectadores que observan la refriega desde la barrera opinando que no va con ellos por tratarse de una guerra privada entre el sanedrín fariseo y el reo al que crucifican. ¿Pero no recuerda este tibio neutralismo al de ciertos personajes, ante el contencioso vasco, que se fingen equidistantes tanto de verdugos como de víctimas?

¿Quién es el agresor en esta contienda? Es evidente que fue el PP quien abrió fuego con cartas trucadas iniciando las hostilidades sin causa justa. Y lo hizo, además, rompiendo su proclamada filosofía de pasar página, como si añorase regresar a la crispación de su pasado opositor. ¿A qué viene esta agresión precisamente ahora? Tres son las interpretaciones que circulan. La excusa oficial es que se trata de la respuesta que merecían las previas acusaciones de amiguismo que el PSOE dirigió contra el PP. Pero aquí no hay reciprocidad alguna. El amiguismo del PP es perfectamente tangible, pues se trata de públicas decisiones tomadas por el Gobierno, a golpe de Boletín Oficial del Estado, con nombramientos, rebajas fiscales y privatizaciones. En cambio, este presunto amiguismo de la Hacienda socialista parece pura insidia, dada su inconsistencia.

También se dice que se trata de una campaña de imagen, que busca recuperar el afecto de su electorado apelando a sus bajos instintos inquisitoriales. Pero, si es así, se trata de una técnica equivocada y contraproducente, además de falaz e indigna. La buena imagen sólo se puede adquirir mediante realizaciones, al demostrar protagonismo por méritos propios, y nunca mediante descalificaciones del adversario, con calumnias que lo caricaturicen como chivo emisario. Las cazas macarthistas de brujas felipístas o polanquistas, por el estilo de las denuncias de los contubernios judeo-masónicos, sólo conducen a labrarse una imagen antisemita de sectario inquisidor, pero nunca logran suscitar lealtad, identificación política o sincera adhesión.

Queda la tercera explicación: la vengativa guerra sucia en represalia por la ruptura de la plataforma digital. Este motivo, por espurio que sea, sólo resulta legítimo cuando lo esgrimen intereses privados como los de ciertos directores de diarios. Pero nunca puede excusar a quien tiene encomendada la defensa del interés general, que hoy parece instrumentado al servicio de objetivos inconfesables.

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