Editorial:

¡Volved!

LA VISITA de 350 supervivientes de las Brigadas Internacionales, 60 años después de la guerra civil, ha llegado, para algunos, en mal momento. Quienes reivindican los valores de los entonces jóvenes están hoy en la oposición o subsumidos en una izquierda testimonial. Así que tan peligrosos ancianitos han podido constatar los dos núcleos en que se ha dividido el país: un gran apoyo popular, con emotivas demostraciones de cariño, y una miserable respuesta oficial, personificada en no pocos dirigentes del PP, empeñados en que sus pequeñas vergüenzas empañen su proclamado centrismo. Máxime cuando ...

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LA VISITA de 350 supervivientes de las Brigadas Internacionales, 60 años después de la guerra civil, ha llegado, para algunos, en mal momento. Quienes reivindican los valores de los entonces jóvenes están hoy en la oposición o subsumidos en una izquierda testimonial. Así que tan peligrosos ancianitos han podido constatar los dos núcleos en que se ha dividido el país: un gran apoyo popular, con emotivas demostraciones de cariño, y una miserable respuesta oficial, personificada en no pocos dirigentes del PP, empeñados en que sus pequeñas vergüenzas empañen su proclamado centrismo. Máxime cuando la decisión del Congreso de los Diputados -PP incluido- de conceder la posibilidad de que los brigadistas pudieran acogerse a la ciudadanía española, cumpliendo así la promesa del entonces presidente del Gobierno, Juan Negrín, tenía, por encima de todo, el sentido de cerrar para siempre un capítulo más de una historia sangrienta. Los brigadistas mismos, en sus discursos, han hablado sobre todo de reconciliación. Sorprende por ello que todavía haya quienes se cierren a este empeño o pretendan empañar el simbolismo que tiene. La ausencia del presidente y del vicepresidente primero del Congreso, ambos del PP, en uno de los actos más significativos de la visita es mucho más que una anécdota o una descortesía. Es un bochorno. Sobre todo, cuando este contragesto se ha extendido a otros dirigentes conservadores: tampoco la ministra de Justicia, Mariscal de Gante, encontró hueco en su agenda para hacer entrega de los certificados de ciudadanía; ni siquiera el Ayuntamiento de Madrid aceptó darles el título de hijos predilectos por su defensa de la ciudad. Tanto afán en enseñar sus indignidades no puede tener otra justificación que la de presumir de ellas ante sus próximos, biológicos o políticos. No sería de recibo que con tales desplantes hayan querido decir a los brigadistas -y a todos nosotros- que aún conservan el rencor hacia ellos y los valores que representaban, o que así han dado rienda suelta al espíritu de venganza que demostró la derecha durante los cuarenta años del franquismo. Será que les pareció poco.

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