Tribuna:

La Dama

El 4 de agosto de 1897, un chico de 14 años dio con la pica en algo duro y resultó ser la Dama de Elche. El propietario de la finca, llamada La Alcudia, era el doctor Manuel Campello, y el doctor Campello ofreció el busto al Museo Arqueológico Nacional. Allí, sin embargo, apenas hicieron caso y propiciaron que un francés avisado, Pierre Paris, se quedara con ella por 5.200 pesetas en nombre del Museo del Louvre. El pueblo de Elche, que en plenas fiestas del Misteri había celebrado el descubrimiento como una suerte de nuevo milagro mariano, se quedó con un palmo de narices. La gente había acudi...

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El 4 de agosto de 1897, un chico de 14 años dio con la pica en algo duro y resultó ser la Dama de Elche. El propietario de la finca, llamada La Alcudia, era el doctor Manuel Campello, y el doctor Campello ofreció el busto al Museo Arqueológico Nacional. Allí, sin embargo, apenas hicieron caso y propiciaron que un francés avisado, Pierre Paris, se quedara con ella por 5.200 pesetas en nombre del Museo del Louvre. El pueblo de Elche, que en plenas fiestas del Misteri había celebrado el descubrimiento como una suerte de nuevo milagro mariano, se quedó con un palmo de narices. La gente había acudido en masa ante el balcón del doctor Campello, donde se exponía la Dama sobre un taburete, y ya pensaban que esa señora formaría parte de la imaginería local, pero el busto fue a Francia, y después, tras un canje de obras de arte, en 1941 se aposentó en Madrid.Ni una palabra de vindicación se ha escuchado durante años y años. Lo que los ilicitanos solicitan ahora, al cumplirse el centenario del hallazgo y, además, el bimilenario de la ciudad, es hospedar a esta su segunda virgen por unos días. No parece que la pretensión sea disparatada, aunque las autoridades, por el momento, no lo juzguen así. En las exposiciones se han trasladado cuadros de Velázquez o Goya, y hasta guerreros chinos de terracota. La Dama ni es tan frágil como un lienzo ni tan friable como la terracota. No necesita desplazarse hasta la Conchinchina, sino sólo a Elche. El secreto temor de que los ilicitanos formen pronto hordas para impedir su regreso es ignorancia o fabulación. Todo lo que los empresarios ilicitanos tienen de indómitos lo tiene de dócil la cultura popular. Se trata sólo de revivir, en otro agosto, la memoria del suceso, visitar la esfinge, tirar unos cohetes y acabar con buen recuerdo la efeméride y la consideración de Madrid.

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